miércoles, 4 de diciembre de 2019

El amor es una nada




“Alcancé por fin el momento en que nada existe. Ni un cariño de mí hacía mí: la soledad es ésta, la del desierto. El viento como compañía. Ah pero qué frío hace. Me tapo con la melancolía suave, y me hamaco de aquí para allá, de aquí para allá, de aquí para allá. Así. ¡Sí! Así es”.
Clarice Lispector.





Hay un lugar privilegiado para trabajar la cuestión de la Nada: El ser y la nada de Jean-Paul Sartre. Tal vez uno de los clásicos más olvidados del siglo XX. La primera parte del libro la dedica al “Problema de la Nada”, para indicar el origen de la negación. Siendo éste un punto crucial del ser, del mismo modo que Descartes se encontró con un impasse al estudiar las relaciones del alma y el cuerpo, quien aconsejaba buscar la resolución de esto en el campo de la imaginación. Pero ¿Qué es la imaginación? El amor, puesto que cuando hablamos de amor siempre lo hacemos en el plano de una imagen que conduce a un acto, la imaginación es un factor fundamental. Sin embargo, no recubre la problemática de la “nada”.
Siguiendo a Heidegger, quien localiza una verdad en el ser-en-el-mundo, como constitutiva de una relación del hombre con el mundo, es que Sartre se acerca a la idea de la nada, ya que se trata de un elemento intersticial. Una pregunta orienta la investigación de Sartre “¿Qué deben ser el hombre y el mundo para que la relación entre ambos sea posible?”. Y se responde de la siguiente manera: “este hombre que soy yo, si lo capto tal cual está en este momento en el mundo, advierto que se mantiene ante el ser en una actitud interrogativa. En el mismo momento en que me pregunto: Hay una conducta capaz de revelarme la relación del hombre con el mundo? [...] Toda interrogación supone, pues, un ser que interroga y un ser al que se interroga”. Si pasamos al campo del amor, articulando estas dos variables, el ser y el mundo, podríamos suponer una articulación entre el sujeto amado y el amante, dos lugares intercambiables en la lógica amorosa. En la hiancia de estos lugares, es que podemos situar al modo de un primer acercamiento, la idea de la  nada. Entre el sujeto amoroso y el objeto amado, hay una nada. Pero una nada elevada al lugar del valor supremo de las relaciones humanas. Es por eso que podemos decir “si no hay amor, que no haya nada”, pues sin eso, pareciera que todo tiende a desvanecerse.
Pero ahora ¿Qué es ese ser que interroga y aquel otro ser al que se interroga? Rápidamente tendemos a sustancializar y a ubicar ahí a fulano y a mengano, pero de lo que se trata, es del ser en cuestión, esto es, aquello que se constituye como representación de “algo” que ocupará la función del “ser”. Es por esto, que en la interrogación, el ser puede confluir con la nada.
Continuamos con Sartre: “habíamos partido en busca del ser y nos pareció que éramos conducidos al seno del ser por la serie de nuestras interrogaciones. Y he aquí que una hojeada a la interrogación misma, en el momento en que creíamos alcanzar la meta, nos revela de pronto que estamos rodeados de nada. La posibilidad permanente del no-ser, fuera de nosotros y en nosotros, condiciona nuestras interrogaciones sobre el ser. Y el mismo no-ser circunscribirá la respuesta: lo que el ser será  se recortará necesariamente sobre el fondo de lo que el ser no es. Cualquiera que sea esta respuesta, podrá formularse así: El ser es eso y fuera de eso, nada”.
Si localizamos por ejemplo al “amor” en el concepto de ser, el amor como un ser, es decir, como algo que existe en sí mismo, todo aquello que no ingrese en ese lugar, es decir, todo lo que quede por fuera, será entonces, nada.
Ahora bien, es preciso hacerse la siguiente pregunta ¿Cómo y quién definirá en el mundo de lo subjetivo qué es el amor? Para poder ubicar ahí aquello que será considerado como correspondiendo al campo amoroso. Tal vez estemos todos de acuerdo, como primera incursión, a pensar que el amor es un sentimiento. Mejor dicho, una pasión. Así, podríamos diferenciarlo del odio, como su reverso pasional. Entonces podríamos argumentar que todo aquello que no es amor es odio. ¿Y sí agregásemos a la indiferencia, solo por tomar los rasgos de un bolero? La cosa comienza a complicarse en cuanto vamos agregando otros elementos. ¿Y si lo hacemos más complejo aún, sumamos al poliamor, a la monogamia, al amor romántico, etc, diferentes formas de nombrar algo que en principio era un sentimiento?
“Si no hay poliamor, que no haya nada”, podría ser el imperativo del futuro, y aunque nos riamos hoy a carcajadas, el día que un ideal se instala, hay que ver como desterrarlo de lo más profundo del ser.
Entonces, tenemos en primer lugar dualismos: ser/nada, amor/nada. Pero con sólo introducir un término la cosa se complejiza: indiferencia.
Por supuesto que pasar del amor a la nada, hace que el primero quede exaltado y la segunda degradada. Así, el amor entonces ocupa el lugar del “todo”, como otra forma de nombrar las relaciones lógicas entre los términos. O todo o nada, podría ser la formulación expresada en la canción. No me des migajas, quiero “todo”. “Dame todo tu amor” es el pedido del sujeto amoroso hacía el objeto amado. Que no es más que un “conviértete tú mismo en sujeto amoroso y posa sobre mí las garantías del objeto”. Esa garantía no es sino la del Narcisismo, la de quedar en el lugar de la causa del amor del sujeto, que para el caso, ya está en otro lado.
Endiosar al amor, puede tener como reverso, el encuentro con un desierto de vida, tal como emerge de la lectura del epígrafe: el momento en que nada existe. Dolor por la existencia por fuera del ser del amor. Si no hay amor que no haya nada, como una forma de librarse del otro bajo la forma de la despedida, pero también bajo la forma de la aniquilación del otro, en los femicidios.
Dice Roland Barthes: “Cuando me ocurre abismarme así porque no hay más lugar para mí en ninguna parte, ni siquiera en la muerte. La imagen del otro –a la que me adhería- ya no existe; tan pronto es una catástrofe (fútil) la que parece alejarse para siempre, tan pronto es una felicidad excesiva la que me hace reencontrarla; de todas maneras, separado o disuelto, no soy acogido en ninguna parte; enfrente, ni yo, ni tú, ni muerte, nadie más a quién hablar”.
¡Nadie más a quién hablar!
La experiencia del amor sitúa al sujeto frente a la angustia. Así lo planteaba Freud, en tanto el sujeto no se angustia ante la no satisfacción de las pulsiones de conservación, sino más bien ante la pérdida del amor. Y es por esto que nació el psicoanálisis, ante síntomas que nadie escuchaba, Freud dio la palabra, para que las histéricas de su época la tomaran. Es por eso que podemos decir también que el psicoanálisis es una nueva forma de amor, en tanto viene al lugar del “nadie más con quién hablar” propio de la experiencia amorosa. Por eso también, cuando alguien consulta por “problemas” de pareja en el campo del amor, es porque algo comenzó a desparejarse. Se demanda análisis porque el amor ya no causa, y es necesario un nuevo camino de reinvención. Para ello será necesario pasar de la pasión amorosa a la lógica del amor, donde la nada cobrará otro estatuto, la de impulsar a una búsqueda en el significante, que en tanto tal no significa nada, pero que en su encadenamiento con otros, constituye una estructura para alojar al sujeto en su relación con el objeto en el fantasma.          

Jorge Luis Rivadeneira

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