“Alcancé por fin el
momento en que nada existe. Ni un cariño de mí hacía mí: la soledad es ésta, la
del desierto. El viento como compañía. Ah pero qué frío hace. Me tapo con la
melancolía suave, y me hamaco de aquí para allá, de aquí para allá, de aquí
para allá. Así. ¡Sí! Así es”.
Clarice Lispector.
Hay un lugar privilegiado para trabajar la cuestión de la
Nada: El ser y la nada de Jean-Paul Sartre. Tal vez uno de los clásicos más
olvidados del siglo XX. La primera parte del libro la dedica al “Problema de la
Nada”, para indicar el origen de la negación. Siendo éste un punto crucial del
ser, del mismo modo que Descartes se encontró con un impasse al estudiar las
relaciones del alma y el cuerpo, quien aconsejaba buscar la resolución de esto
en el campo de la imaginación. Pero ¿Qué es la imaginación? El amor, puesto que
cuando hablamos de amor siempre lo hacemos en el plano de una imagen que
conduce a un acto, la imaginación es un factor fundamental. Sin embargo, no
recubre la problemática de la “nada”.
Siguiendo a Heidegger, quien localiza una verdad en el
ser-en-el-mundo, como constitutiva de una relación del hombre con el mundo, es
que Sartre se acerca a la idea de la nada, ya que se trata de un elemento
intersticial. Una pregunta orienta la investigación de Sartre “¿Qué deben ser
el hombre y el mundo para que la relación entre ambos sea posible?”. Y se
responde de la siguiente manera: “este hombre que soy yo, si lo capto tal cual está en este momento en el mundo, advierto
que se mantiene ante el ser en una actitud interrogativa. En el mismo momento
en que me pregunto: Hay una conducta capaz de revelarme la relación del hombre
con el mundo? [...] Toda interrogación supone, pues, un ser que interroga y un
ser al que se interroga”. Si pasamos al campo del amor, articulando estas dos
variables, el ser y el mundo, podríamos suponer una articulación entre el
sujeto amado y el amante, dos lugares intercambiables en la lógica amorosa. En
la hiancia de estos lugares, es que podemos situar al modo de un primer
acercamiento, la idea de la nada. Entre el sujeto amoroso y el objeto
amado, hay una nada. Pero una nada elevada al lugar del valor supremo de las
relaciones humanas. Es por eso que podemos decir “si no hay amor, que no haya
nada”, pues sin eso, pareciera que todo tiende a desvanecerse.
Pero ahora ¿Qué es ese ser que interroga y aquel otro ser al
que se interroga? Rápidamente tendemos a sustancializar y a ubicar ahí a fulano
y a mengano, pero de lo que se trata, es del ser en cuestión, esto es, aquello
que se constituye como representación de “algo” que ocupará la función del
“ser”. Es por esto, que en la interrogación, el ser puede confluir con la nada.
Continuamos con Sartre: “habíamos partido en busca del ser y
nos pareció que éramos conducidos al seno del ser por la serie de nuestras
interrogaciones. Y he aquí que una hojeada a la interrogación misma, en el
momento en que creíamos alcanzar la meta, nos revela de pronto que estamos
rodeados de nada. La posibilidad permanente del no-ser, fuera de nosotros y en
nosotros, condiciona nuestras interrogaciones sobre el ser. Y el mismo no-ser
circunscribirá la respuesta: lo que el ser será se recortará necesariamente sobre el fondo de
lo que el ser no es. Cualquiera que
sea esta respuesta, podrá formularse así: El ser es eso y fuera de eso, nada”.
Si localizamos por ejemplo al “amor” en el concepto de ser,
el amor como un ser, es decir, como algo que existe en sí mismo, todo aquello
que no ingrese en ese lugar, es decir, todo lo que quede por fuera, será
entonces, nada.
Ahora bien, es preciso hacerse la siguiente pregunta ¿Cómo y
quién definirá en el mundo de lo subjetivo qué es el amor? Para poder ubicar
ahí aquello que será considerado como correspondiendo al campo amoroso. Tal vez
estemos todos de acuerdo, como primera incursión, a pensar que el amor es un
sentimiento. Mejor dicho, una pasión. Así, podríamos diferenciarlo del odio,
como su reverso pasional. Entonces podríamos argumentar que todo aquello que no
es amor es odio. ¿Y sí agregásemos a la indiferencia, solo por tomar los rasgos
de un bolero? La cosa comienza a complicarse en cuanto vamos agregando otros
elementos. ¿Y si lo hacemos más complejo aún, sumamos al poliamor, a la
monogamia, al amor romántico, etc, diferentes formas de nombrar algo que en
principio era un sentimiento?
“Si no hay poliamor, que no haya nada”, podría ser el
imperativo del futuro, y aunque nos riamos hoy a carcajadas, el día que un
ideal se instala, hay que ver como desterrarlo de lo más profundo del ser.
Entonces, tenemos en primer lugar dualismos: ser/nada,
amor/nada. Pero con sólo introducir un término la cosa se complejiza:
indiferencia.
Por supuesto que pasar del amor a la nada, hace que el
primero quede exaltado y la segunda degradada. Así, el amor entonces ocupa el
lugar del “todo”, como otra forma de nombrar las relaciones lógicas entre los
términos. O todo o nada, podría ser la formulación expresada en la canción. No
me des migajas, quiero “todo”. “Dame todo tu amor” es el pedido del sujeto
amoroso hacía el objeto amado. Que no es más que un “conviértete tú mismo en
sujeto amoroso y posa sobre mí las garantías del objeto”. Esa garantía no es
sino la del Narcisismo, la de quedar en el lugar de la causa del amor del
sujeto, que para el caso, ya está en otro lado.
Endiosar al amor, puede tener como reverso, el encuentro con
un desierto de vida, tal como emerge de la lectura del epígrafe: el momento en
que nada existe. Dolor por la existencia por fuera del ser del amor. Si no hay
amor que no haya nada, como una forma de librarse del otro bajo la forma de la
despedida, pero también bajo la forma de la aniquilación del otro, en los
femicidios.
Dice Roland Barthes: “Cuando me ocurre abismarme así porque
no hay más lugar para mí en ninguna parte, ni siquiera en la muerte. La imagen
del otro –a la que me adhería- ya no existe; tan pronto es una catástrofe
(fútil) la que parece alejarse para siempre, tan pronto es una felicidad
excesiva la que me hace reencontrarla; de todas maneras, separado o disuelto,
no soy acogido en ninguna parte; enfrente, ni yo, ni tú, ni muerte, nadie más a
quién hablar”.
¡Nadie más a quién hablar!
La experiencia del amor sitúa al sujeto frente a la angustia.
Así lo planteaba Freud, en tanto el sujeto no se angustia ante la no
satisfacción de las pulsiones de conservación, sino más bien ante la pérdida
del amor. Y es por esto que nació el psicoanálisis, ante síntomas que nadie
escuchaba, Freud dio la palabra, para que las histéricas de su época la
tomaran. Es por eso que podemos decir también que el psicoanálisis es una nueva
forma de amor, en tanto viene al lugar del “nadie más con quién hablar” propio
de la experiencia amorosa. Por eso también, cuando alguien consulta por
“problemas” de pareja en el campo del amor, es porque algo comenzó a
desparejarse. Se demanda análisis porque el amor ya no causa, y es necesario un
nuevo camino de reinvención. Para ello será necesario pasar de la pasión
amorosa a la lógica del amor, donde la nada cobrará otro estatuto, la de
impulsar a una búsqueda en el significante, que en tanto tal no significa nada,
pero que en su encadenamiento con otros, constituye una estructura para alojar
al sujeto en su relación con el objeto en el fantasma.
Jorge Luis Rivadeneira
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