viernes, 31 de enero de 2020

Neurotizar(se)








El yo desconoce las causas de que ciertos sucesos menores en su vida lo hagan sentir tan mal. Desconoce los caminos intrincados que vinculan esas pequeñas escenas de la vida cotidiana con los “complejos inconscientes”, como le gustaba decir a Freud. Desconoce cómo algunas palabras en una situación, sin mayor peso aparente, terminan siendo concernientes a él sin poder ubicar que esa angustia es signo de la posición recubierta por su propia envoltura imaginaria, algo como un “propio mensaje en forma invertida” como le gustaba decir a Lacan; se escucha en otro, pero por alguna razón se escucha el oráculo del Otro.
Los significantes “del complejo” y el discurso del Otro, son la misma trama, que con determinados sentidos muy singulares, configuran ese lugar de objeto con su goce excesivo, desbordante, inundante, al cual los síntomas vienen a ofrecer una solución posible. Soluciones precarias, de compromiso, un producto de transacciones que cambian algo para no cambiar nada.
El problema se plantea, no tanto cuando el psiquismo establece, vía las “elecciones forzadas”, las soluciones de compromiso, sino cuando estas dejan de funcionar como tales, y la angustia, que no engaña, irrumpe con sus distintas manifestaciones.
El yo sabe que algo pasa, que cae fácil en neurotizarse-enredarse y padecer exageradamente, pero sin el pasaje por una escucha que interprete, neurotice-sintomatice analíticamente, por los deslizamientos de sentido, y con eso construya la “otra escena”, ese complejo significante donde el sujeto se configura como resto objetal, hay pocas chances de no volver a caer en el mismo circuito.
"No sé por qué siempre me tengo que quedar callada, pero con tremenda revolución adentro!"....dice María, haciendo referencia a ese encuentro con amigas en el que se presentó una escena que la detonó: discutían el destino para unas vacaciones cuando el contrapunto entre dos opiniones bien distintas la llevó a sentir que debía tomar partido.
Estuvo a punto de hablar, pero su nerviosismo se lo impidió, temía, con la certeza de los que temen, que su opinión fuese rechazada o subestimada. "Me enrosque" dice, mientras reconoce que nada de lo que allí pasaba era lo suficientemente grave como para alterarse.
¿Por qué esto me pasa con cosas tan tontas e insignificantes? Pensó.
Neurotizarse, es eso:
Responder a un conflicto del presente con una estrategia del pasado.
Actuar como niño en la adultez.
Percibir una circunstancia del ahora en base a las impresiones traumáticas que la infancia dejó, cual negativo que nunca termina de revelarse y se actualiza en cualquier escena que arme con aquel pasado alguna relación de contigüidad.
Neurotizarse, es eso: proyectar en los otros que hoy me rodean, la imagen de los primeros otros que marcaron mi forma de ser, en base a sus palabras sobre mí y a un modo de goce que sobre ello obtuve.
“El negativo que nunca termina de revelarse” es una figuración de esa “otra escena”. Y hay un solo lugar donde esa escena puede develarse con la implicancia que tiene para sujeto: el entre-dos de la transferencia. El dispositivo analítico es el que puede reconstruir, a fuerza de rescatar las enunciaciones convirtiendo los equívocos en fallidos logrados, la fijeza del fantasma.
El fantasma es ese texto fundamental, negativo de las significaciones que vamos encontrando en los síntomas cuando logramos que dejen de neurotizar-enredar al yo y hagan ese pasaje a un enigma que remita a otro saber, neurotizar como división.
María, recuerda que en su casa sus padres siempre discutían por cuestiones nimias, insignificantes, pero ello no era argumento para detener la batalla: gritos, empujones, abrazos, reencuentros y ella ahí, intentando decir algo que calme, que alivie, pero la respuesta siempre era la misma: vos cállate, vos no servís, sos tonta, no podes opinar.
Es importante destacar que la serie pasado-presente que aquí se arma no debe ser leída en clave de causa y efecto. De nada sirve decirle a un paciente "esto te pasa porque cuando eras chico ocurrió x". No es de esa manera como funciona, aunque a veces se haya traducido el psicoanálisis a una versión simplista de ese estilo. De nada sirve que un paciente escuche una sentencia como esa, que eventualmente solo producirá un efecto de racionalización pero nada cambiará a nivel del síntoma. El yo tendrá una nueva versión de recubrimiento, un saber de salida y no un pregunta que envíe a los enigmas del “saber no sabido”. La serie pasado-presente en todo caso tiene su lógica en el deslizamiento de escenas.
¿Cuál es el modo entonces? Inevitablemente, la tarea consiste en develar un modo de goce que al día de hoy sigue siendo benéfico a nivel inconsciente. Hay algo de ese modo de vivir la conexión con la fantasía que impide un contacto saludable con la realidad.
Esa conexión con la fantasía la podemos pensar un poco con un texto de Freud, “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”(1908), en el que establece condiciones de formación de síntoma para la histeria en particular. Pero como la histeria, en los orígenes, fue quien modeló la conceptualización del inconsciente por las forma en que el maestro la escuchó, encontrando la división fundamental del sujeto psíquico, podemos extraer de aquel texto algo y generalizarlo: el concepto de “soldadura”. Esta idea ubica una relación de base entre las fantasías y el acto masturbatorio infantil. Esto es lo que debería encontrarse en el camino inverso que se recorre a partir del tratamiento de aquello que neurotizaba-enredaba, una vez que fue neurotizado-analiticamente y como síntoma neurótico, vías sus textos, su nuevo saber, ir a los textos de aquella fantasía fundamental, inconsciente, que sigue ejerciendo, por refuerzo libidinal, un reclamo de satisfacción.
Se encuentra ahí la recomposición de una “satisfacción primaria” que se buscaba, sustituida, en el producto patológico neurótico. Esa fantasía reprimida tiene relación con la sexualidad infantil y por lo tanto tiene una relación de soldadura con la masturbación infantil, placer erógeno, que marcó con las satisfacciones primeras, un lugar de objeto en la trama edipica, con una versión del Otro, que le da cuerpo, marca pulsional, a la novela. Las respuestas sintomáticas del sujeto a las primeras soldaduras entre fantasías y satisfacción primarias, son el molde de las primeras respuestas defensivas, “elecciones forzadas”, que volvemos a encontrar en la historia de sus síntomas.
Tenemos dos elementos entonces, la soldadura inicial son su texto fantasmático de base, que marca la posición de objeto de goce, y las derivas desde las primeras respuestas defensivas, neuróticas, en la historización del síntoma, una vez sacado del enredo del desconocimiento yoico inicial.
La tarea, entonces, consiste en poder señalar cuál es la versión del Otro que el síntoma sostiene, es decir, de qué modo esa forma de actuar sostiene al Otro en el otro: por ejemplo, en un lugar de poder que infantiliza y permite evitarse el trabajo de hablar desde una posición adulta.
María, tras este señalamiento, advierte que su padre hoy le cuenta que aquellas ocasiones ocurrieron a sus 6 años aproximadamente, edad en la que ella se mostraba particularmente interesada en obtener su amor, al tiempo que se mostraba celosa cuando veía entre él y su madre manifestaciones de afecto; por otro lado, comenta que su padre niega el hecho de que su madre y él intentaran callarla en discusiones, mucho menos que fuesen ellas parte de un proceso de separación de su esposa, con la que sostiene a la fecha un matrimonio de años.
"Capaz que en algún momento me di cuenta de que si me mantenía callada era más probable que se separen", dice hoy, sin ningún tipo de certeza ni recuerdo sólido sobre ello, pero pudiendo darle al síntoma de "callarse entre nervios" una nueva versión: ¿La de la verdad del inconsciente y la historia? No sabemos. Sí que “callarse entre nervios” es un texto que no habla necesariamente de un Otro autoritario que obligaba al silencio, sino que tal vez era una primera ‘“respuesta” sintomática, frente a otra propia “soldadura” entre pulsión, representante y cuerpo, que igualmente no se arma sin un pasaje inicial por el Otro.
No hay pulsión sin representante.
Si es cierto que los sentidos que un paciente puede ir construyendo como nuevas formas de leer lo que hoy le pasa, le permiten pararse frente al presente de un modo distinto, de un modo advertido, menos neurotizado-enredado.
De esta manera, la escena que la paciente trae a sesión cobra, en base al diálogo analítico, un nuevo sentido en virtud del siguiente recorrido: el fenómeno de callarse por temor a que su opinión fuese desvalorizada, se entiende ahora a partir de nuevos modos:
- El silencio de su síntoma como una forma de evasión de cierta posición adulta.
- El beneficio (que los nervios-culpa evidencian) obtenido en dividir y reinar, de modo tal que el evitar tomar partido conserva el placer infantil de suponer la separación de los otros como forma de sostener, con alguna de las facciones, un vínculo privilegiado.
- Dicha cuestión, esconde un fenómeno aún más oculto, y que muchas veces es la clave para entender los celos: cuando a supone que si b ama a c, entonces no la ama a ella. Este modo de vivir el amor, bajo una constelación que reclama exclusividad, es otro de los efectos residuales del Edipo: suponerle al otro un amor cuantificable, de porcentajes, que si le das más al otro puede darme menos a mí.

María se mira en el espejo de estas palabras y se ve distinta. Habrá que ver si algo de lo que en la realidad acontece también cambia, ya que como sabemos, una interpretación se mide por sus efectos. No solo la de los alivios por añadidura sino la de los caminos que abre, en el entre-dos de la transferencia, para poder reconstruir, en el único lugar en el que se puede reconstruir, la escena fantasmática del sujeto, esa soldadura inicial que tiene que encontrar nuevos modos menos sufrientes de agenciarse. 



                                                     Patricio Diego Vargas y Gerardo Quiess

lunes, 27 de enero de 2020

La culpa no es del chancho



“Llegó un momento en que el sufrimiento de los demás no les bastó: Tuvieron que convertirlo en espectáculo”.
Amelie Nothomb, Ácido Sulfúrico.

Un grupo de adolescentes filman mientras otro tanto golpea hasta la muerte a un joven que se desploma en medio de la calle en una ciudad balnearia, en pleno verano. La violencia proyectada sobre la pantalla se emite sin editar en las diferentes emisoras de aire y cable, imagen que no es única ni será la última. No es ciencia ficción, es una realidad. El crimen del verano es tapa de diario y tema de todas las sobremesas. Me fui a dormir con angustia, pensando en ese joven que podría ser mi hijo, mi paciente, mi vecino, pensé en su familia rota de dolor,  también pensé en la tragedia de lo que significa morir joven, antes de tiempo. La imagen era contundente, un cuerpo desplomado en medio de una calle transitada, la soledad de quien existe sólo para la mirada de una cámara, y desperté con la necesidad de escribir, de poner palabras a semejante acto salvaje, escribir como intento de reparar una herida, una desgarradura. Porque todos estamos heridos. 

Un mundo que mira sin mirar el padecimiento de los otros y los transforma en espectáculo cual circo romano. A veces el sufrimiento tiene la cara de un pibe o de una piba, otras puede ser un chancho volador, pero eso nos conmueve menos de lo que nos indigna. 
“Falta de educación, excesos”. El público opina, juzga, debate frente a la pantalla. Once contra uno, rugbiers, forzudos, insensibles. Adolescentes.

En La Sociedad del Espectáculo, Debord [1967]  afirma “El espectáculo en general, como inversión concreta de la vida, es el movimiento autónomo de lo no-viviente” . Hacer de la de la violencia una  imagen, proyectarla y exhibirla sin cesar, parecería ser la mejor manera de neutralizarla, banalizar y reducir su sentido, naturalizándolo. 

Crueldades expuestas, exhibidas a toda hora, a cada instante, a las que nos acostumbramos como el pan nuestro de cada día, elevadas a la categoría de shows televisivos. Se pervierte así la relación de lo humano con el sufrimiento, cuanto más exposición más adormecimiento y aceptación. La indiferencia es una forma de crueldad, cuando no se intenta directamente dominar o someter al otro basta con desatenderlo, dejarlo sólo, no escucharlo, no asistirlo. 

De repente se me vino a la memoria un capítulo de la serie Black Mirror que mostraba de manera inquietante este tipo de fractura o escisión psíquica que se produce en aquellos que pareciera se vuelven ojos, disociando el mirar del sentir. Un grupo de personas filman desde sus celulares un acto cruel, todos esos yoes allí presentes miran extasiados una escena de linchamiento psíquico y físico sobre una mujer, culpable de la muerte de una niña. La escena es la representación de la tortura y, para mi gusto plantea cuestiones que podríamos llamar éticas en cuanto a la función de la mirada y la responsabilidad del que mira sin intervenir. Están ahí con todo su ser pero en lugar de atender el pedido de auxilio miran como voyeurs impávidos sin ser conscientes de la responsabilidad que su presencia constituye: insensibles, inmutables, crueles. Pienso entonces en la responsabilidad del que mira y en lógicas de disciplinamiento que tienen por ley el ejercicio de la crueldad.

Pedagogías de la crueldad, antipatías, anti-empatías. Esos que miran sin mirar parecen anestesiados, adormecidos, pero están ahí y también son responsables. 

Vuelvo a Villa Gesell y la invoco a Silvia Bleichmar [2007] para pensar que no se trata de una falta de educación, a esos chicos bien comidos y educados no les falta disciplina, les falta ternura, empatía, sensibilidad, no son bestias salvajes responden a códigos, patrones culturales. Lo que aquí está en juego es algo más profundo que una falta de límites, se trata de una falla brutal en la constitución del sujeto ético pero que paradójicamente se sostiene en ideales, ser macho es ser potente, fuerte, dominante. 

Según Emmanuel Levinas la ética implica el reconocimiento del semejante como otro humano,  en tanto que para Freud la capacidad del adulto de atender a la vulnerabilidad y al desvalimiento infantil es la fuente de todos los motivos morales. “Así, la cuestión de la ética empieza por el modo en que el adulto va a poner coto a su propio goce con relación al cuerpo del niño. En los cuidados que realiza va a inscribir el orden de una circulación que, siendo libidinal, no es puramente erógena sino que, además, es organizadora. Y esta forma de operar del adulto con el niño es la base de todos los “motivos morales”, como escribió Freud en Proyecto de una psicología para neurólogos. El niño llora porque tiene malestar, porque siente displacer: para que su llanto se torne mensaje, es necesario que haya otro humano capaz de recibirlo y transformarlo en algo a lo que hay que responder”.

Si algo caracteriza a la condición infantil es la sumisión, la vulnerabilidad y la dependencia.  Pienso en la crueldad que significa desatender el sufrimiento. Dejar a un niño llorar hasta el agotamiento o el adormecimiento, no intervenir frente a conductas de desborde, no ofrecer respuestas calmantes que le permitan en un segundo momento ser capaz de calmarse a sí mismo es dejarlo expuesto a angustias muy profundas que pueden dar lugar a respuestas que oscilen entre la desconexión, el terror y la impulsión. La ausencia de empatía por parte del entorno sumado a castigos o conductas muy coercitivas puede inscribirse tanto como vacío como hostilidad, odio y dolor. Se atenta contra la capacidad de incorporar ternura e internalizar acciones de cuidado. Si no hay quien lo escuche al niño no le queda otra opción que desestimar lo que siente, negarlo, disociarse. A la vez se horada la confianza en el adulto como alguien confiable, capaz de proteger y de cuidar.  Endurecerse como modo de sobrevivir, falsos y funcionales self. Llegada la adolescencia esto se pondrá en acto de alguna u otra forma, incluso podrá hacer eclosión y entonces hay que repensar en los vínculos primarios como sedimento sobre el que se estructurarán las nuevas experiencias.  

El adolescente que delinque tiene atrás toda una aldea: familia, escuela, club, lugares de pertenencia, y una historia que lo constituyó. Cuando es un grupo el que comete un crimen tan brutal como el de Villa Gesell nuestra función como profesionales de la salud mental es indagar sobre las condiciones que posibilitaron semejante barbarie de las que sin lugar a dudas los adultos son responsables.  No es el deporte en sí sino una cultura deportiva que  promueve ideales y valores donde el “deber ser” se consuma a través de la demostración de fuerzas, la potencia se adquiere a través de la dominación y sujeción del otro. Machos son los que resisten, los que se la bancan, los que no sienten dolor. No es el deporte el violento pero sí son micro-violencias, sostenidas en micro-machismos: modos de relación al otro y de constitución de un tipo particular de subjetividad.  

Un adolescente muerto, y 10 que van a ir presos. 11 vidas desperdiciadas.  

Es imposible no sentir dolor, es imposible no preguntarse por lo que antecedió para llegar a este brutal desenlace. ¿Qué señales se han desatendido para que un grupo de chicos llegue a semejante desborde? ¿Nadie lo vio? Dicen que era una crónica anunciada, que venían haciendo quilombos en sus lugares de residencia ¿por qué se los dejó tan solos librados a sus propias impulsiones? ¿Eso no es también un poco cruel? Nadie los escuchó.
  
 La experiencia del Holocausto, las dictaduras en latinoamérica y los campos de concentración en el mundo, ameritan que nos detengamos a reflexionar sobre un tipo particular de humanidad que sabiendo lo que ocurre desmiente y tolera todo tipo de excesos y violencias. Freud  llamó desmentida a una forma de negar la realidad para satisfacer pulsiones inconscientes. Violencias desmentidas y naturalizadas. 

Amelie Nothomb en su novela Ácido Sulfúrico plantea cómo en el campo de concentración la función del anonimato da lugar a la legitimación de la crueldad. Los “nadies” esos otros cuyo nombre propio ha sido  expropiado son fáciles de lastimar, de degradar, de matar. En tanto el otro es nadie es mucho más sencillo eliminarlo.

Las políticas-económicas neoliberales, han dado a luz formas de subjetividad en las que predomina un tipo de crueldad disciplinada. El sálvese quien pueda hoy se llama cultura  meritocrática, y conforma también un ideal, la reducción y explotación de los sujetos a meros objetos de consumo son  tendencias del mercado. 

Neo-individualismos, cultura del descarte y supervivencias del más apto, reloaded. 

Por suerte nos quedan los movimientos feministas, ofensivas sensibles que intentan subvertir el orden establecido recuperando el rostro y la voz de las minorías no reconocidas.    
                              

                                           Ariana Lebovic
                                              Psicoanalista

lunes, 13 de enero de 2020

Un amor real









El propósito de este texto es permitirnos pensar en lo que ocurre cuando en una pareja hay algo de la intimidad que se devela, lo que debería permanecer al resguardo de la mirada publica, de pronto es tema de conversación, debate y escarnio ajeno.

En la película “El diario de una princesa” el protagonista, un cirujano cardiovascular de quien se enamora Diana, le dice: “No puedo estar contigo y con las 5.000.0000 de personas que te aman”, a lo que ella responde; “Todos ellos me aman, pero acaso hay alguno, en alguna pate del mundo, que quiera quedarse a mi lado?”.
Me pareció sumamente representativa esa frase acerca de la intimidad que el amor requiere, la creación de un código, siempre cerrado entre dos amantes, y hasta la invención de una lengua propia, a veces con modos de nombrar al otro como “bichi”, “gordi”, nombres que condensan, a la vez, el agalma y el desecho, lo que eres y lo que puedes perder, ese objeto preciado, elevado que hace de cada uno un ser especial.
Al renunciar a la realeza, Harry dice; "Mi mayor temor es que la historia se repita. He visto lo que sucede cuando alguien que amo es tratado como mercancía al grado de que ya no son tratados o vistos como una persona real. Perdí a mi madre y ahora veo a mi esposa caer víctima de las mismas fuerzas poderosas''. Ambos quisieran ganar su propio dinero y dar curso a su deseo. Sus sueños parecen de lo más triviales, ella quisiera vender artesanías, por ejemplo, cuanto más común, más deseado, desean ser gente común, que pase desapercibida, que nadie se detenga a sacarles una foto o acosarlos. Porque el amor cuando esta pluralizado puede devenir mortal. El líder amado es también presa del odio, y el acoso.
Pertenecer a la realeza mató a su madre. ¿Hay acto más digno para el hijo de una madre muerta que hacerle honor a su nombre a través de su mujer?
¿No es esto, acaso, hacer otra cosa con la muerte, el trauma y el horror de haber tenido que acompañar el féretro de su madre, fallecida injustamente por el acecho permanente de los medios, con tan solo 12 años?
Renunciar a los títulos nobiliarios y nombrarse a través de una mujer es lo que hace de Harry, ya no el hijo de una madre muerta, sino un h(n)ombre.
Pero volvamos al punto en que en una pareja se quiebra el pacto de intimidad que la funda.
Frecuentemente ocurre que cuando una pareja se encuentra con otras, algo de esto sale a la luz. Ese pacto en que los goces de cada uno de los amantes se encuentran al resguardo, de pronto es puesto sobre la mesa. Un comentario, una crítica acerca de si ella cocina y cómo lo hace, si él se hace cargo de otras labores típicamente masculinas, o no, o bien los celos de que ella habla más con las mujeres que con él, o él actúa haciéndose el macho, entre los hombres, dejando notar que la escena trasunta solo entre hombres y ellas tienen que atender y servir la cena. O si están con los hijos, de pronto son ellas quienes se ocupan de que interactúen en armonía con los otros niños, que se pongan protector solar, mientras ellos relajadamente toman un trago al borde la pileta, dejando claro que entre hombres nadie es capaz de feminizarse, como sí podrían hacerlo en la intimidad donde consienten a feminizarse por el amor de una mujer.
En fin, hay una multiplicidad de ejemplos, como parejas y encuentros se nos ocurran.
El punto es que la intimidad de una pareja se ve amenazada cuando hay otros, cuando la terceridad aparece, y entonces, ellas comienzan a criticarlos ente sí, se generan complicidades variadas, se dicen cosas que en privado no se dirían o que sonarían diferente, sin el amplificador social.
Porque lo social es deserotizante per sé, para que el lazo social se funde, lo sexual debe quedar de algún modo resguardado, sublimado. Cuando se trata de la sociabilidad entre parejas, los goces quedan desparejados, el síntoma que los contiene trastabilla y la escena es proclive a deshacerse.
Socialmente los pactos entre los amantes se ponen a prueba, son forzados a semblantearse.
En tanto estamos aparejados al síntoma, más que al otro, o al síntoma del otro (como partenaire del sujeto), cuando hay Otro, es decir, cuando hay lazo social – entendiendo por éste aquello que preserva al sujeto del Otro radical, la pulsión de muerte - se desgrana la ilusión que sostenía a los amantes en un pendular de dos, en una sincronía casi perfecta.
Así como hay un malestar en la cultura, también lo hay en los encuentros colectivos, y siempre el trasfondo es eso que debería permanecer velado, como piedra basal que ha fundado ese lazo amoroso. Primero está pulsión de muerte, como dice Freud, “lo que no pertenece al Yo es rechazado y puesto en el exterior”, sólo después el amor da la ilusión de plenitud con ese objeto ajeno, ahora devenido como parte suya, como lo más propio, íntimo y éxtimo.
Cuando la intimidad se quiebra, todo lo que estaba amparado bajo el amor se vuelve extraño, Otro absoluto. Quienes se separan y tienen que sostener económicamente a los hijos, suelen retacear lo que aportan, hasta son capaces de fraguar un recibo de sueldo, “es ella la que me quiere… sacar la plata, a ella no la voy a mantener”, se escucha habitualmente en algunos hombres.
Porque lo que se da y más bajo la figura del dinero, como representante fálico por excelencia, encubre el deseo y el amor, querer dar menos o no darlo en absoluto da cuenta de todo lo que ese sujeto perdió con esa separación. “No puedo seguir perdiéndote” es la frase en la que se traduce ese no querer  dar más a esa mujer que amó.
Para concluir, y luego de un mix enredado de cuestiones, la decisión de Harry muestra que para que el amor no muera, la mirada del Otro tiene que estar siempre un poco ausente. La mirada el flash de las cámaras insidiosas que mataron a su madre, el horror de ser un objeto de amor para el mundo.
Harry sabe que el amor tiene su trasfondo de horror, renunciar a la realeza hace de su amor, un amor más real.


María Paula Giordanengo

miércoles, 8 de enero de 2020

Objetos que pulsan: la mirada y la voz




        Los objetos pulsionales aluden sin duda a la función de la pulsión pero también, a la pulsación del cuerpo. Sus efectos se cristalizan en un análisis y allí es donde se podrá buscar el modo de lidiar con ellos, ya que ellos son, pese a nosotros mismos. Ellos nos eligen y no, nosotros a ellos, de modo tal que debemos resignarnos a ser objeto de nuestros objetos. 

  •  Los Objetos, los varones y las mujeres

Cuántas veces nos encontramos con que, en una reunión “ellos” hablan acerca de las fotos de fulana, o la película que los ratonea o la revista de la adolescencia que los enloquecía.
Habremos escuchado o leido algo de ello en reuniones de mujeres? Difícilmente las  mujeres se juntan del mismo modo pero allí la referencia es a la palabra: “no sabes lo que me dijo”, o “me habla poco”, las mujeres - entre ellas y con los varones - prefieren las notas de voz, que dicho sea de paso, es un precioso modo de decirlo, porque la voz escribe, modela, recorta, transmite algo en sus oscilaciones que excede por lejos el campo de la mirada.
La voz juega, apela, llama, convoca. 
¿Se podria afirmar tal vez que la voz es el objeto pulsional que cobra más fuerza en la mujer? No parecería tan descabellado plantearlo como posibilidad. 
Recuerdo, hace un tiempo, una paciente que con gran angustia traía una y otra vez la dificultad en poder evocar la voz de su padre muerto: cómo era? cómo habría sido realmente? “una voz muy teatral” decía su madre, y así ella iba buscando aquella voz en su analista, en sus parejas. Esa voz que la anude, que la pacifique, porque los recuerdos se construyen pero: qué pasa con esa voz que se olvida? A dónde va? Qué hacer con esa voz perdida? 
La voz, tal vez es ese objeto pulsional que prima en la mujer. 
Como verificamos esto en la clínica? 
Varones y mujeres se reúnen, tanto un@s como otr@s necesitan hacer lazo pero con la existencia de matices: el varón hace relatos, rara vez habla de lo que le pasa. Allí la palabra está más del lado del cuento que de la confesión. La mujer, en cambio, necesita del encuentro con sus amigas para hacer catarsis, ellas cumplen un rol vital para la mujer, el lugar de confidente.


  • En el diván


La voz en los análisis cobra un lugar de relevancia, pues es en el diván donde descubrimos que la voz tiene peso, adquiere cierto cuerpo allí donde la mirada se sustrae. 
Sería interesante pensar bajo estas coordenadas, en los efectos del uso del diván en el varón y en la mujer. 
De lo que no quedan dudas es de  que ambos objetos cumplen funciones diferentes: la mirada muchas veces sostiene, enmarca, mientras que la voz tiene otros efectos: acerca, acompaña, presentifica lo ausente, re-presenta. 
Puede haber encuentro entre voces y desencuentro entre miradas. También puede no haber encuentro gracias a algunos artilugios virtuales que en realidad hacen semblante de encuentro.
Será por eso que hoy de algún modo ha cobrado mayor importancia el uso de las redes y de las apps de citas que apelan a encuentros menos tradicionales,  un tanto más desencontrados y esquivos.  Tal vez el encuentro virtual sea una forma de sostener el desencuentro. 
Los objetos voz y mirada, dan cuenta de la existencia de la pulsión. La tecnología pareciera intentar esconderlos priorizando otros, esos objetos llamados gadgets, tan vigentes en la época actual.
Seguramente, su función, el modo en que se pongan en juego en cada quien darán cuenta entre otras cosas del objeto fantasmatico del sujeto.

  • Las redes

Es dable pensar, que en las redes sociales, allí donde prima la captura de imágenes de las más variadas, la mirada del otro tiene el estatuto de hacer representable algo de la propia mirada, como si ésta estuviese presentificada pero a través de ese pasaje por el Otro.
Lo Virtual aparece como una vertiente de un imaginario que captura y devuelve representado el objeto mirada. Y es por este pasaje que algo de la propia representación del cuerpo adquiere registro. Una mirada/pantalla que devuelve entero el cuerpo fragmentado, una suerte de “Estadio de la pantalla” como confirmación del Yo, de la que nadie está exento.
En las jóvenes, las fotos en el espejo del baño son un clásico. El baño como lugar privado, es el escenario privilegiado para que la imagen del cuerpo adquiera dimensión pública. Lo íntimo devenido objeto mirada, una mirada que se desconoce, que es extraña al sujeto. 
De la mirada puede desprenderse una fantasía. El deseo de ser mirados, es un deseo de existencia. Frente a lo efímero del lazo y la ausencia de mirada, lo que aparece en la pantalla es siempre visto.
Recuerdo un capítulo de Black Mirror, ficción muy real de nuestros tiempos, en el que ocurría un accidente y la primera reacción de quienes se acercaban, era sacar una foto o filmar la escena. Como si entre el otro y el sujeto, el flash permitiese anteponer un ojo que proteja de la mirada y del horror.
El celular, extensión de la mano del hombre hipermoderno, prótesis del cuerpo, es un ojo que todo lo ve, pantalla donde se “proyecta la vida”, como dice la canción de Fito Paez.
Una suerte de dialéctica pulsional, verse - ser visto - hacerse ver que escenifica una especie de ojo absoluto, recordando el texto de Gerard Wajcman; “Nos miran. Es un rasgo de esta época. El rasgo. Somos mirados todo el tiempo, por todas partes, bajo todas las costuras”.
Aquí cabe la distinción vista/mirada. Somos vistos todo el tiempo, pero la vista proviene de otro, la mirada es un objeto del sujeto. De la vista construimos la mirada que envuelve y rearma. Hay escansión entre el ver y el mirar.
Lo visto presenta la fijeza, lo determinado, la exactitud, lo pleno.
La mirada está perdida.


                               Florencia Fernández 
                               María Paula Giordanengo