jueves, 26 de diciembre de 2019

Apuntes y re-cortes de un deseo lector (por Rocha Arzola)



¿Cuál es la relación que puede establecerse entre la literatura y el Psicoanálisis? ¿Cómo se acercó Freud a la literatura y qué esperaba de ella?
Pienso en una relación de orilla, un borde. Algo que se cruza pero a la vez mantiene sus compuertas. ¿Cómo pensar el concepto de relación en psicoanálisis? Una de las subversiones que este propone, justamente, es que no-hay-relación, en el sentido de la armonía, sino más bien intervalo, desproporción. Entonces, la idea de orilla, entre el Psicoanálisis y la literatura, permite leer sus entres. Esta pregunta la sostengo hace unos años y fue el comienzo de la experiencia de trabajo en un Cartel en la Escuela Encuentros de Psicoanálisis. Escuela en la que realizo mi formación con otros, y destaco con-otros porque ahí se juega una posición, en relación a la pregunta ¿qué es alojar? En este sentido la Escuela, es un lugar de refugio al malestar.
La primera semilla la encontré en el epistolario de Freud a Fliess, un género de la época. La historia de estas cartas es maravillosa, todas las vueltas que han dado para ser preservadas y reservadas, comparable a la historia de rescate a la Venus de Milo. La cultura muestra su terquedad en estas aventuras, para luego ser leídas, porque algo tiene para decir. Son historias de desencuentros, que contienen la estructura misma de esos objetos enigmáticos. Se dice que las cartas de Fliess a Freud, no encontraron sus destinatarios, y que en un arrebato de enojo con su amigo,  Freud las quemó. Estas cartas no fueron pensadas por Freud como destino de una publicación, por eso fueron editadas muchos años después de su muerte, en 1950, abriendo una discusión sobre la legalidad ética de su destino. Son como fuelles que contienen material teórico, testimonios personales sobre la vida familiar de Freud, la soledad del consultorio y las dificultades económicas, la transmisión de cómo  iba pensando los primeros conceptos, la elección de los epígrafes para sus textos, su relación con Fliess. La posición de Freud es más la de un analizante que la de un autoanálisis (una imposibilidad)  y Fliess, su Otro (F-F) a quién iban dirigidas sus preguntas. Así fueron apareciendo distintas publicaciones y ediciones, a las que se les iba agregando nuevas cartas.
En este tiempo, de travesía por las cartas, muere el padre de Freud.  15 años de cartas, entre 1887 y 1902, en las que se avecinaba el descubrimiento del Inconciente. La interpretación de los sueños funda la literatura psicoanalítica, del cual Freud dice, que el material de ese libro es un efecto, una razón subjetiva: representaba mi reacción frente a la muerte de mi padre, es decir, frente al más significativo suceso, a la más tajante pérdida en la vida de un hombre. Un punto bisagra de avance en la lectura, que me permitió ir agujereando el texto y encontrar las semillas para pensar  el aparato psíquico como una ficción  que va al mito para luego dirigirse al sujeto. Acá aparece la primera alusión al Complejo de Edipo, a las generaciones y los linajes,  pensada desde el mito de Sófocles, la obra de Shakespeare, Hamlet y de otra obra menos conocida de C. F. Meyer, La juez, autor favorito de Fliess, quien insistía a Freud en su lectura. Los temas del mito van a ser retomados por Freud en La interpretación de los sueños, cuando introduce los sueños de muerte de personas queridas.  La obra de Freud está pincelada de referencias literarias y poéticas, al igual que la obra de Lacan. Es verdad que no leemos de la misma manera una narrativa o un texto poético como leemos un análisis, esto abre a preguntarme ¿con cuáles elementos dirige la escucha el analista, en ese sujeto que está ahí siendo narrado? ¿Quién habla? ¿Quién narra? La literatura, es pensada como un discurso, que aporta elementos de estructura: elementos, lugares, funciones y desde este lugar se puede pensar un puente.
En este ovillo, fui encontrando diferentes puntas para continuar con la pregunta sobre el psicoanálisis y la literatura. Una orilla que me permite conjugar mi deseo de lectora. No sé qué esperaba Freud de la literatura, era un lector y escritor destacable, único. ¿La literatura lo esperó a él, para ser leída, desde otro lugar?
En un escrito sobre “Mito y Ficción en los orígenes del Psicoanálisis”, te referís al carácter poético de la Histeria, textualmente, "...el carácter que traen sus dichos y sus cuerpos,  la intimidad entre impulsos y fantasías… reconociendo en el mecanismo de la fantasía una operación análoga al de la creación literaria”. ¿Podrías ampliarnos este anclaje entre la histeria y la creación literaria?
Este escrito, es un producto del trabajo de Cartel, al que me referí en tu pregunta anterior. Freud estaba interesado por la histeria, por las producciones que como textos leía en sus cuerpos, que no estaban afectados fisiológicamente, sino que además subvertía la fisiología, en este sentido, dice que las fantasías son ficciones inconcientes. En ese tiempo se preguntaba ¿cómo es hablado ese cuerpo en la histeria? Aun practicando la hipnosis o el método catártico, ese cuerpo era dicho al modo de una ficción, creado en el discurso. La arquitectura de la histeria le brinda los elementos para la construcción del concepto de fantasía, es allí donde escucha por primera vez el carácter poético que traen sus dichos y sus cuerpos: la intimidad entre impulsos y fantasías, una especie de sublime frenesí, especialmente de una pasión; reconociendo en el mecanismo de la fantasía una operación análoga al de la creación literaria. ¿Se le ofrecía ese cuerpo como una escritura? la fantasía construida con lo visto y lo oído. Un relieve de la mirada y la voz. Los recuerdos como ficciones, donde se podría leer lo encubridor como creación. La histeria tiene una singular relación con el cuerpo: de drama, de comedia, de ensayo, de epistolario, de ciencia ficción, de terror, de pesadilla.
Es muy frecuente, entre los analistas, que la escritura tome lugar en un hacer, tanto singular como colectivo, ¿Por qué crees que a los analistas se nos impone, de algún modo, escribir?
En algún momento pensé si era un devenir del analista, escribir, si tenía que ver con la formación, si respondía a los tiempos en la formación. Cuando Lacan se hizo esta pregunta en el seminario donde trabaja Joyce, propuso que para responder a esto, había que empezar con otra pregunta ¿qué es escribir? Si lo real es una escritura, pero lo real es lo innombrable ¿qué es escribir en Psicoanálisis? Escribimos para dar cuenta de nuestra práctica, para avanzar con conceptos, para hacerlo circular con otros, para inscribirlo en el circuito del don. ¿Qué es escribir en un análisis? ¿Cómo se trabaja con las ficciones del discurso con las que llega un paciente, cómo se van desanudando y escribiendo otras? Escribir implica diferenciar lenguaje, significante, letra, palabra. Con respecto a esto, voy a seguir avanzando.

Muchas gracias a los colegas de Extremidades.
Rocha Arzola
Lic. en Psicología. Psicoanalista en formación en Encuentros de Psicoanálisis, sede Olivos, Buenos Aires. Realiza su práctica clínica con niños, adultos y adolescentes en consultorio.
Editora y tutora de trabajos finales de grado en Psicología y Psicoanálisis.


viernes, 20 de diciembre de 2019

El escritor no es el que experimenta la belleza del lenguaje sino su profundidad




La escritura es la forma en que se procesa el saber


ALBERTO GIORDANO
Docente Universitario, enseña teoría literaria. Investigador del Conicet. Crítico literario con versión ensayística, uno de los autores de referencia en su trabajo es Roland Barthes. Su relación con el psicoanálisis también la sitúa como similar al del autor francés: simpatía teórica en relación al psicoanálisis que le permite animarse a usar algunas reflexiones teóricas, un uso sin protocolo al decir de Adorno. Alberto se analizó durante muchos años con distintos analistas y atravesó una experiencia que puede llamar, luego de haberlo hablado muchas veces con su último analista, como de fin de análisis. El resultado de esto fue un libro publicado que surgió a partir de sus posteos en Facebook en el cual recoge algunos efectos de ese fin de análisis.

Como un “usuario” del psicoanálisis te animas a contarnos ¿Qué te posibilitó el psicoanálisis en el transcurso de tu vida?

(Suspiro) No es una pregunta fácil de responder. Sobre todo porque creo que los efectos que tiene participar de una experiencia psicoanalítica, para el paciente, los efectos que tiene sobre su vida afectiva, muchas veces son indirectos, … retrasados en el sentido de que ocurren en un tiempo muy posterior al de la experiencia propiamente dicha, indirectos, conjeturales. No todos, por supuesto que hay veces que los efectos son más o menos inmediatos y reconocibles. Pero bueno, lo que quiero decir que lo que me habría posibilitado es múltiple y tiene distintas características.
Como idea general lo que se me ocurre es que lo que me ha posibilitado el psicoanálisis es sobrellevar la vida, volverla más activa… dentro de lo posible, ¿no? conforme a las inclinaciones  íntimas mías, … más “creativas”…, es un término complicado creativas, pero bueno en el sentido de abrir posibilidades que no estaban definidas previamente, no solo desarrollar potencialidades, sino abrir como nuevas posibilidades, ¿no? discretamente nuevas, no transformaciones extraordinarias, pero sí posibilidades que no estaban contempladas previamente antes de que se aparezcan y uno sabe que… o tiene la impresión de que ese aparecer de las nuevas posibilidades, está relacionado con lo que estuvo haciendo en análisis, ¿no?
Después bueno, en época de grandes crisis o de enfermedad…En realidad en los transes de depresión, que tuve varios en mi vida creo que ahí la acción del psicoanálisis fue más indirecta y no tan determinante, … quiero decir… fue más en los momentos de salida de la depresión en donde ahí sí el encuentro con la experiencia del análisis resultó muy productivo, muy eficaz. Pero bueno, obviamente cuando decía en momentos de crisis pensaba más en transes de angustia…, uno es como que roza o toca cuestiones que no sabe bien cuáles son pero que advierte que son decisivas, ahí la conversación psicoanalítica, la conversación con el psicoanalista, en esa forma rara de conversación, tuvo un efecto importante para esto que decía al principio: abrir la posibilidad de perspectivas diferentes para pensar lo de siempre, para pensar lo mismo de siempre, pero con un ligero corrimiento.
Después otro efecto que se me ocurre y que es muy importante, es que me ayudó el psicoanálisis a desprenderme de ideales que la exigencia de cumplirlos me complicaba mucho la vida. Entonces relativizar el valor de esos ideales o directamente desprenderme de ellos que fue algo siempre muy costoso, fue algo a lo que evidentemente me resistía mucho pero ahí sí diría gracias al análisis logre cierto desprendimiento, ciertas relativizaciones, que me aliviaron mucho el hecho de vivir. Desprenderme de esa carga de exigencias.



¿Consideras que esta experiencia por el análisis te sirvió para volverte un “escritor más serio”?

Es una pregunta que también es difícil de responder. Ahí habría que distinguir el psicoanálisis en el sentido de, esto que llamaba la conversación psicoanalítica, el tipo de experiencia de conversación que uno tiene con un analista. Los efectos que eso haya tenido sobre mi escritura realmente son muy indirectos, ni siquiera sé si los podría identificar. Pero seguramente lo tienen que haber tenido. Quiero decir, esos efectos yo los localizo en mi vida en general, cuando antes hablaba del aligerarme de la carga que implican ciertos ideales, eso por supuesto compromete la relación con la escritura, muchísimo. Pero bueno, no dejan de ser efectos indirectos.
El paso por el fin del análisis vino acompañado de una ligereza, de una alegría, de un entusiasmo que por supuesto impactó con la escritura, con la práctica del ensayo y con la crítica. Pero después están las lecturas de textos psicoanalíticos o reflexiones que vienen del campo del psicoanálisis sobre el ensayo, sobre la escritura, el impacto mismo del psicoanálisis en ciertos teóricos de la literatura, el diálogo entre teóricos filósofos con el psicoanálisis. Todo ese campo creo que tuvo un efecto más directo sobre mi modo de pensar la escritura, critica, de pensar la relación con los conceptos. Tomar una conciencia crítica más aguda de lo que significa el lenguaje en términos de lo que hace posible y lo que imposibilita, lo que da de más y lo que quita. Hay una definición de Barthes en donde él dice que el escritor no hay que pensarlo, no sólo hay que pensarlo diría yo, como una función cultural prestigiosa sino que sobre todo es un operador del lenguaje que tiene una relación problemática con el lenguaje, ¿no? Barthes dice el escritor no es el que experimenta la belleza o la instrumentalidad del lenguaje sino el que experimenta su profundidad. Yo diría el que experimenta sus ambigüedades, el que experimenta sus insuficiencias y sus sobreabundancias. En ese sentido creo que las lecturas psicoanalíticas contribuyeron mucho a mi formación como escritor, ¿no? En este sentido de tener una cierta conciencia de lo que implica jugar con el lenguaje, jugar al pensamiento crítico, jugar al ensayo o jugar con el diario en Facebook. Para mí el psicoanálisis es una teoría de varias cosas, una teoría conjetural, una teoría indirecta. También lo es de la escritura en este sentido de un uso afectivo o intensivo del lenguaje.



Hay una fantasía de muchos artistas, en el sentido de que analizarse, podría esterilizarlos artísticamente. ¿Qué opinión te merece?

No sé muy bien cuánto de esa superstición sigue funcionando. Me consta que en algunos escritores grandes, como con Edgardo Cozarinsky con quien alguna vez charle de esto, eso todavía está presente. En las generaciones posteriores, yo creo que de la mía –yo tengo 60 años- de la mía hacia abajo se me ocurre que esta superstición de que analizarse podría limitar las potencialidades estéticas o achicarlas o esterilizarlas se me ocurre que no debe tener una vigencia tan importante.
No puedo dejar de pensarla como una superstición. Digo superstición en el sentido en el que habla de las supersticiones Deleuze cuando dice que son creencias no necesariamente falsas sino creencias que limitan la capacidad de actuar de algo. En este caso de una subjetividad con deseos de escritura.
Creo que con el psicoanálisis, como con cualquier cosa, en términos de práctica estética o práctica de escritura, se trata de los modos en que uno lo usa y en los modos en que uno se relacione con eso y puede en algún caso inhibir como hay muchos casos en los que puede potenciar posibilidades. A mí nunca se me presentó como un problema, lo que pasa que mi escritura al estar ligada al ensayo estuvo pensada siempre como búsqueda de saber, no en el sentido que la escritura sería un medio de comunicar saber sino en el sentido en que la escritura es la forma en que se procesa el saber. Y bueno esa es una idea que simpatiza mucho con creencias psicoanalíticas entonces se lleva muy bien con el psicoanálisis. Me ha estimulado el psicoanálisis en este sentido: mi búsqueda, por ejemplo, de lo íntimo en las escrituras autobiográficas…, de hecho mi estrategia de lectura crítica, si hubiese una pero generalizando y simplificando, mi estrategia de lectura crítica de textos autobiográficos –que he trabajo mucho sobre eso-, responde a una especie de inspiración psicoanalítica, un poco deconstructivista en el sentido derridiano. Digo, el leer en los procesos de autofiguración, es decir, en los procesos de autoconstrucción de imágenes que realizan los escritores, cuando escriben sobre sí mismos, leer ciertos intervalos, leer desvíos, suspensiones, donde aparece que hay otra cosa en juego, que no necesariamente se sabe qué es –y a veces no interesa saber qué es, a veces sí-, pero esa incidencia de otra cosa le da a la escritura una intensidad mayor y diferente a la de mera autorepresentación del escritor a través de la escritura. Haciendo ese trabajo me he sentido muchas veces una especie no de psicoanalista, porque por supuesto no están las coordenadas del trabajo psicoanalítico, pero sí esta idea de una escucha de aquello que aparece donde no se espera que aparezca y eso que aparece inesperadamente donde no se esperaba que aparezca viene investido de interés importante. Esa es una metodología de lectura crítica que para mí, entre otras fuentes, tiene al psicoanálisis como referencia.

Entrevista realizada por Gabriel Artaza Saade
Psicoanalista


domingo, 8 de diciembre de 2019

La palabra que falta es la que da sentido a todas las palabras




“No sé por qué le quería hasta el extremo de querer morir de su muerte. Nada nuevo podía alcanzar ese amor. Yo había olvidado la muerte”.

Marguerite Duras

“El amante”

En "Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis", dice Lacan: "Ya sea por agente de curación, de formación o de sondeo, el Psicoanalisis no tiene sino un médium, la palabra del paciente. La evidencia del hecho no excusa que se la desatienda. Ahora bien, toda palabra llama a una respuesta", y añade: "incluso si no encuentra más que el silencio. Este es el meollo de su función en el análisis".
Hace un tiempo atendí a un niño de 5 años, cuya madre había muerto algunos meses atrás, de un modo trágico.
Desde ese tiempo, no hablaba.
Entraba mirando hacia abajo, jamás me miraba. A veces se sentaba en el piso, tomándose de sus rodillas, en posición fetal. Había bajado de peso, apenas se alimentaba. Pasaron algunos meses y nada de lo que hiciese tenía efecto. 
Su abuela me había contado que había aprendido a leer a los 4 años y que lo que más le gustaba era escribir y dibujar.
Un dolor profundo, real, indecible, lo había capturado, enmudenciendolo.
Frente a ese imposible, la apuesta del deseo del analista era la brújula que se abría paso en la oscuridad. 
Con el correr del tiempo, y supervisiones mediante, me di cuenta que nada de lo que implicase una demanda de que (me) hable, lograría sacarle una palabra. Hasta, creo, que él se anticipaba a cualquier intento que de mi parte, tendiese a surcar su silencio.
Un día yo llegaba tarde al consultorio, él estaba sentado junto a su abuela, en la sala de espera. Al pasar - casi corriendo - delante suyo, me miró desconcertado.
Ese cruce de miradas resultó alentador. Abrí rápido la puerta, en gesto de prisa. Al hacerlo pasar, le dije que - tal como veía - esta vez estaba apurada, ya que necesitaba encontrar una serie de palabras.
Un acerto de certidumbre anticipada esperó al sujeto allí donde él no lo esperaba.
En realidad, él sí esperaba.
La demora había causado cierta inquietud convirtiéndose en una contingencia virtuosa.
Por primera vez, me dirigió una mirada. Lo vi sentarse hacia mí con curiosidad.
En el pizarrón, yo iba escribiendo palabras con sílabas idénticas, una especie de cuadrigrama, pero con letras faltantes. Me paraba, tomaba un diccionario, me sentaba nuevamente, completaba y borraba letras, hablando sola.
En voz alta y en tono de desazón, enuncié; “La palabra que quiero, falta!”, y me senté en un rincón.
Minutos después, lo veo pararse, tomar un fibrón y colocar letras allí donde suponía palabras... las suyas.
Lo traumático había extraído al sujeto del campo de la palabra. Había borrado al otro. El otro ya no existía para él.
La palabra que faltaba había interpuesto una brecha, un muro de lenguaje, entre el sujeto y la falta… que instituye la palabra.
El mutismo aparece allí, como una posición sintomática, una respuesta ante lo real, lo imposible de la muerte.
Que al Otro le falte la palabra fue allí una chance para completarlo, una apuesta a la creencia de que hay aún un Otro que espera su advenimiento como sujeto.
Lo traumático arrasa lo más propio de un sujeto.
Hablar supone una renuncia, nadie entra al lenguaje sin perder algo. La palabra es pura pérdida. Pero en la abstinencia no hay renuncia, la inexistencia del otro no es su pérdida.
La palabra que falta era la suya, y también la que había perdido en lugar de su madre. 
En este punto, el deseo del analista fue una invitación a encontrar allí una palabra que pueda nombrar la ausencia.
Una palabra que dió sentido a todas las palabras, a un decir del que pudo servirse para que el agujero pudiese comenzar a bordearse.
Es necesaria la excepción, esa palabra faltante, en el lugar del sujeto, que funda el orden del significante, para que la trama del discurso se constituya como lazo al otro.


                                María Paula Giordanengo

miércoles, 4 de diciembre de 2019

El amor es una nada




“Alcancé por fin el momento en que nada existe. Ni un cariño de mí hacía mí: la soledad es ésta, la del desierto. El viento como compañía. Ah pero qué frío hace. Me tapo con la melancolía suave, y me hamaco de aquí para allá, de aquí para allá, de aquí para allá. Así. ¡Sí! Así es”.
Clarice Lispector.





Hay un lugar privilegiado para trabajar la cuestión de la Nada: El ser y la nada de Jean-Paul Sartre. Tal vez uno de los clásicos más olvidados del siglo XX. La primera parte del libro la dedica al “Problema de la Nada”, para indicar el origen de la negación. Siendo éste un punto crucial del ser, del mismo modo que Descartes se encontró con un impasse al estudiar las relaciones del alma y el cuerpo, quien aconsejaba buscar la resolución de esto en el campo de la imaginación. Pero ¿Qué es la imaginación? El amor, puesto que cuando hablamos de amor siempre lo hacemos en el plano de una imagen que conduce a un acto, la imaginación es un factor fundamental. Sin embargo, no recubre la problemática de la “nada”.
Siguiendo a Heidegger, quien localiza una verdad en el ser-en-el-mundo, como constitutiva de una relación del hombre con el mundo, es que Sartre se acerca a la idea de la nada, ya que se trata de un elemento intersticial. Una pregunta orienta la investigación de Sartre “¿Qué deben ser el hombre y el mundo para que la relación entre ambos sea posible?”. Y se responde de la siguiente manera: “este hombre que soy yo, si lo capto tal cual está en este momento en el mundo, advierto que se mantiene ante el ser en una actitud interrogativa. En el mismo momento en que me pregunto: Hay una conducta capaz de revelarme la relación del hombre con el mundo? [...] Toda interrogación supone, pues, un ser que interroga y un ser al que se interroga”. Si pasamos al campo del amor, articulando estas dos variables, el ser y el mundo, podríamos suponer una articulación entre el sujeto amado y el amante, dos lugares intercambiables en la lógica amorosa. En la hiancia de estos lugares, es que podemos situar al modo de un primer acercamiento, la idea de la  nada. Entre el sujeto amoroso y el objeto amado, hay una nada. Pero una nada elevada al lugar del valor supremo de las relaciones humanas. Es por eso que podemos decir “si no hay amor, que no haya nada”, pues sin eso, pareciera que todo tiende a desvanecerse.
Pero ahora ¿Qué es ese ser que interroga y aquel otro ser al que se interroga? Rápidamente tendemos a sustancializar y a ubicar ahí a fulano y a mengano, pero de lo que se trata, es del ser en cuestión, esto es, aquello que se constituye como representación de “algo” que ocupará la función del “ser”. Es por esto, que en la interrogación, el ser puede confluir con la nada.
Continuamos con Sartre: “habíamos partido en busca del ser y nos pareció que éramos conducidos al seno del ser por la serie de nuestras interrogaciones. Y he aquí que una hojeada a la interrogación misma, en el momento en que creíamos alcanzar la meta, nos revela de pronto que estamos rodeados de nada. La posibilidad permanente del no-ser, fuera de nosotros y en nosotros, condiciona nuestras interrogaciones sobre el ser. Y el mismo no-ser circunscribirá la respuesta: lo que el ser será  se recortará necesariamente sobre el fondo de lo que el ser no es. Cualquiera que sea esta respuesta, podrá formularse así: El ser es eso y fuera de eso, nada”.
Si localizamos por ejemplo al “amor” en el concepto de ser, el amor como un ser, es decir, como algo que existe en sí mismo, todo aquello que no ingrese en ese lugar, es decir, todo lo que quede por fuera, será entonces, nada.
Ahora bien, es preciso hacerse la siguiente pregunta ¿Cómo y quién definirá en el mundo de lo subjetivo qué es el amor? Para poder ubicar ahí aquello que será considerado como correspondiendo al campo amoroso. Tal vez estemos todos de acuerdo, como primera incursión, a pensar que el amor es un sentimiento. Mejor dicho, una pasión. Así, podríamos diferenciarlo del odio, como su reverso pasional. Entonces podríamos argumentar que todo aquello que no es amor es odio. ¿Y sí agregásemos a la indiferencia, solo por tomar los rasgos de un bolero? La cosa comienza a complicarse en cuanto vamos agregando otros elementos. ¿Y si lo hacemos más complejo aún, sumamos al poliamor, a la monogamia, al amor romántico, etc, diferentes formas de nombrar algo que en principio era un sentimiento?
“Si no hay poliamor, que no haya nada”, podría ser el imperativo del futuro, y aunque nos riamos hoy a carcajadas, el día que un ideal se instala, hay que ver como desterrarlo de lo más profundo del ser.
Entonces, tenemos en primer lugar dualismos: ser/nada, amor/nada. Pero con sólo introducir un término la cosa se complejiza: indiferencia.
Por supuesto que pasar del amor a la nada, hace que el primero quede exaltado y la segunda degradada. Así, el amor entonces ocupa el lugar del “todo”, como otra forma de nombrar las relaciones lógicas entre los términos. O todo o nada, podría ser la formulación expresada en la canción. No me des migajas, quiero “todo”. “Dame todo tu amor” es el pedido del sujeto amoroso hacía el objeto amado. Que no es más que un “conviértete tú mismo en sujeto amoroso y posa sobre mí las garantías del objeto”. Esa garantía no es sino la del Narcisismo, la de quedar en el lugar de la causa del amor del sujeto, que para el caso, ya está en otro lado.
Endiosar al amor, puede tener como reverso, el encuentro con un desierto de vida, tal como emerge de la lectura del epígrafe: el momento en que nada existe. Dolor por la existencia por fuera del ser del amor. Si no hay amor que no haya nada, como una forma de librarse del otro bajo la forma de la despedida, pero también bajo la forma de la aniquilación del otro, en los femicidios.
Dice Roland Barthes: “Cuando me ocurre abismarme así porque no hay más lugar para mí en ninguna parte, ni siquiera en la muerte. La imagen del otro –a la que me adhería- ya no existe; tan pronto es una catástrofe (fútil) la que parece alejarse para siempre, tan pronto es una felicidad excesiva la que me hace reencontrarla; de todas maneras, separado o disuelto, no soy acogido en ninguna parte; enfrente, ni yo, ni tú, ni muerte, nadie más a quién hablar”.
¡Nadie más a quién hablar!
La experiencia del amor sitúa al sujeto frente a la angustia. Así lo planteaba Freud, en tanto el sujeto no se angustia ante la no satisfacción de las pulsiones de conservación, sino más bien ante la pérdida del amor. Y es por esto que nació el psicoanálisis, ante síntomas que nadie escuchaba, Freud dio la palabra, para que las histéricas de su época la tomaran. Es por eso que podemos decir también que el psicoanálisis es una nueva forma de amor, en tanto viene al lugar del “nadie más con quién hablar” propio de la experiencia amorosa. Por eso también, cuando alguien consulta por “problemas” de pareja en el campo del amor, es porque algo comenzó a desparejarse. Se demanda análisis porque el amor ya no causa, y es necesario un nuevo camino de reinvención. Para ello será necesario pasar de la pasión amorosa a la lógica del amor, donde la nada cobrará otro estatuto, la de impulsar a una búsqueda en el significante, que en tanto tal no significa nada, pero que en su encadenamiento con otros, constituye una estructura para alojar al sujeto en su relación con el objeto en el fantasma.          

Jorge Luis Rivadeneira