Vale
Que a lo mejor lo merecemos,
bueno
Pero la voz no la vendemos,
puerta
Y lo que opinen de nosotros
Léeme lo labios, a mí me vale
madre
(No es lo mismo – Alejandro Saenz)
Es una constante en la reflexión de los psicoanalistas interrogarnos por
la época actual. Es decir, desentrañar las coordenadas de nuestra época para
pensar acerca del sujeto y de lo que denominamos Otro. Este ejercicio no solo lo
hacemos los psicoanalistas sino también, por supuesto, los filósofos,
sociólogos y antropólogos, entre otros. Es por eso que, muchas veces, nos
encontramos en punto de contacto con sus reflexiones y celebramos esos
encuentros. Pero mucho más interesante es cuando podemos aprender de sus
interrogaciones y llevar agua hacia nuestro molino.
Es común creer que la preocupación por pensar la época deriva de la
enseñanza de Lacan y de una frase célebre repetida por los analistas
lacanianos: “Que renuncie al
psicoanálisis quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.”
Lo cierto es que el creador mismo del psicoanálisis fue el primero en
preocuparse por pensar su época y cómo la misma influía y determinaba el modo
de satisfacciones de sus pulsiones y de sus deseos. Tempranamente Freud escribió
“La moral sexual «cultural» y la
nerviosidad moderna”, texto que data de 1908.
Pero el texto célebre e indispensable fue “El malestar en la Cultura” de 1930, allí el maestro vienés expuso
el malestar estructural de los sujetos en un contexto de “época victoriana”, la
cual impulsaba a las renuncias de las satisfacciones pulsionales en los
sujetos. Actualmente no diríamos que nuestra cultura prohibe la satisfacción a
las pulsiones, al contrario, más bien la promulga. Ahora bien, no nos
precipitemos a sacar conclusiones muy rápidas de la perspectiva freudiana.
Freud plantea que los sujetos renuncian a la satisfacción pulsional debido al
amor al Otro. Es decir que en la base de la renuncia está el amor al Otro. De
esta forma Freud introduce el superyó y expone una curiosa modalidad paradojal
en el funcionamiento del mismo. Ya que el superyó comanda y exige las renuncias
a lo pulsional una y otra vez y en ese mismo funcionamiento de renuncias el
superyó termina por satisfacer-se a nivel pulsional. En términos lacanianos
diríamos que se goza de esa posición de renuncias. Un ejemplo de este
funcionamiento paradojal que Freud expone es de aquéllos sujetos que más se
acercaron a la “santidad” y sin embargo más culpa experimentan. Es decir que en
la base de las renuncias el superyó es paradojal ya que lo que comanda y exige
la renuncia a lo pulsional es la culpa, artífice y motor de estas exigencias
del superyó y, a su vez, renunciar se termina convirtiendo equivalente al
cumplimiento de la satisfacción pulsional: se goza de la renuncia. Con lo cual
se establece una tríada muy particular que adquirirá matices particulares en
esta época: Culpa – Exigencia – Paradojas.
Ahora bien este funcionamiento del superyó tiene el mismo resultado en
la época actual. Ya que si bien en la época victoriana el superyó exigía
renuncias a la satisfacción de los deseos y a las pulsiones en un contexto de
represión de la sexualidad, finalmente obtenía satisfacción pulsional gozando
de la posición de renuncia. Actualmente el superyó ordena gozar y esto adquiere
diversas presentaciones paradojales también con ropajes de esta época. Antes de
avanzar es pertinente hacer una aclaración. Y es un cierto elogio a la paradoja
ya que la misma etimológicamente significa “contrario a la opinión”, y lo
interesante del discurso psicoanalítico es poder exponer las paradojas actuales
que habitan a los sujetos en el contexto de este sistema neoliberal. Ahora sí,
prosigamos.
Hay una idea que circula entre los creyentes “progresistas” quienes
piensan que lo que se obtiene en la vida depende pura y exclusivamente del
esfuerzo y voluntad de uno mismo, es decir, que el sujeto es causa de sí mismo.
Está idea está plasmada en una campaña publicitaria de una empresa automotriz bajo
el slogan de la “meritocracia” en la cual se dice: “Imagínate vivir en una meritocracia / un mundo donde cada persona
tiene lo que merece / donde la gente vive pensando cómo progresar día a día /
todo el día / Donde el que llegó, llegó por su cuenta / sin que nadie le regale
nada / verdadero meritócrata. / Ese que sabe qué hacer y lo hace / sin chamuyos
/ que sabe que cuanto más trabaja, más suerte tiene. / Que no quiere tener
poder, sino que quiere tener y poder. / El meritócrata sabe que pertenece a una
minoría que no para de avanzar. / Que nunca fue reconocida, hasta ahora.”
Esta publicidad muy acorde a los aires progresistas y liberales es una
verdadera falacia que merece ser analizada. ¿Vivir en una meritocracia es tener
lo que se merece? Un niño que nació en una villa ¿tiene lo que se merece? ¿Es
posible “progresar” si el sistema económico no permite a los sujetos, por más
esfuerzo y voluntad que realicen, subsistir y crecer en una economía adversa?
En una hermosa canción del cantautor español Alejandro Sáenz, que
elegimos con epígrafe de este ensayo, “No
es lo mismo”, en una parte de su extensa letra plantea lo siguiente:
“No es lo mismo ser que estar/No es lo mismo
estar que quedarse, ¡qué va!/Tampoco quedarse es igual que parar No es lo
mismo/Será que ni somos, ni estamos/Ni nos pensamos quedar/Pero es distinto
conformarse o pelear/No es lo mismo, es distinto/No es lo mismo arte que
hartar/No es lo mismo ser justo que ¡qué justo te va! (Verás)/No es lo mismo tú
que otra, entérate/No es lo mismo/Que sepas que hay gente que trata de
confundirnos/Pero tenemos corazón que no es igual/Lo sentimos, es distinto”. Es decir, lo que introduce la poesía de
Alejandro Sáenz es lo que veníamos planteando más arriba, no es posible
progresar si nacemos en una villa o nacemos en una familia millonaria, no es lo
mismo, es distinto.
La literatura universal y precisamente de la pluma de Shakespeare nos
regaló una aguda reflexión sobre nuestro tema. En su obra sobre “La tragedia de Hamlet, príncipe de
Dinamarca” en uno de los tantos pasajes celebres de este texto trascendental,
Hamlet afirma: “Dad a cada hombre el
trato que se merece, y ¿quién se salvaría de ser azotado?”. Lo cual pone en
juego dos elementos centrales: por un lado que no nos merecemos nada ya que
estructuralmente somos culpables y, por otro lado, el castigo en juego. Con lo
cual se establece una siniestra diada para el sujeto: culpa y castigo. Y el
castigo en la época actual aparece como exigencia, como ya veremos.
Pero volvamos a lo que veníamos planteando de la campaña de la
meritocracia. Pensar que quien llegó a un lugar sin que nadie le regale nada es
pensar que el sujeto es causa de sí mismo. Idea más que nefasta y falsa, ya que
alguien que llega a un lugar, antes que nada es efecto de un deseo, del deseo
del Otro, decimos nosotros en el psicoanálisis. Sin un deseo, que es siempre
deseo del Otro, no hay sujeto que llegué a ningún lado.
Y aquí se vuelve a introducir la culpa, ya que el sujeto que ‘no tiene’
es porque no hizo el mérito adecuado y no porque el mercado neoliberal-el
sistema político-el gobierno de turno no se lo permitió.
He ahí una paradoja contemporánea canalla y cruel de este sistema. Ya
que “responsabiliza” al sujeto de no alcanzar el “éxito” por no haberse
esforzado lo suficiente para lograrlo. Las empresas de ventas de productos como
Herbalife, Avon, Natura y similares, parten de una idea supuestamente atractiva
que se formula como “sea su propio jefe” pero a su vez le piden a este supuesto
jefe que se “esfuerce lo suficiente” –el esfuerzo otro nombre de la exigencia
sobre sí mismo– para poder alcanzar el éxito, que se traduce por supuesto en
términos económicos. Es decir que es pura responsabilidad del sujeto ya que
vivimos en una “meritocracia”.
Este pensamiento es una canallada, ya que nuestra
época actual es la de mayores desigualdades en la historia. Hoy, como nunca
antes en la historia, el capital mayor de dinero está reducido en un grupo
ínfimo de personas. Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía sobre el tema que
venimos desarrollando, plantea: “El 90%
de los que nacen pobres mueren pobres por más esfuerzo que hagan, el 90% de los
que nacen ricos mueren ricos independientemente de que hagan o no mérito para
ello.” Es decir que expone la mentira del discurso de la meritocracia.
Pero prosigamos y consideremos, conforme a lo que planteamos, lo que
formula el filósofo coreano Byung-Chul Han en una entrevista brindada en
Febrero del 2018 para el diario El país (de España), “Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y
si no se consiguen los resultados, la culpa es de uno. “Ahora uno se explota a
sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del
neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado.” Es
decir, conforme a lo que planteábamos se reintroduce la culpa y la exigencia
aquí aparece en el esfuerzo de trabajo, es el sistema que exige “un esfuerzo
más.”
En la misma línea este mismo filósofo para Spanish Revolution nos dice: “Ya no vivimos en una sociedad disciplinada,
controlada por prohibiciones u órdenes. Sino en una sociedad supuestamente
libre, determinada por el lema ‘Yes we can’. Pero ese empoderamiento solo crea
un sentimiento de libertad, pero luego se convierte en ‘tú deberías’. Sí, nos creemos libres, pero en verdad
voluntariamente nos estamos explotando hasta el colapso. A partir de esta
situación paradójica, quisiera sacar la conclusión radical de que el proyecto
de libertad, tan distintivo de la sociedad occidental, ha fracasado. Los
excesos de libertad individual resultan ser un exceso del capital.”
El ‘tu deberías’ que resalta Byung-Chul Han es un modo de funcionamiento
por el cual se presenta el superyó. Es la voz que le exige al sujeto a realizar
un esfuerzo permanente de trabajo a fin de alcanzar el “éxito” que en la
sociedad neoliberal se traduce por el posicionamiento económico alcanzado, como
ya dijimos. Los sujetos que manejan negocios de dinero de distinta índole no
descansan al precio de sacrificar su vida y su salud en pos del beneficio
económico. Pero no solamente es el beneficio económico por el cual el sujeto se
exige así mismo hasta quemarse la cabeza sino también en todo aquello que se
presenta en la sociedad como un Ideal. En nuestra sociedad actual el cuerpo en
forma es una de las paradojas que se presenta bajo un Ideal de Salud que se
transforma más bien en una exigencia más que el sujeto asume bajo el lema del ‘tu deberías’, es decir una forma de
castigo. Los entrenamientos funcionales tan en auge en esta época como el CrossFit
y sus derivados, justamente explotan esta capacidad del sujeto a realizar un
esfuerzo, los entrenamientos son intensivos y le exigen al sujeto a realizar un
esfuerzo más por conseguir eso que ‘tu
deberías’, he ahí quizás la clave de su éxito. Gabriel
G. Artaza Saade
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