lunes, 17 de junio de 2019

Nuestro Amo juega al Esclavo (A propósito de la Meritocracia y las paradojas contemporáneas)




Vale
Que a lo mejor lo merecemos, bueno
Pero la voz no la vendemos, puerta
Y lo que opinen de nosotros
Léeme lo labios, a mí me vale madre
(No es lo mismo – Alejandro Saenz)

Es una constante en la reflexión de los psicoanalistas interrogarnos por la época actual. Es decir, desentrañar las coordenadas de nuestra época para pensar acerca del sujeto y de lo que denominamos Otro. Este ejercicio no solo lo hacemos los psicoanalistas sino también, por supuesto, los filósofos, sociólogos y antropólogos, entre otros. Es por eso que, muchas veces, nos encontramos en punto de contacto con sus reflexiones y celebramos esos encuentros. Pero mucho más interesante es cuando podemos aprender de sus interrogaciones y llevar agua hacia nuestro molino.
Es común creer que la preocupación por pensar la época deriva de la enseñanza de Lacan y de una frase célebre repetida por los analistas lacanianos: “Que renuncie al psicoanálisis quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.” Lo cierto es que el creador mismo del psicoanálisis fue el primero en preocuparse por pensar su época y cómo la misma influía y determinaba el modo de satisfacciones de sus pulsiones y de sus deseos. Tempranamente Freud escribió “La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna”, texto que data de 1908.
Pero el texto célebre e indispensable fue “El malestar en la Cultura” de 1930, allí el maestro vienés expuso el malestar estructural de los sujetos en un contexto de “época victoriana”, la cual impulsaba a las renuncias de las satisfacciones pulsionales en los sujetos. Actualmente no diríamos que nuestra cultura prohibe la satisfacción a las pulsiones, al contrario, más bien la promulga. Ahora bien, no nos precipitemos a sacar conclusiones muy rápidas de la perspectiva freudiana. Freud plantea que los sujetos renuncian a la satisfacción pulsional debido al amor al Otro. Es decir que en la base de la renuncia está el amor al Otro. De esta forma Freud introduce el superyó y expone una curiosa modalidad paradojal en el funcionamiento del mismo. Ya que el superyó comanda y exige las renuncias a lo pulsional una y otra vez y en ese mismo funcionamiento de renuncias el superyó termina por satisfacer-se a nivel pulsional. En términos lacanianos diríamos que se goza de esa posición de renuncias. Un ejemplo de este funcionamiento paradojal que Freud expone es de aquéllos sujetos que más se acercaron a la “santidad” y sin embargo más culpa experimentan. Es decir que en la base de las renuncias el superyó es paradojal ya que lo que comanda y exige la renuncia a lo pulsional es la culpa, artífice y motor de estas exigencias del superyó y, a su vez, renunciar se termina convirtiendo equivalente al cumplimiento de la satisfacción pulsional: se goza de la renuncia. Con lo cual se establece una tríada muy particular que adquirirá matices particulares en esta época: Culpa – Exigencia – Paradojas.



Ahora bien este funcionamiento del superyó tiene el mismo resultado en la época actual. Ya que si bien en la época victoriana el superyó exigía renuncias a la satisfacción de los deseos y a las pulsiones en un contexto de represión de la sexualidad, finalmente obtenía satisfacción pulsional gozando de la posición de renuncia. Actualmente el superyó ordena gozar y esto adquiere diversas presentaciones paradojales también con ropajes de esta época. Antes de avanzar es pertinente hacer una aclaración. Y es un cierto elogio a la paradoja ya que la misma etimológicamente significa “contrario a la opinión”, y lo interesante del discurso psicoanalítico es poder exponer las paradojas actuales que habitan a los sujetos en el contexto de este sistema neoliberal. Ahora sí, prosigamos.

Hay una idea que circula entre los creyentes “progresistas” quienes piensan que lo que se obtiene en la vida depende pura y exclusivamente del esfuerzo y voluntad de uno mismo, es decir, que el sujeto es causa de sí mismo. Está idea está plasmada en una campaña publicitaria de una empresa automotriz bajo el slogan de la “meritocracia” en la cual se dice: “Imagínate vivir en una meritocracia / un mundo donde cada persona tiene lo que merece / donde la gente vive pensando cómo progresar día a día / todo el día / Donde el que llegó, llegó por su cuenta / sin que nadie le regale nada / verdadero meritócrata. / Ese que sabe qué hacer y lo hace / sin chamuyos / que sabe que cuanto más trabaja, más suerte tiene. / Que no quiere tener poder, sino que quiere tener y poder. / El meritócrata sabe que pertenece a una minoría que no para de avanzar. / Que nunca fue reconocida, hasta ahora.”



Esta publicidad muy acorde a los aires progresistas y liberales es una verdadera falacia que merece ser analizada. ¿Vivir en una meritocracia es tener lo que se merece? Un niño que nació en una villa ¿tiene lo que se merece? ¿Es posible “progresar” si el sistema económico no permite a los sujetos, por más esfuerzo y voluntad que realicen, subsistir y crecer en una economía adversa?
En una hermosa canción del cantautor español Alejandro Sáenz, que elegimos con epígrafe de este ensayo, “No es lo mismo”, en una parte de su extensa letra plantea lo siguiente: No es lo mismo ser que estar/No es lo mismo estar que quedarse, ¡qué va!/Tampoco quedarse es igual que parar No es lo mismo/Será que ni somos, ni estamos/Ni nos pensamos quedar/Pero es distinto conformarse o pelear/No es lo mismo, es distinto/No es lo mismo arte que hartar/No es lo mismo ser justo que ¡qué justo te va! (Verás)/No es lo mismo tú que otra, entérate/No es lo mismo/Que sepas que hay gente que trata de confundirnos/Pero tenemos corazón que no es igual/Lo sentimos, es distinto”. Es decir, lo que introduce la poesía de Alejandro Sáenz es lo que veníamos planteando más arriba, no es posible progresar si nacemos en una villa o nacemos en una familia millonaria, no es lo mismo, es distinto.
La literatura universal y precisamente de la pluma de Shakespeare nos regaló una aguda reflexión sobre nuestro tema. En su obra sobre “La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca” en uno de los tantos pasajes celebres de este texto trascendental, Hamlet afirma: “Dad a cada hombre el trato que se merece, y ¿quién se salvaría de ser azotado?”. Lo cual pone en juego dos elementos centrales: por un lado que no nos merecemos nada ya que estructuralmente somos culpables y, por otro lado, el castigo en juego. Con lo cual se establece una siniestra diada para el sujeto: culpa y castigo. Y el castigo en la época actual aparece como exigencia, como ya veremos.

Pero volvamos a lo que veníamos planteando de la campaña de la meritocracia. Pensar que quien llegó a un lugar sin que nadie le regale nada es pensar que el sujeto es causa de sí mismo. Idea más que nefasta y falsa, ya que alguien que llega a un lugar, antes que nada es efecto de un deseo, del deseo del Otro, decimos nosotros en el psicoanálisis. Sin un deseo, que es siempre deseo del Otro, no hay sujeto que llegué a ningún lado.
Y aquí se vuelve a introducir la culpa, ya que el sujeto que ‘no tiene’ es porque no hizo el mérito adecuado y no porque el mercado neoliberal-el sistema político-el gobierno de turno no se lo permitió.
He ahí una paradoja contemporánea canalla y cruel de este sistema. Ya que “responsabiliza” al sujeto de no alcanzar el “éxito” por no haberse esforzado lo suficiente para lograrlo. Las empresas de ventas de productos como Herbalife, Avon, Natura y similares, parten de una idea supuestamente atractiva que se formula como “sea su propio jefe” pero a su vez le piden a este supuesto jefe que se “esfuerce lo suficiente” –el esfuerzo otro nombre de la exigencia sobre sí mismo– para poder alcanzar el éxito, que se traduce por supuesto en términos económicos. Es decir que es pura responsabilidad del sujeto ya que vivimos en una “meritocracia”. 



Este pensamiento es una canallada, ya que nuestra época actual es la de mayores desigualdades en la historia. Hoy, como nunca antes en la historia, el capital mayor de dinero está reducido en un grupo ínfimo de personas. Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía sobre el tema que venimos desarrollando, plantea: “El 90% de los que nacen pobres mueren pobres por más esfuerzo que hagan, el 90% de los que nacen ricos mueren ricos independientemente de que hagan o no mérito para ello.” Es decir que expone la mentira del discurso de la meritocracia.

Pero prosigamos y consideremos, conforme a lo que planteamos, lo que formula el filósofo coreano Byung-Chul Han en una entrevista brindada en Febrero del 2018 para el diario El país (de España), “Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y si no se consiguen los resultados, la culpa es de uno. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado.” Es decir, conforme a lo que planteábamos se reintroduce la culpa y la exigencia aquí aparece en el esfuerzo de trabajo, es el sistema que exige “un esfuerzo más.”
En la misma línea este mismo filósofo para Spanish Revolution nos dice: “Ya no vivimos en una sociedad disciplinada, controlada por prohibiciones u órdenes. Sino en una sociedad supuestamente libre, determinada por el lema ‘Yes we can’. Pero ese empoderamiento solo crea un sentimiento de libertad, pero luego se convierte en ‘tú deberías’. Sí, nos creemos libres, pero en verdad voluntariamente nos estamos explotando hasta el colapso. A partir de esta situación paradójica, quisiera sacar la conclusión radical de que el proyecto de libertad, tan distintivo de la sociedad occidental, ha fracasado. Los excesos de libertad individual resultan ser un exceso del capital.”



El ‘tu deberías’ que resalta Byung-Chul Han es un modo de funcionamiento por el cual se presenta el superyó. Es la voz que le exige al sujeto a realizar un esfuerzo permanente de trabajo a fin de alcanzar el “éxito” que en la sociedad neoliberal se traduce por el posicionamiento económico alcanzado, como ya dijimos. Los sujetos que manejan negocios de dinero de distinta índole no descansan al precio de sacrificar su vida y su salud en pos del beneficio económico. Pero no solamente es el beneficio económico por el cual el sujeto se exige así mismo hasta quemarse la cabeza sino también en todo aquello que se presenta en la sociedad como un Ideal. En nuestra sociedad actual el cuerpo en forma es una de las paradojas que se presenta bajo un Ideal de Salud que se transforma más bien en una exigencia más que el sujeto asume bajo el lema del ‘tu deberías’, es decir una forma de castigo. Los entrenamientos funcionales tan en auge en esta época como el CrossFit y sus derivados, justamente explotan esta capacidad del sujeto a realizar un esfuerzo, los entrenamientos son intensivos y le exigen al sujeto a realizar un esfuerzo más por conseguir eso que ‘tu deberías’, he ahí quizás la clave de su éxito.                                                                                                                       Gabriel G. Artaza Saade



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