lunes, 24 de junio de 2019

"Beckett, Lacan y el without sense"


por Florencia Fernández


Elegí escribir sobre Samuel Beckett por varias razones pero seguramente fue esencialmente mi amor por el teatro lo que  causó este escrito.
De sus obras, tanto la estética como sus textos, han quedado resonando en mí desde la adolescencia: recuerdo a Alfredo Alcón escondido dentro de un gran cubo de basura en “Final de Partida”, del mismo modo fácilmente evoco el momento en que colaboré con el montaje de una de otra de sus obras, probablemente  la menos conocida pero no menos importante: “Qué,dónde” en un teatro de San Telmo. En este tiempo, recuerdo que aquello que me produjo cierta afectación en el cuerpo fue algo de la sonoridad de la repetición que quedó haciendo eco en mi, sin haber entendido demasiado de lo que allí ocurría. 
Por tanto, tomar a Beckett o que Beckett se deje tomar por mí, creo que es una buena idea.
Parafraseando a Jacques Alain Miller cuando habla de lo inevitable del ser analista, podemos afirmar que Samuel Beckett escribió, porque no sabía hacer otra cosa. No porque él creyera en su genialidad o porque pensara que escribir era algo fantástico. Más bien, escribir para él era algo del orden de la necesidad, algo que no podía dejar de hacer.
En su “Carta Alemana”(1937) podremos subrayar algunas cuestiones que allí se sitúan:“Ojala llegue el momento donde el lenguaje sea usado más eficientemente, donde se abuse de él, de un modo más hábil”
Aquí aparece la eficiencia y el abuso. Qué será abusar del lenguaje cuando de lo que se trata para él, está más del lado del vacío? Veremos luego, a qué refiere este “abuso”. Seguramente esté menos del lado del exceso y más cercano a la noción de “ llegar a un límite…”
Dirá más adelante: “cada vez más mi idioma se parece a un velo, que se debe rasgar para acceder a las cosas que están detrás”
Esta idea de rasgar el lenguaje, en algún punto es homóloga a la noción de abuso, entonces esta operación daría como resultado, acceder a algo  novedoso, revelador. Algo a lo cual no accedemos por la vía de lo simbólico.
El planteo beckettiano, encierra una contradicción: debe recurrir a la palabra para poder nombrar su necesidad de acceder a la despalabra . Pues entonces que un escritor presentea a la palabra como su enemigo acérrimo es cuanto menos una conmoción, un quiebre con dicho paradigma. El  recurso de la ironía y la repetición y la escansión se muestran una y otra vez a lo largo de sus producciones.
Beckett quiere llegar al hueso, a lo inaccesible pero más puro a la vez, es un modo de nombrar lo Jacques Lacan definirá luego como Real. 
Pensando en la función de lo escrito en Samuel Beckett¿ podemos afirmar que pretende en sus producciones algo similar a lo que  Jacques Lacan espera de un análisis ? 
Para adentrarnos en su lógica vayamos a su “Carta Alemana” y contextualicemos la misiva. Esta es una carta escrita a Axel Kaun en 1937 que refiere a otro escritor , llamado Ringelnatz. Según se desprende de la carta, Beckett se había comprometido a leer dicho autor y determinar si sus producciones eran valiosas. Si bien la carta refiere a ello, lo que en ella dice respecto al lenguaje es sin duda revelador. En ella afirmará “ Puesto que no podemos eliminarlo de una vez, al menos no queremos omitir nada que pueda contribuir a su descrédito”
El objetivo de Beckett era entonces quitarle crédito a la palabra, despojar de sentido, efectuar una deconstrucción del lenguaje. No hay sentido último, no hay un modo de poder decirlo todo. 
Dice Lodge :“algunos escritores modernos como Gertrude Stein y Samuel Beckett aspiran a la condición de afasia” , podríamos conjeturar que el objetivo sería arribar al silencio . Sitúa Laura Cerrato en su libro que  el fenómeno beckettiano no sería “ ni los fuegos artificiales de los surrealistas ni la apariencia de caos complejo del discurso joyceano…”
Esta operatoria se dará como antítesis a la de James Joyce, de éste dirá el mismo Beckett, que sus trabajos son “  la apoteosis de la palabra”. Como una búsqueda de proliferación de sentido, Joyce apunta a la belleza de la lengua, juega con ella por puro placer y encuentra en ella además un modo de localizar su goce, un modo de hacer lazo, su synthome. Podríamos decir que a Joyce la escritura lo salva.
Entonces  podemos acercarlo a Lacan, cuando en el texto “Lituraterre”, afirma:“Confesarlo o pronunciarlo a la antigua, el haber que Beckett contrapone al debe que hace desecho de nuestro ser, salva el honor de la literatura y me libera del privilegio que creía tener  por mi posición” y más adelante referirá la letra como una tachadura.
Un Lacan beckettiano, que piensa a la letra como un resto, un residuo, un desecho o tachadura, reduciendo a ello la función de la escritura : La palabra debe vaciarse para dar lugar a lo nuevo, lo original, lo más genuino, lo que bordea delimitando un agujero que podríamos denominar  Real.
En el Seminario XVI, Lacan  define a “la enseñanza  psicoanalítica como un discurso sin palabras”… parafraseando al “Acto sin palabras” escrito por Beckett en 1956. 
En “La Tercera”,  se refiere al fracaso como garantía de que el psicoanálisis triunfe, nos remite a aquella frase beckettiana: “inténtalo otra vez, fracasa de nuevo, fracasa mejor”Lacan con Beckett nos habla de un análisis del cual damos cuenta por su fracaso, un significante al cuál que accedemos por lo no dicho.
Recordemos aquel texto de Beckett, que nos puede hacer dudar respecto de a quien atribuirle su autoría: 
 “ Alguien ha dicho qué importa quién habla... todo es falso, no hay nadie, está claro, no hay nada, basta de frases, seamos burlados, burlados por los tiempos, por todos los tiempos, esperando que pase, que todo haya pasado, que las voces callen, no son más que voces, embustes. Aquí, marchar de aquí e irse a otra parte, o permanecer aquí, pero yendo y viniendo...”
Si pensamos a la letra como lo irreductible, lo que está en el final, el significante de goce, es aquí  mismo donde Samuel Beckett quería arribar.
El camino a recorrer junto a ellos me atrevo a afirmar, será más que el del “nonsense “el del “without sense”, el intento no es de alcanzar el absurdo, no apunta a romper con el sentido tradicional y otorgarle uno nuevo, como bien podría atribuírsele a Marcel Duchamp con su “descontextualización” . De lo que se trata aquí es de otra cosa, de apuntar a que quede agotado o vaciado de todo sentido posible, emergiendo allí finalmente, una pura letra.  


Referencias Bibliográficas:


-Beckett, Samuel:Carta Alemana”en Beckettiana 5,Bs As Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires, 1986
-Eidelberg, Alejandra Letras poéticas y lecturas lacanianas” Buenos Aires,Tres Haches, 2014. 
-Miller, J.A. Prólogo de Otros Escritos, Buenos Aires,Paidós, 2001
-Lacan,J .Lituraterre”  en “Otros Escritos”, op.cit
-Lacan,J. “La Tercera”, en  http://www.valas.fr/IMG/pdf/jlacan_la_tercera.pdf  ,1974
-Cerrato, L. “Beckett: El primer siglo”Buenos Aires, Colihue, 2007
-Cerrato, L. Génesis de la poética de Samuel Beckett.Apuntes para una teoría de la despalabra”, Bs As .1999.



sábado, 22 de junio de 2019

De cara a la humanidad.







Por Maite Pil





"Mug" -cuyo título original es Twarz, que significa cara- es una película estrenada el año pasado, polaca, dirigida por Malgorzata Szumowska.
Se trata de un chabón que vive en un pueblo ultra conservador y, mientras trabajaba en la construcción de un Cristo- que promete ser más grande que el de Río de Janeiro- se cae y se desfigura. Él estaba comprometido con una chica antes del accidente, vivía con su familia y ayudaba allí en la granja. Para el pueblo, y gran parte de su familia, era un paria, un satánico por escuchar Metallica y un mal hijo de Dios.

Ahora que ya pude, más o menos, ubicarlos en la trama de la película, me gustaría ahondar un poco en cómo está filmada y qué cosas podemos analizar de este film.
La primera escena transcurre en un centro comercial, se trata de unas rebajas navideñas, pero para acceder a ellas la gente debe ingresar en ropa interior. Son cuerpos que corren de un lado a otro, tironeándose entre sí la tele último modelo. Por qué me detengo en esta escena en particular, porque es la que nos ubica en tiempo y espacio. De no ser porque vemos allí una tele contemporánea, casi que en el resto de la película no podríamos saber en qué año estamos, podrían ser los noventas, tranquilamente. Y eso responde a cierta denuncia, o demostración, de la diferencia que hay entre las distintas Europas. E incluso, entre las ciudades y los pueblos. Se vive allí una suerte de anacronismo del que sólo pareciera que se puede salir mediante el consumo.


Las escenas están casi todas filmadas en planos fijos, con un leve desenfoque hacia los extremos. Esta técnica refuerza la idea de quietud, de detenimiento cultural que se evidencia en esa sociedad católica. Exceptuando por el momento del accidente, que es la única escena en la que el director hace uso de una subjetiva – es decir, la cámara en lugar de la mirada del protagonista- la prevalencia del plano fijo es también, o podría ser leída como, una suerte de posición ideológica. Como si el director buscase que nadie se identifique demasiado con nadie, que todos los espectadores puedan mantener cierta distancia para ser más críticos que emocionales.

A partir del accidente, que le desfigura la cara a Jacek y le deja severas secuelas en el habla, él se convierte en una especie de rockstar del pueblo. Pero eso dura sólo un momento, luego el rechazo y el abandono-principalmente por el estado, que le niega la pensión por invalidez- comienzan a emerger. Empezando por su prometida que se borra completamente y lo deja plantado. Es su hermana la única que lo sostiene, que lo acepta, incluso la única que le entiende cuando habla.
La madre, por otra parte, no soporta la situación, le atribuye, incluso, tener a un demonio adentro, así que le solicita al cura del pueblo un exorcista, en una escena muy disparatada, ya que éste le responde que hay un año de demora. Aún así logran dar con uno y, por supuesto, Jacek hace la puesta en escena de que está poseído para luego mandarlos a todos a cagar.

En cierta medida, qué le pasa a él es un misterio, podemos verlo angustiado en algunas escenas, enojado en otras, pero no terminamos de identificarnos. Y eso, más que una falla narrativa, creo que es la reproducción de una sociedad que no puede empatizar con el Otro.

Comentario aparte, cuando terminan de hacer la estatua de Cristo, se dan cuenta de que está mirando para el lado incorrecto, con lo cual, determinan darle vuelta la cara, es decir, construyen a un Cristo que mira para el costado. La metáfora se explica sola. 

No es una película que simplemente denuncie la hipocresía del catolicismo, ni que ilustre la marginalidad de cierta Europa. Es una película que desnuda -como bien lo grafica en su escena inicial- a una humanidad desencantada, vaciada de contenido, que sólo puede definirse en detrimento de un otro. El desprecio aparece en los discursos de todos los personajes: contra los gitanos, los Suizos, los musulmanes. Da igual quien sea el depositario de eso. Porque, a fin de cuentas, el consumo, la superficialidad y la discriminación son los únicos salvavidas a mano.


lunes, 17 de junio de 2019

Nuestro Amo juega al Esclavo (A propósito de la Meritocracia y las paradojas contemporáneas)




Vale
Que a lo mejor lo merecemos, bueno
Pero la voz no la vendemos, puerta
Y lo que opinen de nosotros
Léeme lo labios, a mí me vale madre
(No es lo mismo – Alejandro Saenz)

Es una constante en la reflexión de los psicoanalistas interrogarnos por la época actual. Es decir, desentrañar las coordenadas de nuestra época para pensar acerca del sujeto y de lo que denominamos Otro. Este ejercicio no solo lo hacemos los psicoanalistas sino también, por supuesto, los filósofos, sociólogos y antropólogos, entre otros. Es por eso que, muchas veces, nos encontramos en punto de contacto con sus reflexiones y celebramos esos encuentros. Pero mucho más interesante es cuando podemos aprender de sus interrogaciones y llevar agua hacia nuestro molino.
Es común creer que la preocupación por pensar la época deriva de la enseñanza de Lacan y de una frase célebre repetida por los analistas lacanianos: “Que renuncie al psicoanálisis quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.” Lo cierto es que el creador mismo del psicoanálisis fue el primero en preocuparse por pensar su época y cómo la misma influía y determinaba el modo de satisfacciones de sus pulsiones y de sus deseos. Tempranamente Freud escribió “La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna”, texto que data de 1908.
Pero el texto célebre e indispensable fue “El malestar en la Cultura” de 1930, allí el maestro vienés expuso el malestar estructural de los sujetos en un contexto de “época victoriana”, la cual impulsaba a las renuncias de las satisfacciones pulsionales en los sujetos. Actualmente no diríamos que nuestra cultura prohibe la satisfacción a las pulsiones, al contrario, más bien la promulga. Ahora bien, no nos precipitemos a sacar conclusiones muy rápidas de la perspectiva freudiana. Freud plantea que los sujetos renuncian a la satisfacción pulsional debido al amor al Otro. Es decir que en la base de la renuncia está el amor al Otro. De esta forma Freud introduce el superyó y expone una curiosa modalidad paradojal en el funcionamiento del mismo. Ya que el superyó comanda y exige las renuncias a lo pulsional una y otra vez y en ese mismo funcionamiento de renuncias el superyó termina por satisfacer-se a nivel pulsional. En términos lacanianos diríamos que se goza de esa posición de renuncias. Un ejemplo de este funcionamiento paradojal que Freud expone es de aquéllos sujetos que más se acercaron a la “santidad” y sin embargo más culpa experimentan. Es decir que en la base de las renuncias el superyó es paradojal ya que lo que comanda y exige la renuncia a lo pulsional es la culpa, artífice y motor de estas exigencias del superyó y, a su vez, renunciar se termina convirtiendo equivalente al cumplimiento de la satisfacción pulsional: se goza de la renuncia. Con lo cual se establece una tríada muy particular que adquirirá matices particulares en esta época: Culpa – Exigencia – Paradojas.



Ahora bien este funcionamiento del superyó tiene el mismo resultado en la época actual. Ya que si bien en la época victoriana el superyó exigía renuncias a la satisfacción de los deseos y a las pulsiones en un contexto de represión de la sexualidad, finalmente obtenía satisfacción pulsional gozando de la posición de renuncia. Actualmente el superyó ordena gozar y esto adquiere diversas presentaciones paradojales también con ropajes de esta época. Antes de avanzar es pertinente hacer una aclaración. Y es un cierto elogio a la paradoja ya que la misma etimológicamente significa “contrario a la opinión”, y lo interesante del discurso psicoanalítico es poder exponer las paradojas actuales que habitan a los sujetos en el contexto de este sistema neoliberal. Ahora sí, prosigamos.

Hay una idea que circula entre los creyentes “progresistas” quienes piensan que lo que se obtiene en la vida depende pura y exclusivamente del esfuerzo y voluntad de uno mismo, es decir, que el sujeto es causa de sí mismo. Está idea está plasmada en una campaña publicitaria de una empresa automotriz bajo el slogan de la “meritocracia” en la cual se dice: “Imagínate vivir en una meritocracia / un mundo donde cada persona tiene lo que merece / donde la gente vive pensando cómo progresar día a día / todo el día / Donde el que llegó, llegó por su cuenta / sin que nadie le regale nada / verdadero meritócrata. / Ese que sabe qué hacer y lo hace / sin chamuyos / que sabe que cuanto más trabaja, más suerte tiene. / Que no quiere tener poder, sino que quiere tener y poder. / El meritócrata sabe que pertenece a una minoría que no para de avanzar. / Que nunca fue reconocida, hasta ahora.”



Esta publicidad muy acorde a los aires progresistas y liberales es una verdadera falacia que merece ser analizada. ¿Vivir en una meritocracia es tener lo que se merece? Un niño que nació en una villa ¿tiene lo que se merece? ¿Es posible “progresar” si el sistema económico no permite a los sujetos, por más esfuerzo y voluntad que realicen, subsistir y crecer en una economía adversa?
En una hermosa canción del cantautor español Alejandro Sáenz, que elegimos con epígrafe de este ensayo, “No es lo mismo”, en una parte de su extensa letra plantea lo siguiente: No es lo mismo ser que estar/No es lo mismo estar que quedarse, ¡qué va!/Tampoco quedarse es igual que parar No es lo mismo/Será que ni somos, ni estamos/Ni nos pensamos quedar/Pero es distinto conformarse o pelear/No es lo mismo, es distinto/No es lo mismo arte que hartar/No es lo mismo ser justo que ¡qué justo te va! (Verás)/No es lo mismo tú que otra, entérate/No es lo mismo/Que sepas que hay gente que trata de confundirnos/Pero tenemos corazón que no es igual/Lo sentimos, es distinto”. Es decir, lo que introduce la poesía de Alejandro Sáenz es lo que veníamos planteando más arriba, no es posible progresar si nacemos en una villa o nacemos en una familia millonaria, no es lo mismo, es distinto.
La literatura universal y precisamente de la pluma de Shakespeare nos regaló una aguda reflexión sobre nuestro tema. En su obra sobre “La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca” en uno de los tantos pasajes celebres de este texto trascendental, Hamlet afirma: “Dad a cada hombre el trato que se merece, y ¿quién se salvaría de ser azotado?”. Lo cual pone en juego dos elementos centrales: por un lado que no nos merecemos nada ya que estructuralmente somos culpables y, por otro lado, el castigo en juego. Con lo cual se establece una siniestra diada para el sujeto: culpa y castigo. Y el castigo en la época actual aparece como exigencia, como ya veremos.

Pero volvamos a lo que veníamos planteando de la campaña de la meritocracia. Pensar que quien llegó a un lugar sin que nadie le regale nada es pensar que el sujeto es causa de sí mismo. Idea más que nefasta y falsa, ya que alguien que llega a un lugar, antes que nada es efecto de un deseo, del deseo del Otro, decimos nosotros en el psicoanálisis. Sin un deseo, que es siempre deseo del Otro, no hay sujeto que llegué a ningún lado.
Y aquí se vuelve a introducir la culpa, ya que el sujeto que ‘no tiene’ es porque no hizo el mérito adecuado y no porque el mercado neoliberal-el sistema político-el gobierno de turno no se lo permitió.
He ahí una paradoja contemporánea canalla y cruel de este sistema. Ya que “responsabiliza” al sujeto de no alcanzar el “éxito” por no haberse esforzado lo suficiente para lograrlo. Las empresas de ventas de productos como Herbalife, Avon, Natura y similares, parten de una idea supuestamente atractiva que se formula como “sea su propio jefe” pero a su vez le piden a este supuesto jefe que se “esfuerce lo suficiente” –el esfuerzo otro nombre de la exigencia sobre sí mismo– para poder alcanzar el éxito, que se traduce por supuesto en términos económicos. Es decir que es pura responsabilidad del sujeto ya que vivimos en una “meritocracia”. 



Este pensamiento es una canallada, ya que nuestra época actual es la de mayores desigualdades en la historia. Hoy, como nunca antes en la historia, el capital mayor de dinero está reducido en un grupo ínfimo de personas. Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía sobre el tema que venimos desarrollando, plantea: “El 90% de los que nacen pobres mueren pobres por más esfuerzo que hagan, el 90% de los que nacen ricos mueren ricos independientemente de que hagan o no mérito para ello.” Es decir que expone la mentira del discurso de la meritocracia.

Pero prosigamos y consideremos, conforme a lo que planteamos, lo que formula el filósofo coreano Byung-Chul Han en una entrevista brindada en Febrero del 2018 para el diario El país (de España), “Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y si no se consiguen los resultados, la culpa es de uno. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado.” Es decir, conforme a lo que planteábamos se reintroduce la culpa y la exigencia aquí aparece en el esfuerzo de trabajo, es el sistema que exige “un esfuerzo más.”
En la misma línea este mismo filósofo para Spanish Revolution nos dice: “Ya no vivimos en una sociedad disciplinada, controlada por prohibiciones u órdenes. Sino en una sociedad supuestamente libre, determinada por el lema ‘Yes we can’. Pero ese empoderamiento solo crea un sentimiento de libertad, pero luego se convierte en ‘tú deberías’. Sí, nos creemos libres, pero en verdad voluntariamente nos estamos explotando hasta el colapso. A partir de esta situación paradójica, quisiera sacar la conclusión radical de que el proyecto de libertad, tan distintivo de la sociedad occidental, ha fracasado. Los excesos de libertad individual resultan ser un exceso del capital.”



El ‘tu deberías’ que resalta Byung-Chul Han es un modo de funcionamiento por el cual se presenta el superyó. Es la voz que le exige al sujeto a realizar un esfuerzo permanente de trabajo a fin de alcanzar el “éxito” que en la sociedad neoliberal se traduce por el posicionamiento económico alcanzado, como ya dijimos. Los sujetos que manejan negocios de dinero de distinta índole no descansan al precio de sacrificar su vida y su salud en pos del beneficio económico. Pero no solamente es el beneficio económico por el cual el sujeto se exige así mismo hasta quemarse la cabeza sino también en todo aquello que se presenta en la sociedad como un Ideal. En nuestra sociedad actual el cuerpo en forma es una de las paradojas que se presenta bajo un Ideal de Salud que se transforma más bien en una exigencia más que el sujeto asume bajo el lema del ‘tu deberías’, es decir una forma de castigo. Los entrenamientos funcionales tan en auge en esta época como el CrossFit y sus derivados, justamente explotan esta capacidad del sujeto a realizar un esfuerzo, los entrenamientos son intensivos y le exigen al sujeto a realizar un esfuerzo más por conseguir eso que ‘tu deberías’, he ahí quizás la clave de su éxito.                                                                                                                       Gabriel G. Artaza Saade



viernes, 14 de junio de 2019

La voz del analista



Recuerdo cuando escuché la voz de mi analista por primera vez. Era una voz particular que enseguida implicó algo en mí. Una mezcla de alivio, calma.
Un tono apacible rápidamente indicaba que habría un tiempo, que se abría una brecha, una pausa, y que era preciso esperar.
Cuando uno convoca a un analista es porque hay algo de la angustia que se hace urgencia, que no espera, que se hace carne en cierto padecimiento.
Luego se suscita ese encuentro con aquella voz, ese encuentro imprevisto. ¡Sí! Porque uno no sabe lo que espera de ese acontecimiento. Es posible que sepa lo que busca pero lo que encuentra allí es puramente contingente.
Enseguida comprendí que esa voz tendría resonancias en mí, introduciría las pausas que eran precisas para encontrar un alivio.
Lacan le dio a la voz el estatuto de un objeto, al que se anuda una pulsión invocante.
Hoy puedo leer este enunciado con otras connotaciones, más cercanas a esa experiencia de análisis que me atravesó. Quisiera justamente puntualizar que lo que invoca es la voz como presencia del analista, que causa el deseo de decir, es esa invitación no a hablar, sino a escucharse. Una voz que interpela.
Lo dicho tiene ahora cierta inscripción en una voz(s), en un “tú”. Eso hace que la voz propia también adquiera matices en un análisis, en tanto la sonoridad tiene la particularidad de tocar el cuerpo. Es así que, en ocasiones, puede envolver, quebrarse, irrumpir, interrumpir, adquirir los colores de lo dicho. Apesadumbrar, interpelar, resonar, aquietar.
También puede faltar. Podríamos decir, la voz, como objeto pulsional, es lo que adviene a ese lugar de falta para que la palabra se escuche. Hay voces que acallar para poder hablar, hay otras que nos permitirán seguir hablando.
La voz también puede enloquecer, es el caso de las Psicosis, donde la voz se hace escuchar de un modo inquietante, intrusivo. La voz áfona, en las Neurosis, se hará allí audible, tomará cuerpo en un real que retorna.
La voz, por tanto, es esa especie de vasija vacía, que se presta a ser llenada cada vez, cuando en el sujeto hay una cierta búsqueda. Buscamos entre nuestros recuerdos las voces de nuestros seres queridos que ya no están, para llenar esa ausencia. Es eso del otro que tememos perder, lo que verdaderamente angustia perder.
El recuerdo de una voz amada es quizás lo último que nos liga a ese otro que ya no está.
Perder la voz es encontrarse con ese vacío que ahora se hace escuchar, porque la voz, a diferencia de los otros objetos, no tiene cuerpo, se sustenta en el cuerpo pero su esencia es propiamente un vacío que se constituye en causa de deseo y causa de decir.
Es la voz de la que el analista puede servirse para causar el deseo del analizante. Entramos aquí en los usos de la voz en transferencia. Sería simplista creer que ser tomados por la voz, con su encantamiento, nos impida escuchar, sino todo lo contrario, es por esa voz que resuena de un modo particular, que un otro puede constituirse como interlocutor, cuya vacuidad será propicia para causar el discurso.
Si algo me enseñó mi análisis es a trocar goce por saber, a perder cada vez, aquellos axiomas que regían mi vida, a descomponerlos en pequeños retazos, a volver a unirlos de diferentes maneras en cada encuentro.
Un encuentro fortuito, contingente, un nombre que resuena, alguien de quien recibir la escucha. Acto de recibir en tanto las palabras cobran otro tono en aquél lugar, son ellas las que reciben una nueva oportunidad de ser dichas y reencontradas.
"Lo dicho primero decreta, legisla, aforiza, es oráculo, confiere al otro real su oscura autoridad", dice Lacan en sus Escritos.
Si algo se experimenta allí, es a hacer de esas marcas nuevas marcas que hagan de la vida un lugar para vivir. El análisis hace lugar al sujeto.

María Paula Giordanengo
Junio de 2019













miércoles, 12 de junio de 2019

In-vestir masculinidad.


La vestimenta es una forma de causar el deseo. La moda, una forma de evitar la angustia.
Las prendas de vestir suelen revelar la estructura del deseo, pues se hallan en relación a un fenómeno muy preciso: tapar el cuerpo, principalmente los genitales.
Es llamativo que los celos de algunos hombres con las mujeres se despierten cuando se les “ve” un poco de más la cola o los pechos, de acuerdo a la ropa. “¿Por qué te pusiste eso?” suele ser la pregunta que nuclea a estos hombres (por supuesto que en esta categoría no entran los varones deconstruidos a los que nunca les preocupa nada, salvo el glaciar Perito Moreno). Suele pasar cuando una mujer se prepara para una fiesta o una actividad donde la mirada se pone en juego.
Cuando la situación se cumple en otro contexto, pongamos para el caso la playa o el gimnasio, donde el cuerpo de la mujer suele estar más expuesto, la angustia del celoso suele quedarse en remojo y no se manifiesta.
De lo que se trata en los celos, entones, es de la aparición de un objeto cercano pero invisibilizado en la dialéctica narcisista de la elección del partenaire, donde lo que causa queda relegado como atributo a esconder, pues viene del Otro. Lo que ingresa a jugar un papel principal, es la presencia de objetos que no caducan, que están siempre en su justo lugar, diferente de la detumescencia, en tanto saber que acompaña al hombre desde que es “dueño” de un órgano que lo apresa, y que ningún Viagra puede sostener al infinito. Que los objetos estén siempre en el lugar justo, se refiere también a una temporalidad, por eso causa siempre más una joven mujer que aquella a la cual el cuerpo comienza a seguir la ley de la gravedad. Y es por eso también que las operaciones de las “lolas” suele ser un factor común de nuestro tiempo.
Son las mujeres las que saben hacer con la moda y la vestimenta, pues algo del objeto no es localizable en ellas, y por lo tanto, logran in-vestirse con las prendas de una forma tal de suscitar el deseo y por ende la angustia.
Me gustaría diferenciar esto del término peyorativo de “Provocación”, término utilizado por hombres y mujeres para acusar a una mujer que algo causa. Lo interesante es que, para algunas mujeres, cuando un hombre la acusa de provocativa se molestan. Sin embargo, por efecto de la represión, las acusadas suelen a su vez ser acusadoras, cuando otra mujer toca algo de su deseo. Recuerdo una mujer que se quejaba de su novio porque en una situación le cuestionó la remera que llevaba puesta, hasta casi denunciarlo públicamente de machista y violento, pero cuando vio a su cuñada (novia de su hermano) con una pollera corta, no podía dejar de nombrarla como una “puta”.


La vestimenta, investimento del cuerpo, es esa cuota de narcisismo que alimenta el alma, anima el cuerpo, le da vida. Por eso Lacan decía que es un instrumento de la relación con el otro así como una forma de ubicar la imagen del cuerpo en su función seductora sobre el partenaire sexual.
La vestimenta mantiene esta función mientras se reduce a sostener la castración imaginaria, es decir, como depositaria de una falta que encarna el deseo y produce un movimiento. Pero en nuestra cultura posesiva, es un problema. Y allí viene lo peligroso. Cuando en lugar de producir deseo, abre las puertas al odio y la envidia.
El odio en los hombres por no saber hacer soporte de su impotencia, angustia mediante, de la caída que lo constituye como tal. Envidia de las mujeres, por hacer emerger en la otra, el deseo por ellas perdido.
El cuento siempre termina en una falta: labios pintados en el cuerpo; colores singulares en el grupo. Recuerdo a una mujer, altamente criticada por sus colegas por llevar siempre pañuelos de diferentes colores, en un contexto donde la blusa parca era la regla.
Por eso, aquello asociado al machismo, habría que encontrarle una causa. Porque no basta con decir, eso es machista, ya que el índice no hace cadena, simplemente indica. Por supuesto que la victimización o la desculpabilización del hombre están descartadas. Pero hay que localizar algo en el desconocimiento del objeto que suscita su deseo en la imagen especular, con el riesgo de que dicho deseo haga desaparecer la belleza causante de su angustia, constituyendo tal vez, un hombre sin ambages.
Jorge Luis Rivadeneira