La vestimenta es una
forma de causar el deseo. La moda, una forma de evitar la angustia.
Las prendas de vestir
suelen revelar la estructura del deseo, pues se hallan en relación a
un fenómeno muy preciso: tapar el cuerpo, principalmente los
genitales.
Es llamativo que los
celos de algunos hombres con las mujeres se despierten cuando se les
“ve” un poco de más la cola o los pechos, de acuerdo a la ropa.
“¿Por qué te pusiste eso?” suele ser la pregunta que nuclea a
estos hombres (por supuesto que en esta categoría no entran los
varones deconstruidos a los que nunca les preocupa nada, salvo el
glaciar Perito Moreno). Suele pasar cuando una mujer se prepara para
una fiesta o una actividad donde la mirada se pone en juego.
Cuando la situación se
cumple en otro contexto, pongamos para el caso la playa o el
gimnasio, donde el cuerpo de la mujer suele estar más expuesto, la
angustia del celoso suele quedarse en remojo y no se manifiesta.
De lo que se trata en los
celos, entones, es de la aparición de un objeto cercano pero
invisibilizado en la dialéctica narcisista de la elección del
partenaire, donde lo que causa queda relegado como atributo a
esconder, pues viene del Otro. Lo que ingresa a jugar un papel
principal, es la presencia de objetos que no caducan, que están
siempre en su justo lugar, diferente de la detumescencia, en tanto
saber que acompaña al hombre desde que es “dueño” de un órgano
que lo apresa, y que ningún Viagra puede sostener al infinito. Que
los objetos estén siempre en el lugar justo, se refiere también a
una temporalidad, por eso causa siempre más una joven mujer que
aquella a la cual el cuerpo comienza a seguir la ley de la gravedad.
Y es por eso también que las operaciones de las “lolas” suele
ser un factor común de nuestro tiempo.
Son las mujeres las que
saben hacer con la moda y la vestimenta, pues algo del objeto no es
localizable en ellas, y por lo tanto, logran in-vestirse con las
prendas de una forma tal de suscitar el deseo y por ende la angustia.
Me gustaría diferenciar
esto del término peyorativo de “Provocación”, término
utilizado por hombres y mujeres para acusar a una mujer que algo
causa. Lo interesante es que, para algunas mujeres, cuando un hombre
la acusa de provocativa se molestan. Sin embargo, por efecto de la
represión, las acusadas suelen a su vez ser acusadoras, cuando otra
mujer toca algo de su deseo. Recuerdo una mujer que se quejaba de su
novio porque en una situación le cuestionó la remera que llevaba
puesta, hasta casi denunciarlo públicamente de machista y violento,
pero cuando vio a su cuñada (novia de su hermano) con una pollera
corta, no podía dejar de nombrarla como una “puta”.
La vestimenta, investimento del cuerpo, es esa cuota de narcisismo que alimenta el alma, anima el cuerpo, le da vida. Por eso Lacan decía que es un instrumento de la relación con el otro así como una forma de ubicar la imagen del cuerpo en su función seductora sobre el partenaire sexual.
La vestimenta mantiene
esta función mientras se reduce a sostener la castración
imaginaria, es decir, como depositaria de una falta que encarna el
deseo y produce un movimiento. Pero en nuestra cultura posesiva, es
un problema. Y allí viene lo peligroso. Cuando en lugar de producir
deseo, abre las puertas al odio y la envidia.
El odio en los hombres
por no saber hacer soporte de su impotencia, angustia mediante, de la
caída que lo constituye como tal. Envidia de las mujeres, por hacer
emerger en la otra, el deseo por ellas perdido.
El cuento siempre termina
en una falta: labios pintados en el cuerpo; colores singulares
en el grupo. Recuerdo a una mujer, altamente criticada por sus
colegas por llevar siempre pañuelos de diferentes colores, en un
contexto donde la blusa parca era la regla.
Por eso, aquello asociado
al machismo, habría que encontrarle una causa. Porque no basta con
decir, eso es machista, ya que el índice no hace cadena, simplemente
indica. Por supuesto que la victimización o la desculpabilización
del hombre están descartadas. Pero hay que localizar algo en
el desconocimiento del objeto que suscita su deseo en la imagen
especular, con el riesgo de que dicho deseo haga desaparecer la
belleza causante de su angustia, constituyendo tal vez, un hombre sin
ambages.
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