sábado, 22 de junio de 2019

De cara a la humanidad.







Por Maite Pil





"Mug" -cuyo título original es Twarz, que significa cara- es una película estrenada el año pasado, polaca, dirigida por Malgorzata Szumowska.
Se trata de un chabón que vive en un pueblo ultra conservador y, mientras trabajaba en la construcción de un Cristo- que promete ser más grande que el de Río de Janeiro- se cae y se desfigura. Él estaba comprometido con una chica antes del accidente, vivía con su familia y ayudaba allí en la granja. Para el pueblo, y gran parte de su familia, era un paria, un satánico por escuchar Metallica y un mal hijo de Dios.

Ahora que ya pude, más o menos, ubicarlos en la trama de la película, me gustaría ahondar un poco en cómo está filmada y qué cosas podemos analizar de este film.
La primera escena transcurre en un centro comercial, se trata de unas rebajas navideñas, pero para acceder a ellas la gente debe ingresar en ropa interior. Son cuerpos que corren de un lado a otro, tironeándose entre sí la tele último modelo. Por qué me detengo en esta escena en particular, porque es la que nos ubica en tiempo y espacio. De no ser porque vemos allí una tele contemporánea, casi que en el resto de la película no podríamos saber en qué año estamos, podrían ser los noventas, tranquilamente. Y eso responde a cierta denuncia, o demostración, de la diferencia que hay entre las distintas Europas. E incluso, entre las ciudades y los pueblos. Se vive allí una suerte de anacronismo del que sólo pareciera que se puede salir mediante el consumo.


Las escenas están casi todas filmadas en planos fijos, con un leve desenfoque hacia los extremos. Esta técnica refuerza la idea de quietud, de detenimiento cultural que se evidencia en esa sociedad católica. Exceptuando por el momento del accidente, que es la única escena en la que el director hace uso de una subjetiva – es decir, la cámara en lugar de la mirada del protagonista- la prevalencia del plano fijo es también, o podría ser leída como, una suerte de posición ideológica. Como si el director buscase que nadie se identifique demasiado con nadie, que todos los espectadores puedan mantener cierta distancia para ser más críticos que emocionales.

A partir del accidente, que le desfigura la cara a Jacek y le deja severas secuelas en el habla, él se convierte en una especie de rockstar del pueblo. Pero eso dura sólo un momento, luego el rechazo y el abandono-principalmente por el estado, que le niega la pensión por invalidez- comienzan a emerger. Empezando por su prometida que se borra completamente y lo deja plantado. Es su hermana la única que lo sostiene, que lo acepta, incluso la única que le entiende cuando habla.
La madre, por otra parte, no soporta la situación, le atribuye, incluso, tener a un demonio adentro, así que le solicita al cura del pueblo un exorcista, en una escena muy disparatada, ya que éste le responde que hay un año de demora. Aún así logran dar con uno y, por supuesto, Jacek hace la puesta en escena de que está poseído para luego mandarlos a todos a cagar.

En cierta medida, qué le pasa a él es un misterio, podemos verlo angustiado en algunas escenas, enojado en otras, pero no terminamos de identificarnos. Y eso, más que una falla narrativa, creo que es la reproducción de una sociedad que no puede empatizar con el Otro.

Comentario aparte, cuando terminan de hacer la estatua de Cristo, se dan cuenta de que está mirando para el lado incorrecto, con lo cual, determinan darle vuelta la cara, es decir, construyen a un Cristo que mira para el costado. La metáfora se explica sola. 

No es una película que simplemente denuncie la hipocresía del catolicismo, ni que ilustre la marginalidad de cierta Europa. Es una película que desnuda -como bien lo grafica en su escena inicial- a una humanidad desencantada, vaciada de contenido, que sólo puede definirse en detrimento de un otro. El desprecio aparece en los discursos de todos los personajes: contra los gitanos, los Suizos, los musulmanes. Da igual quien sea el depositario de eso. Porque, a fin de cuentas, el consumo, la superficialidad y la discriminación son los únicos salvavidas a mano.


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