miércoles, 12 de junio de 2019

In-vestir masculinidad.


La vestimenta es una forma de causar el deseo. La moda, una forma de evitar la angustia.
Las prendas de vestir suelen revelar la estructura del deseo, pues se hallan en relación a un fenómeno muy preciso: tapar el cuerpo, principalmente los genitales.
Es llamativo que los celos de algunos hombres con las mujeres se despierten cuando se les “ve” un poco de más la cola o los pechos, de acuerdo a la ropa. “¿Por qué te pusiste eso?” suele ser la pregunta que nuclea a estos hombres (por supuesto que en esta categoría no entran los varones deconstruidos a los que nunca les preocupa nada, salvo el glaciar Perito Moreno). Suele pasar cuando una mujer se prepara para una fiesta o una actividad donde la mirada se pone en juego.
Cuando la situación se cumple en otro contexto, pongamos para el caso la playa o el gimnasio, donde el cuerpo de la mujer suele estar más expuesto, la angustia del celoso suele quedarse en remojo y no se manifiesta.
De lo que se trata en los celos, entones, es de la aparición de un objeto cercano pero invisibilizado en la dialéctica narcisista de la elección del partenaire, donde lo que causa queda relegado como atributo a esconder, pues viene del Otro. Lo que ingresa a jugar un papel principal, es la presencia de objetos que no caducan, que están siempre en su justo lugar, diferente de la detumescencia, en tanto saber que acompaña al hombre desde que es “dueño” de un órgano que lo apresa, y que ningún Viagra puede sostener al infinito. Que los objetos estén siempre en el lugar justo, se refiere también a una temporalidad, por eso causa siempre más una joven mujer que aquella a la cual el cuerpo comienza a seguir la ley de la gravedad. Y es por eso también que las operaciones de las “lolas” suele ser un factor común de nuestro tiempo.
Son las mujeres las que saben hacer con la moda y la vestimenta, pues algo del objeto no es localizable en ellas, y por lo tanto, logran in-vestirse con las prendas de una forma tal de suscitar el deseo y por ende la angustia.
Me gustaría diferenciar esto del término peyorativo de “Provocación”, término utilizado por hombres y mujeres para acusar a una mujer que algo causa. Lo interesante es que, para algunas mujeres, cuando un hombre la acusa de provocativa se molestan. Sin embargo, por efecto de la represión, las acusadas suelen a su vez ser acusadoras, cuando otra mujer toca algo de su deseo. Recuerdo una mujer que se quejaba de su novio porque en una situación le cuestionó la remera que llevaba puesta, hasta casi denunciarlo públicamente de machista y violento, pero cuando vio a su cuñada (novia de su hermano) con una pollera corta, no podía dejar de nombrarla como una “puta”.


La vestimenta, investimento del cuerpo, es esa cuota de narcisismo que alimenta el alma, anima el cuerpo, le da vida. Por eso Lacan decía que es un instrumento de la relación con el otro así como una forma de ubicar la imagen del cuerpo en su función seductora sobre el partenaire sexual.
La vestimenta mantiene esta función mientras se reduce a sostener la castración imaginaria, es decir, como depositaria de una falta que encarna el deseo y produce un movimiento. Pero en nuestra cultura posesiva, es un problema. Y allí viene lo peligroso. Cuando en lugar de producir deseo, abre las puertas al odio y la envidia.
El odio en los hombres por no saber hacer soporte de su impotencia, angustia mediante, de la caída que lo constituye como tal. Envidia de las mujeres, por hacer emerger en la otra, el deseo por ellas perdido.
El cuento siempre termina en una falta: labios pintados en el cuerpo; colores singulares en el grupo. Recuerdo a una mujer, altamente criticada por sus colegas por llevar siempre pañuelos de diferentes colores, en un contexto donde la blusa parca era la regla.
Por eso, aquello asociado al machismo, habría que encontrarle una causa. Porque no basta con decir, eso es machista, ya que el índice no hace cadena, simplemente indica. Por supuesto que la victimización o la desculpabilización del hombre están descartadas. Pero hay que localizar algo en el desconocimiento del objeto que suscita su deseo en la imagen especular, con el riesgo de que dicho deseo haga desaparecer la belleza causante de su angustia, constituyendo tal vez, un hombre sin ambages.
Jorge Luis Rivadeneira

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