viernes, 22 de mayo de 2020

¿Llamados a un nuevo ordenamiento simbólico?



 La función simbólica constituye un universo en el interior del cual todo lo que es humano debe ordenarse.
Lacan, 1954


Las categorías de la realidad humana están trastocadas, desordenadas, desde que el marco simbólico desdibujó sus coordenadas. La oposición adentro/afuera como paso de inscripción, de división, se vio sumergida en una forclusión.
Las fronteras se cerraron, esas líneas imaginarias, pespunteadas que se cruzan con los muros, se cayeron, se callaron. La superficie, bisagra entre el cuerpo y el exterior se barnizó de contagio y la continuidad erupcionó como una piel. Un nuevo silencio habita en un estado de asombro y amenaza constantes. Nos vemos confrontados a la pérdida.
La pulsión como límite y frontera entre lo psíquico y lo somático le toca confrontarse con un trabajo nuevo, un esfuerzo de invención a un nuevo destino, nuevos refugios y a la vez nuevos montajes.
Los significantes pandemia/encierro/aislamiento trastocan, irrumpen en la subjetividad. Llamados a un nuevo ordenamiento, confrontados a la renuncia continua, tiempo de duelo que anuncia otra vez que el Yo no es dueño en su propia casa.
Si el sueño es la vía regia al deseo inconciente, al lugar del gran Otro ¿Qué respuestas puede dar un sujeto, cuando este lugar se presenta como un Otro amenazante? Si bien la pesadilla es un paso de cultura, no está en el mismo orden del sueño. 
En este punto, las pesadillas prefiguran la irrupción del goce del Otro que se  presentifica en la angustia.
Las pesadillas no son por el encierro. Responden a que nos está prohibido salir.
La prohibición es una marca de la cultura. El bien común se impone al individual. Estamos insertos en una trama simbólico-imaginaria donde la renuncia es su condición inalterable.
Hay otras formas de la muerte, la simbólica, que ha marcado la historia de la humanidad.
Si no hay palabra que recubra lo real, se des(a)nuda, acechando los sueños y los días.
El sueño es la interpretación de un real que no cesa de no escribirse, se ofrece como un borde simbólico e imaginario a la angustia que recubre.
En tiempos de pandemia, hay sueños que se hacen oír, sueños que no cumplen con su función de “guardián del dormir”, sino que llevan a despertar, donde el borde fracasa. El despertar se produce por la irrupción del afecto, de angustia, que es el único afecto que no engaña.
La pesadilla presentifica un goce pero también instituye un corte a través de la angustia que suscita y que llama a un desciframiento. Contrariamente al sueño, da un paso más al traspasar el marco fantasmático, dando lugar a lo siniestro.
Una paciente llama temprano a su analista, apenas se despierta. El corrimiento de todo encuadre estipulado para las sesiones, instituyen un Otro al alcance, más inmediato. El aislamiento subvierte las distancias entre los cuerpos y va marcando otros ritmos sin impasses, con los que el analista maniobra en cada caso.
Frente a esta demanda imperiosa, el analista decide escuchar a ese sujeto que se presenta con un real que resiste a las palabras pero que urge en ser acogido por ellas. 
Cuando entonces no hay afuera ¿A dónde ir? ¿Un llamado podría a instituirlo? Acá también el artificio del análisis tiene algo para decir : sea por teléfono, por videollamada, “las máquinas más complicadas no están hechas sino con palabras, es el mundo simbólico” ( Lacan, 1954). El llamado es dirigido hacia un otro que escucha.
Conminados a un replegamiento continuo del tiempo y el espacio, urge instaurar un afuera que pacifique e instaure nuevas referencias.
“El tiempo es un efecto fugaz”, dice la canción de Fito, pero para que tenga efecto en un sujeto, el tiempo tiene que entrar en un marco simbólico/ imaginario. El reloj es esa esfera, ese círculo cerrado que da la ilusión de cierto cálculo frente a lo insondable del tiempo, donde la vida transcurre en 24 horas. Un nuevo arreglo de manecillas para que la vida ingrese en nuevas coordenadas, día tras día.
En la práctica clínica, se escucha decir que el tiempo transcurre más lento, que las rutinas se hacen más abrumadoras, a pesar de tener más tiempo, o que el presente se torna ilimitado. 
En este contexto, el mandato superyoico no tarda en hacerse escuchar. Ocupar el tiempo se tornó en el nuevo imperativo: Amarás el tiempo como a tí mismo. No dejar que se pierda para entrar en la categoría de lo útil, lo servible, pero lo útil también es desechable, caduca. 
El Psicoanálisis nos enseña lo contrario. Preserva el lugar donde la pérdida posee un valor : lo que se pierde es signo de lo vivo, de la vivificación que opera en un sujeto, por la vía del deseo.
La angustia del domingo, de un final contrastado con un reinicio, deja de ser el ordenador desde el cual algo se motoriza para un nuevo comienzo. El domingo ha muerto y la angustia se ha desplazado a casi todos los días en una identidad inalterable.
Sabemos cuándo comenzó el confinamiento pero no sabemos cuándo termina, estamos confinados a la incertidumbre y eso quebranta las defensas subjetivas. 
Habrá quienes se empapen de información, quienes prefieren vivir “anticipados”, “advertidos” rompiendo con la lógica del tiempo, quienes pretenden responder a la incertidumbre con certeza, quienes desesperan, o - como ocurrió en algunos países – quienes desean contagiarse y hacen reuniones festivas recibiendo al virus, para que lo que tenga que pasar pase, porque creen que es preferible morir a una sobrevida lapidaria y fútil.
Tantas respuestas como sujetos, lo cierto es que algo detuvo el tiempo y rompió con todas las rutinas en las que transcurría la vida como la conocíamos: trabajo, escuela, actividades, reuniones, horarios que cumplir. Cuando todo esto no está, ¿qué hacer con esa libertad que hasta entonces desconocíamos? Si la respuesta es de sujeto, la salida también será singular de cada sujeto.
El tiempo que “se tiene” siempre es impostado, es por eso que se hacen más cosas sabiendo que el tiempo no se tiene más que teniéndolo. Para el neurótico es necesario creer que no tiene para poder hacer con eso.
El universo simbólico es un marco que baña las costas del lenguaje, que en cada ola arrastra un sentido nuevo. Tiene un ritmo de oposición: dentro/ fuera, interior/ exterior, día/noche, Eros/Tanatos, arriba/abajo y así sucesivamente y en los sucesos, una bisagra de real asoma. Innombrable, apenas marca, huella de aquello que dejó.
¿Qué sucede hoy cuando ese ritmo de los opuestos no pueden bailar ese orden? por donde puede asomar en este desorden un respiro de invención? El psicoanálisis nació de un sueño, en los sueños y su escritura. El alba del inconciente, como horizonte,  despertó a un hombre y a la humanidad, ya nada será igual.
Freud es un camino sin retorno y hoy nos despierta, aún no sabemos a qué, tendremos que esperar de los efectos. Una ola de sueños visita el consultorio cada vez que somos llamados al teléfono:

Una mujer sale a la ciudad vacía, todo es frío y gris, huele a ausencia. Entra a una tienda de dulces en la que un hombre la recibe con los brazos abiertos, la abraza y en ese abrazo comienza una danza.

    El sueño es una invención singular que se entreteje a los significantes que emergen del campo del Otro y ahí tendrá que tejer su respuestas. El sueño como un paso en la cultura, como paso de sujeto en un análisis, es exigido en un nuevo trabajo y  en esa vuelta que implica un desvelo al marco simbólico puede emerger la pesadilla (el goce del Otro): se abre la puerta y el que entra es un fantasma.
    Así como la belleza, el orden y la limpieza ocupan una posición particular entre las exigencias culturales: la pandemia y las medidas llevadas a cabo, trastocan, ese orden establecido en el que vemos un descenso, si podríamos llamarlo así, al plano imaginario/ real: desorden en el dormir, en los ritmos de las comidas, en los horarios. La irregularidad se toma de las casas. Si la casa, es la casa del Otro ¿que refugio posible cuando el otro trae el contagio, el peligro, lo horroroso, lo extranjero? 
¿Podrían los niños mostrarnos un camino posible ?
Un niño arma una carpa en el living de su casa, hace entrar sus objetos,  y así inventa e inscribe un afuera y un adentro.

    Los niños siempre nos llevan la delantera. Sólo hay que estar atentos a un decir, a un lugar que se inventa. A un azul adentro del cielo. A un cielo dentro de un avión. A un avión que lo lleva a la plaza. A una plaza con tobogán en movimiento. Al movimiento que juega en su cuerpo. A un afuera que es dentro de una carpa. A un adentro que invita e inventa un color. Un juego. Un otro. Atentos al sujeto que se crea con el significante que a la vez lo recrea.

Maria Paula Giordanengo. Psicoanalista
Rocha Arzola. Psicoanalista

jueves, 14 de mayo de 2020

A causa del amor




Una incursión en los amores imaginarios

Los amores imaginarios es una película ideada por un joven realizador, Xavier Dolan, quien al momento de estrenarla rondaba los 20-21 años. Y este dato que nos permitimos contar no es menor ya que será el encargado del guión, dirección y uno de los protagonistas principales del film. Una realización de un joven canadiense con una formación y horizonte puesto en el país de Francia. Él mismo refiere que esta película tiene dos antecedentes fílmicos franceses: un clásico como “Los paraguas de Cherburgo” (de 1964) y “Las canciones de amor” (de 2007). Pero la principal referencia al país Europeo del realizador se tratará de un libro clásico sobre el amor del semiólogo francés Roland Barthes. Nos referimos a “Fragmentos de un discurso amoroso”, al cual dejamos para abordar más adelante.
Antes queremos detenernos en el título de esta realización cinematográfica. Un primer sentido, el cual no es del todo desacertado porque de alguna manera tiene que ver con el argumento del film, nos remite a que Los amores imaginarios se articula con el amor como ilusión y a cómo “se hacen la cabeza” estos dos amigos -Francis y Marie- quienes caen enamorados de un adonis autosuficiente, Nicolás. Sin embargo, preferimos profundizar y problematizar aún más la nominación elegida para esta película, teniendo en cuenta que ciertos fragmentos del guión tienen que ver con el ensayo de Barthes, quien a su vez sigue a Lacan muy de cerca. Y en este sentido Los amores imaginarios remiten al desgarramiento del yo que se produce en el enamoramiento, cuando el yo queda capturado por la imagen del objeto. Es decir, es el amor en la faceta de los sentimientos y afectos dolorosos, el amor como pathos. Lo que nos muestra el film es el instante del rapto amoroso, el instante del flechazo de cupido, en el cual caen dos amigos, en el que se sienten atraídos por un ser comparable a la belleza de una obra de arte como David de Miguel Ángel, imagen que el director sugiere en un momento del film.
En este sentido es muy interesante introducir el planteo de Florencia Abadi en un ensayo reciente[i], ya que ahí esta autora esboza una discordancia entre amor y deseo, lo cual nos lleva a considerar desde otro punto de vista lo que venimos sosteniendo:
El ambiguo término “amor” –que la tradición occidental ha pensado como eros (amor erótico), como ágape (amor compasivo), o como philía (amor amistoso)- no debería en realidad ser aplicado al erotismo. No hay algo así como un amor erótico. Aunque duela admitirlo, el deseo y el amor dependen de mecanismos no sólo diferentes, sino opuestos. Al estar determinado por la rivalidad, el deseo se opone tanto a la protección y el cuidado propios de ágape como a la complicidad de la philía: el rival es precisamente aquel a quien no se protege y con quien no puede haber alianza. […] Llevado hasta sus últimas consecuencias, el amor es ese resto o sostén que hace falta cuando no hay deseo: mientras el otro nos gusta, no es preciso amarlo. […] lo perfecto no puede amarse, solo puede venerarse, idealizarse (es decir, envidiarse, odiarse, desearse).
Esa intensidad del deseo que nuestros protagonistas del film, Francis y Marie, experimentan por Nicolás, es una idealización a un objeto que resulta imposible amar ya que precisamente es representado como perfecto. Y al ser perfecto lo convierte en no disponible. Ahí vemos como Nicolás no se muestra disponible para estos amigos, llevándonos a plantear que para amar hay que perder un goce, renunciar a ser el falo de la madre, duelo que Nicolás aún no atravesó.
Nos sumergimos entonces en la siguiente propuesta que la ubicamos a modo de principio aforístico: para que una película de amor sea efectiva –del lado del espectador– es necesario que uno se sienta identificado con esa historia que está viendo frente a la pantalla. Y entonces algunos nos dirán ¿qué tenemos nosotros que ver con la historia de esta película? Dos amigos, varón y mujer, que caen perdidamente enamorados de un ser bello. ¿Acaso alguien no atravesó la experiencia de sentirse perdidamente enamorado/a por un objeto del cual creyó –por diversas y variadas razones- que iba a dar la respuesta adecuada para finalmente sufrir por el desencanto amoroso? O también, ¿no se sintió usted, alguna vez, un adonis autosuficiente para otro/a?



 De lo imaginario de los amores a la Causa

Ahora nos valemos de una lectura del texto de Roland Barthes “Fragmentos de un discurso amoroso[ii]”. Seguiremos un camino paralelo respecto del film, para llegar a la verdad que la sustenta. Barthes asumió ordenar la fragmentación del discurso amoroso en un orden alfabético, para hacernos perder en la equivocación de la lengua. Intentaré desbrozar esa trama tomando el hilo de “los amores imaginarios”.
1- “Encuentro: La figura remite al tiempo feliz que siguió inmediatamente al primer rapto, antes que nacieran las dificultades de la relación amorosa”(1) Es importante esta idea de rapto para demarcar este tiempo inicial donde la pareja de amigos quedan capturados, tomados como rehenes de algo que se les escapa. Es la escena de las miradas hacia un mismo objeto y la denominación de Adonis, ese personaje de la mitología griega que muere en una embestida por Ares convertido en Jabalí, luego de sus celos ante el amor de Afrodita hacia el bello joven, en una disputa con Perséfone, Reina de los muertos y rival de Afrodita en aquel amor.
2- “Fiesta: El sujeto amoroso vive todo encuentro con el ser amado como una fiesta”. (2). La Fiesta es entonces el despliegue, es decir, aquello de los pliegues del sujeto que se desamarran, los cuerpos se disuelven en los contactos, las miradas, los señuelos que vociferan con todas las formas del placer. Es un tiempo acéfalo, pulsional, pero con los ropajes de lo imaginario.
3- “Ausencia: Todo episodio de lenguaje que pone en escena la ausencia del objeto amado –sean cuales fueren la causa y la duración- y tiende a transformar esta ausencia en prueba de abandono”. (3) Es el saber del sujeto sobre una ausencia, ya no la ausencia del otro como tal, sino la presencia en sí de una ausencia, a la que aún no se la puede alojar. ¿Qué es esta ausencia? Nicolás es una metáfora de lo imposible, de lo que no se enlaza, de lo que escapa. La pareja de amigos intenta pescar, cada uno por su lado, pero se les pierde a cada rato.
4- “Celos: Sentimiento que nace en el amor y que es producido por la creencia de que la persona amada prefiere a otro”. (4) Pero los celos no vienen solos. También podemos verificar ahí el juego de envidias y actos envidiosos entre los amigos, donde cada uno va por su lado, olvidando los deseos del otro, e imputando acciones de maldad sobre el actual contrincante. Son las peleas en la carrera por la llegada a la meta final, las trampas que se tienden para llegar primero ¿al final de qué?
5- “La carta de amor: la figura enfoca la dialéctica particular de la carta de amor, a la vez vacía (codificada) y expresiva (cargada de ganas de significar el deseo)”. (5) Ante lo cual nos encontramos con algo complejo en su simplicidad: “tener ganas de” es no tener eso de lo que tenemos ganas. Y ahí nos encontramos de nuevo con la dialéctica del deseo. Como dice Bataille: “Una de dos: o bien el deseo nos consumirá, o bien su objeto dejará de quemarnos”.
6- “La espera: tumulto de angustia suscitado por la espera el ser amado, sometido a la posibilidad de pequeños retrasos (citas, llamadas telefónicas, cartas, atenciones recíprocas)”. (6). De esta manera, la película es una forma del duelo. Los trozos de tiempo, el pequeño duelo, partes de un objeto del que no se quiere saber su causa. Ellos esperan una vuelta, una recompensa a sus esfuerzos. Pasean por la peluquería, compran regalos, mandan cartas, llaman por teléfono. Cada acto espera una respuesta. Creen tirar la carnada, pero en ese acto de arrojo, ya son la mejor carnada.
7- “Dolido: imaginándose muerto, el sujeto amoroso ve la vida del ser amado continuar como si nada hubiera ocurrido”. (7) Luego de una espera cuyo tiempo se torna infinitamente insoportable, la no respuesta se liga al dolor por el anuncio de la pérdida. De la espera, signo de la no respuesta (pero que es ya una respuesta), no queda más que buscar la salida, el desprendimiento, la caída.
8- “Despertar: Modos diversos bajo los cuales el sujeto amoroso se vuelve a encontrar, al despertar, sitiado por la inquietud de su pasión”. (8) El rugido se hace sentir. Ahora ellos esperan para devorarse al objeto. Es el instante de ver, cuya ebullición hacia el tiempo de comprender, hace preciso el momento de concluir.
9- “La verdad: Inversamente, el otro me funda en verdad: no es sino con el otro que me siento yo mismo”. (9) Y si el otro me funda, es porque antes “yo no era”, pues el otro con su acto de rechazo funda mi posición de sujeto. Estoy sujetado al rechazo del otro, y es por eso que soy en el otro, es su desconocimiento originario. Por eso la última apuesta de Barthes será la del monje: “Todas las cosas, se dice, son reductibles a lo Uno; pero ¿A qué es reductible lo Uno? Y Chao-Cheu respondió: cuando yo estaba en el distrito de Ching me hice hacer un hábito que pesa siete kin”. Siendo kin el peso de lo real, un hábito pesado para sostener con tan solo las ilusiones del deseo.
Finalmente, esto entonces nos conduce  a repensar la causa, puesto que los fracasos no llevan sino a lo que Lacan delimitó de una manera muy precisa acerca de que no hay causa sino de lo que cojea. Es en ese límite que se funda un Psicoanálisis.


Gabriel Germán Artaza Saade
Jorge Luis Rivadeneira



[i] Florencia Abadi. (2018). El sacrificio de Narciso. CABA: Hecho Atómico
[ii] Roland Barthes. (2002). Fragmentos de un discurso amoroso. Bs. As.: Siglo XXI

lunes, 4 de mayo de 2020

"EL VASTO UNIVERSO QUE HABITO": Entrevista a Luis Darío Salamone.

En medio de la Pandemia, el Psicoanalista Luis Darío Salamone inició una serie de entrevistas virtuales con diferentes analistas, para hablar acerca de lo que sucedía en el mundo y del impacto en la práctica del psicoanálisis. Allí pudimos disfrutar de su generosidad para habilitar la palabra. Con una gran trayectoria como analista en la Argentina, como miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Escuela de la Orientación Lacaniana, es autor de varios libros, entre ellos “El silencio de las drogas” y “Alcohol, tabaco y otros vicios”.










J.L.R: Antes de entrar en el mundo del Psicoanálisis, quisiera preguntarte por algo que es apasionante de tus lecturas. Tanto en tus libros como en tus publicaciones en Facebook, aparece una íntima relación con la música. ¿Qué nos podrías decir de eso?


L.D.S.: Desde muy pequeño me interesé por la música. Supongo que si hubiera tenido cierto incentivo hubiera terminado por esos lugares. Cuando tenía cinco años quería tocar un instrumento, cuando estaba en primer grado de la primaria quise estudiar piano, encontré una profesora en la madre de una amiguita, fui a la primer clase, pero cuando le dije a mis padres lo que me proponía me contestaron que no podían pagar las clases.
Cuando tenía diez años comencé a estudiar guitarra. Me encontraron un profesor que por dos años me enseñó digitación, solfeo y teoría. Pero jamás una canción. Lo abandoné.
Después tuvo importancia en la relación con la música mi hermano, cuatro años mayor, que traía a casa vinilos de rock argentino, como Sui Generis, Pastoral, El reloj o Invisible, y extranjeros como Yes, Led Zeppelin, Deep Purple, Pink Floid. En esa época, en las misas del Instituto Parroquial San Roque, un joven amigo de mi hermano tocaba canciones de Vox Dei y otros temas religiosos. En el sótano de la Iglesia se armaban zapadas donde se tocaban varias cosas y las primeras composiciones de ese muchacho. Frecuentemente venía a mi casa y traía sus discos. Mi hermano y él enchufaban sus guitarras eléctricas en el “combinado”, un tocadiscos, con radio y parlantes que tenía entradas y permitía arrancarle a las guitarras eléctricas algún sonido, como cuando canta Charly García “nadie tenía un miserablemente amplificador”. Él nos transmitió su pasión por la música. Aquel muchacho era Gustavo Cerati.
Cuando llegó la adolescencia, con mis amigos vivíamos escuchado música. Queen era el centro de toda la pasión musical, pero ahí estaban los Beatles, Supertramp, Eletric Light Orchestra, Kiss, el nuevo Génesis, Peter Gabriel por su cuenta, Bee Gees, Kansas, Boston, Cheap Trick, los Rollings y Pink, y tantas bandas y solistas que hicieron de los 80’ un paraíso musical. Y la música nacional, Charly, Nito, Spinetta, Pappo, Baglieto, Silvana Garré (a quien conocí cuando ella estudió Psicología y con quien mantenemos una relación virtual en estos tiempos), Calamaro, Paez, etc. etc. Luego la música disco. Y los lentos. Esos momentos en donde podías abrazar a una mujer y enamorarte.
Con el tango, por la presión paterna y su rechazo del rock, me encontré más tarde. Hoy, siempre trabajo en torno a sus letras. Luego vino mi relación con la música clásica. Recién después comencé a disfrutar la folklórica. Pero lo que más me llega es el rock en todas sus versiones.
Después del primer recital que asistí, en el que pudimos ver a Queen con Freddie Mercury, concurrí al espectáculo de cada músico que pisó Argentina. Siempre pensé que un recital en vivo es un momento que se transforma en inolvidable.
Siempre compré instrumentos musicales. A los 50 años alguien me regaló una trompeta, llamé por teléfono al mejor trompetista que conocía y que no veía hacia como 15 años: Miguel Ángel Tallarita. Le pregunté si tenía algún discípulo que pudiera enseñarme a tocar los domingos a las siete de la tarde en mi casa, ya que era el único horario con el que contaba. Me preguntó qué hora era: 18,30, le dije. En media hora estaba en mi casa. Me llevó al sindicato de músicos, me metió en el ambiente de la música. El tocó con todos los músicos que se nos puedan ocurrir. Pero yo estaba ya muy tomado por el psicoanálisis y el tiempo que tenía era muy poco. Es un maestro increíble, pero yo no le dedicaba el tiempo necesario al ensayo. Cortázar dejó de tocar la trompeta por eso. Es un instrumento que requiere tiempo, como todos. Con ese maestro y músico excepcional labré una gran amistad. Algún día volveré a ser su discípulo.
En fin. Como dice Nietzsche para mí la vida sin música sería un error. Últimamente volví al gusto de coleccionar vinilos. Aunque sigo sin poder encontrar tiempo, aun estando en mi casa en esta cuarentena, para dedicarme a escuchar música tanto como quisiera.
Por mi tipo de neurosis, como dice Miller, para disfrutar de algo tengo que pasarlo por el saber, por eso en mi biblioteca hay cientos de libros sobre músicos, de quienes he aprendido mucho sobre, por ejemplo, la relación que tienen con el consumos de sustancias. Por eso regularmente escribo sobre ellos. Las vidas de los músicos y escritores que amo me interesan tanto como su obra. Suelen ser hombres de deseo.


J.L.R: Respecto de tu vida Psicoanalítica, si puedo nombrarla así, ¿Cuáles son para vos aquellos aspectos de la experiencia que son más significativos o que delimitan dicha experiencia?


L.D.S.: Una vez lo hablamos con Mónica Torres, como lo planteo Miller o Laurent, no recuerdo cuál de los dos, que el psicoanálisis es nuestro estilo de vivir la pulsión. Allí se juega nuestro deseo, pero también nuestro goce, este último se deja de lado en la clínica para el ejercicio de nuestra función. Pero circula en las clases que uno dicta, en la relación con la lectura y la escritura. Pongo tanta energía que muchas veces luego de una clase puedo quedar agotado. Cada aspecto del psicoanálisis me resulta fascinante y en ellos deposito mi libido.
La escritura más allá del psicoanálisis resulta indispensable en mi vida. Lo que no pude obtener de formación en el campo de la música, pude obtenerlo con horas de lecturas en la biblioteca del colegio, en la del barrio, en los libros de oferta que podía comprarme en la calle Corrientes o Avenida de Mayo en la adolescencia, en las ediciones a la cual tuve acceso más tarde al contar con más posibilidades. Todo lo que leo pasa por alguna razón desconocida al campo del psicoanálisis, realmente entiendo eso que plantea Lacan de que los artistas nos llevan la delantera. Son mis maestros.
Por supuesto la formación de un analista no pasa por los libros sino por su análisis y las supervisiones. Eso es elemental. Pero lo más significativo en mi vida quizás sea la relación libidinal con los libros. Hay algo en ese objeto que me resulta magnético.
Pero nada se parece al ejercicio clínico. Tener el privilegio de que un sujeto deposite en vos esa confianza que le permita a su vez tener confianza en su propio inconsciente.


J.L.R: Te hago una última pregunta, tal vez más acá de la experiencia analítica. ¿Qué es para vos la amistad?


L.D.S: Muchas veces escucho que uno puede conocer mucha gente, pero amigos realmente son una o dos personas. Creo que Pío Baroja dijo que los que tenían muchos amigos eran tontos. Jamás compartiría esa idea. Tengo la alegría de tener muchísimos amigos. En todo el país, en todo el mundo. Mi mundo son los amigos y las demás personas que amo. Por supuesto si uno tuviera menos amistades podría dedicarle más tiempo, pero yo siento que están conmigo en cada momento, y mi relación con ellos es tan intensa como la que tengo con las otras personas que amo, con la música, con el psicoanálisis o con la literatura. Con ellos compartimos algunas de nuestras pasiones. A algunos podré verlos muy poco. Pero sé que están cuando los necesitas, y ellos también saben que cuentan conmigo.
El sentimiento de amistad, si uno solucionó ciertas encrucijadas subjetivas como la rivalidad, la envidia, la avaricia, es algo que resulta sumamente agradable. Nos ayuda a enfrentamos a esos impasses y nos permiten superarlos si así lo deseamos. Y es importante que este sentimiento se juegue también con la pareja o con los hijos, más allá de que en esos vínculos también se juegan otras cuestiones.
En la amistad, como en el amor, hay una relación sintomática. Esto lejos de implicar la completud, remite a la intensidad que puede tenerse en la relación con la falta. Las cosas del deseo son experiencias que se abrazan con nuestro inconsciente, y que no conocen de las cronologías ni de los límites convencionales. El amor sin límites que se espera luego de una experiencia analítica tiene que ver con esto, con lograr salir de esas repeticiones que arruinan las relaciones con el otro.
Anaïs Nin planteó algo así como que cada amigo representa un mundo adentro nuestro, un mundo que tal vez no habría existido si no lo hubiéramos conocido. Hay cosas que no sólo nos hacen la vida soportable, además nos permiten disfrútala.
Agradezco la riqueza que los amigos, los libros y la música me han prodigado, han constituido ese vasto universo que habito.



Jorge Luis Rivadeneira.