sábado, 24 de agosto de 2019

Apuntes sobre la Interpretación de los sueños








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Hace un tiempo venimos trabajando con unos colegas "La interpretación de los sueños" de Freud y a mí me viene dando vueltas por el hombro la pregunta de ¿Qué es dormir? Porque si el sueño es el guardián del dormir, entonces los sueños se distinguen del dormir, es decir, del dormir no podemos decir nada. Sí del sueño. El dormir es un apagón, ¿Un otro goce? Freud, citando a Burdach, un sabio fisiólogo alemán, escribe: "El dormir sobreviene sólo a condición de que el alma no sea incitada por estímulos sensoriales, (...) pero la condición del dormir ni es tanto la ausencia de estímulos sensoriales cuanto, más bien, la falta de interés en ellos". Sabemos que el "interés" fue una de las formas de Freud de nombrar la pulsión yoica, que en tanto tal, se articula a lo fálico. Despojarse de interés para dormir, no para conciliar el sueño, sino para entrar en ese agujero por el que tememos perdernos. Por eso dormir suele ser tan angustiante para muchos y necesitan pastillas para hacerlo, porque allí se presentifica algo de lo inasible, en suma, de la Castración.


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Uno de los textos que más me sirvió para entender algo de Psicoanálisis fue “La bibliografía científica sobre los problemas del sueño” incluido dentro de La Interpretación de los Sueños de Freud (1900). Doscientos sesenta libros (más o menos) fueron los que leyó Freud y le permitieron escribir este texto, y por lo tanto hallamos en él interminables referencias para dar cuenta de lo que se propone introducir. Esta “bibliografía científica…” le permite dar cuenta de las diversas formas de acercarse a aquello que nos es más propio pero también más ajeno. Desde las preguntas qué es dormir, por qué soñamos y hasta por qué despertamos, traza enormes referencias para ubicar lo que toma el psicoanálisis de lo que hasta ese momento se había conceptualizado en torno a los sueños. Puedo decir que es un texto delicioso, con ejemplos magistrales sobre lo posible del lenguaje. Por ejemplo, cuando cita a Hildebrandt “he ahí lo extraordinario: el sueño por regla general no toma sus elementos de los acontecimientos mayores y más graves, ni de los intereses más poderosos y urgentes del día anterior, sino de cosas accesorias, por así decir de los jirones ínfimos de lo que acaba de vivirse o del pasado que ahora regresa. La muerte desgarradora de un familiar, bajo cuya impresión nos dormimos, queda borrada de nuestra memoria hasta que en el instante en que nos despertamos vuelve a ella con violencia perturbadora. En cambio, la verruga que tiene en la frente un amigo al que encontramos y en quien ya no pensamos más después de una fugaz visión, esa sí que desempeña un papel en nuestro sueño…”. Esa deriva hacia lo insignificante, lo nimio, lo que escapa a la conciencia, esos pequeños fragmentos de nuestras vidas son lo que constituyen lo más importante para un sujeto y es lo que considero como lo esencial de mi práctica. Voy cazando detalles ahí donde se ve padecimiento, voy trazando puntos y líneas, ahí donde otros ven círculos viciosos. Donde algunos ven el museo, yo voy a buscar la mancha en el cuadro, y desde ahí algo de lo perdido se recupera, para poder perderlo de nuevo.


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Tendemos a pensar las causas de lo que vivimos como algo anterior a los actos, como si hubiera una predisposición anterior al acto. Es lo que aprendimos de Freud cuando por ejemplo habla de condición. Sin embargo, lo que muestra el mismo texto Freudiano, es que por más que busquemos en el pasado, son las consecuencias las que se constituyen en causales. Luego de perder a un ser querido es que nos preocupa su ausencia, no antes. Es cuando un Gobierno te destroza cuando comenzamos a pensar en la elección que hicimos. Nunca la causa está antes. La causa viene del futuro.


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Encontramos en la “Interpretación de los sueños” de Freud una idea que luego Noé Jitrik expondrá en su poema “Infamias” del libro “Última copa y no va màs”. Dice Freud allí: “Por lo contrario, Platón opina que los mejores son aquellos a quienes sólo en sueños se les ocurre lo que otros hacen despiertos”. En su poema, Noé Jitrik hace referencia a un incendiario, alguien que ha desatado sobre la naturaleza su odio irrefrenable y hace caer sobre sí la lenta infamia, de aquellos que no se animan y que por un acto del mirar, se dedican a contemplar los horrores de que es capaz el humano. Sabemos del lugar que Freud otorga al libro sobre los sueños, en tanto da inicio a lo que llamará Psicoanálisis. Asimismo será la interpretaciones de los sueños la vía regía para el acceso al inconsciente.


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En la lectura que Freud hace acerca de los sueños en una vasta cantidad de libros recorridos, lo que más llama la atención es su referencia a algo que se escapa, algo ligado no tanto al significante, sino más bien al objeto. En relación a la pérdida encontramos lo siguiente: “… por regla general sólo soñamos con las cosas que más nos han conmovido durante el día cuando han perdido el atractivo de la actualidad para la vida de vigilia”. Luego articula la pérdida con lo singular: “De tal suerte, en el análisis de la vida onírica tenemos a cada paso la impresión de que no pueden establecerse reglas universales”. También podemos encontrar en la misma página referencias al resto y a lo inasible: “En realidad, en ningún caso se ha logrado esa resolución completa de un sueño, y a quienes la intentaron les quedaron sobrando ingredientes oníricos –casi siempre muy abundantes- sobre cuyo origen nada puede decirse”. “En esta perplejidad la mayoría de los autores se han inclinado por empequeñecer en lo posible la contribución de lo psíquico en la excitación de sueños, que tan inasible se presenta”. El deleite por el detalle, por lo único, indivisible, inimaginable, solitario, incongruente, no idéntico, etc., es el corolario fundamental en el que se asienta el Psicoanálisis, y lo encontramos de manera abundante en el texto Freudiano. Y del cual Lacan supo extraer, de la manera más precisa, su lógica y validez en un mundo siempre cambiante en el que cada quién lleva a cabo su práctica.






Jorge Luis Rivadeneira

lunes, 12 de agosto de 2019

La patologización de la infancia en la hipermodernidad


        



                                “He llegado por fin a lo que quería ser de mayor: un niño”.


Joseph Heller


Es frecuente en quienes trabajamos en la clínica con niños, recibir a padres que llegan a la consulta con un enunciado bastante acabado respecto de lo le ocurre a su hijo, cuando un diagnóstico se ha efectuado precipitadamente, en particular en los casos donde se presentan dificultades que afectan al desarrollo o las pautas madurativas que se esperan vayan siendo acordes a la edad de éste.


Habitualmente, llegan a la consulta, después de un largo recorrido, las más de las veces abatidos frente a un significante que los conmueve. El diagnóstico se impone así, como una “certeza”, de la que nada se atreven a decir.


Algunas veces hasta llegan a hablar de su hijo como “este tipo de chicos” donde lejos de poder ligarlo a una cadena familiar, allí donde se constituye la operación de filiación, lo aproxima más bien, a un grupo o clase anónima, dejando por fuera su subjetividad.


Esto supone varios enfoques que responden a un paradigma cientificista, por el cual se sostiene la promesa de que todo debe ser categorizado. Cuantas más categorías más “garantías” de que nada escape al control, que la ciencia puede erigirse en el Amo que todo lo ve, al estilo del panóptico foucaultiano. Así, las herramientas y manuales de diagnóstico operan en el sentido de cualquier maquinaria de control social.


Es en esta pretensión de universalidad a la que aspira el discurso de la ciencia, en la que se asienta el furor clasificatorio, cuya única respuesta posible es la angustia en tanto señal de un real potente e irreductible que resiste a ser bordeado con palabras.


La contracara de esta ligereza con que frecuentemente se arriba a un diagnóstico cuando un niño presenta cierto “malestar”, es la prescripción de psicofármacos a escalas alarmantes.

El malestar debe ser disminuido a cero, desconociendo las coordenadas precisas que marcan la historia de ese sujeto, las condiciones de su llegada, su lugar en el deseo de sus padres, los avatares de la historia de cada padre que se harán eco en la manera en que ese niño es acogido en el seno familiar.


El lenguaje, nos dice Lacan, no es algo que se nos haya dado sin traspasarnos al mismo tiempo… “Una realidad temblorosa y vacilante hecha del deseo de nuestros padres…”. El lenguaje preexiste, afecta al sujeto, lo instituye como tal.


Desde el Psicoanálisis sostenemos una escucha de la singularidad. Esto quiere decir acoger a esos papás que consultan en una práctica de discurso en la que ellos son portadores de un saber sobre su hijo que, a medida que podamos desplegarlo, dará las claves de aquél sufrimiento, ya sea el suyo propio, o el del niño.


Es sabido que en torno a un niño circulan diversos discursos, el discurso parental, escolar, social, médico, que se entraman en una compleja trama. Será la lectura del detalle de la particularidad que ese niño presenta, lo que nos permitirá sentar los mojones que orienten la dirección de la cura, sin dejar por fuera la propia palabra del niño, aun cuando no hable.


La posibilidad de que un niño logre apropiarse de determinados saberes no responde sólo a condiciones madurativas, sino que estará atravesada por los tiempos de su constitución subjetiva.


Aun cuando lo que aparezca en primer plano son los trastornos de orden neurológico es responsabilidad de aquél que trabaje con niños que allí donde parece estar “todo dicho”, pueda advenir un sujeto, ser agente de la palabra, la suya, y hacer con ese real que porta una invención a nombre propio.


Los profesionales que atiendan estas consultas, sobre todo las iniciales, donde el desconcierto, la desazón y la angustia en los padres puede ser desbordante, deberán tener en cuenta que la suposición de saber que quienes consultan le atribuyen, convierte cada palabra de aquél primer encuentro, de aquellas primeras consultas, en una suerte de “piedras” que se irán colocando unas sobre otras.


Si el muro llega a ser tan alto, tanto que los sobrepasa, difícilmente puedan volver a ver a su hijo, o escucharlo, ficcionar sobre qué quiere, qué le pasa, qué cosas le gustan y cuáles le desagradan, cómo significar sus estados de tristeza, sus berrinches, su deseo.


Las clasificaciones varían de acuerdo al discurso de la época. Se habla de niños estresados, hiperactivos y hasta de depresión infantil en aquellos casos en que el niño manifiesta el mínimo displacer o desgano frente a la agotadoras rutinas impuestas por los adultos. Cada vez más ofertas para que el tiempo del niño sea pulverizado.


Es responsabilidad de cada uno de nosotros como colectivo social oponernos a la patologización de la infancia.


En este sentido, el efecto devastador del que hablamos tendrá que ver con el modo en que estas piedras amurallan al niño y signan de allí en más su porvenir adulto.





María Paula Giordanengo


Agosto 2019