martes, 1 de septiembre de 2020

La época de las series, una explicación a partir de la literatura y el psicoanálisis [Segunda Temporada]






 En 1969 se publica “Boquitas pintadas” del escritor argentino Manuel Puig. Puig toma los restos de la cultura de masas de finales del siglo XIX y principios del XX, principalmente el folletín y la novela sentimental, es decir los restos del consumo masivo de ficción y los pone en tensión con la alta cultura. Estamos en pleno boom latinoamericano con las grandes novelas de grandes narradores, Rayuela de Cortázar, Conversación en La Catedral de Vargas Llosa, y Cien años de soledad de García Márquez, que toman como referencia la gran tradición novelística del siglo XIX y XX, de Balzac y Flaubert a Joyce y Faulkner. Son grandes novelas pero también son objetos grandes, libros pesados, voluminosos, que a lo largo de 500 o 600 páginas aspiran a la totalidad. En contraposición a estas producciones híper fálicas, Puig descoloca a los lectores, la crítica y el mercado, porque no se sabe qué es eso que él produce. Se vale de la tecnología, utiliza grabadores y sale a entrevistar a boxeadores, mujeres de pueblo, sociólogos y guerrilleros, y luego transcribe esas voces. La crítica poco perspicaz llega a decir que no se pueden elevar juicios sobre Manuel Puig porque, básicamente, nadie sabe cómo escribe Manuel Puig.

Puig al colocar voces y fragmentos de textos “no literarios”, echa por tierra la idea de “autor” y de “estilo”. Si Flaubert en Madame Bovary narraba desde una lengua literaria altísima la historia de una mujer sencilla que era consumida por las pasiones que le despertaban las novelitas rosas con el horizonte de una forma literaria que sea puro estilo, puro lenguaje; Puig hace el movimiento inverso, Madame Bovary no es una novela que leería Emma Bovary, yo voy a escribir los libros que ella leería porque yo soy Madame Bovary, con este movimiento se coloca en la posición que Germán García llamará “artista, mujer débil”, para Manuel Puig, ser artista era ser una artista. Según Daniel Link, Puig trabaja casi siempre en el “casi” y de allí su efecto exasperante: lo “casi” es inaprensible científicamente. Ni parodia, ni mimesis de lenguaje, ni apocalíptica ni integrada, ni masculina ni femenina, ni abiertamente sofisticada ni totalmente banal, la voz en las novelas de Puig es la voz de “casi” todas esas formas. En tal sentido podríamos pensar que se trata de uno de los precursores de lo queer, término que si bien no tiene una traducción precisa puede ser pensado como aquello que no puede ser localizado en una clasificación previa, aquello que no puede ser explicado desde una lógica binaria sino desde la singularidad de cada caso. Puig lleva el arte pop a la literatura, que de todas las disciplinas artísticas es la que en más tensión está con la época y la tecnología actual, ya que la lectura es una tecnología muy primitiva. Sobre esta cuestión reflexiona Beatriz Sarlo, en su conferencia “¿Está de moda el arte?”,  dice que la explicación a partir de la cultura de la imagen puede servir si decimos que es de “otra imagen”, dado que antes del siglo XIX los entretenimientos populares no se basaban en la letra. La letra empieza a tener hegemonía cultural en el curso del siglo XIX donde el destino de algunos diarios, tanto de Europa como de América, se jugó en sus folletines. Pero por qué tenemos la impresión de que la eclosión de la imagen es una novedad. Más allá de lo que se ve en los dispositivos lo que entusiasma es el hecho tecnológico de estar viendo. La gráfica de los memes no es novedosa, va desde el comic hasta Disney, lo que entusiasma es la potencia de poder intervenir con imágenes, no es la novedad de la imagen sino la posibilidad de la intervención tecnológica. El impacto que tiene internet sobre nosotros es la instantaneidad, se dice que el público es muy rápido pero es la tecnología lo que lo vuelve rápido. La tecnología de internet nos impone una cierta velocidad. Nos entusiasmamos con aquello que da la imagen de nuestro presente, lo que Benjamin llamaba el “aquí y ahora de nuestro tiempo presente”. El pop es un arte no conservable, un arte instantáneo, el arte que mejor describe nuestra época.

Pero también Puig hace otro movimiento que nos interesa particularmente y es que incluye al psicoanálisis como un objeto más de consumo de masas. Con mis amigas nos recomendamos psicólogos como si fueran locales de ropa, me dijo en una primera entrevista una paciente nativa digital que no necesita leer folletines. Decía Manuel Puig que el inconsciente se estructura como un folletín. Como sostiene Ricardo Piglia, Puig veía que en contraposición a la resistencia que produce el psicoanálisis también genera mucha atracción porque funda algo así como una épica de la subjetividad, una versión oscura y violenta del pasado personal. Puig utilizando la estructura de las telenovelas y los grandes folletines de la cultura de masas captó la dramaticidad implícita en las voces hecha letra de sus personajes de vidas seculares y triviales.

Puig tomando los formatos del entretenimiento de masas articula una operación interesante en el campo de la literatura: el borramiento de la subjetividad en la enunciación, es decir, el autor alienado a las voces de sus personajes. Una operación similar llevada a otro plano, digamos, el plano de los dispositivos de poder, nos colocaría de lleno en lo que llamamos nuestra época. En 1989 se viene abajo el muro de Berlín, se desintegra la URSS y, en Argentina, asume un gobierno políticamente perverso, económicamente liberal y estéticamente Pop: patillas de caudillo riojano, pizza y champagne. Con estos sucesos comienza a pensarse en la  caída de los grandes cuerpos ideológicos y religiosos, que en psicoanálisis también podemos llamar los nombres del Padre, el gran Otro deviene inconsistente pero lejos de relajar la moral y sus imperativos sigue siendo igualmente mortífero. Un Otro sin metáfora, un Otro de los bordes que sin embargo es uno y múltiple, concreto en lo abstracto, replegado a la imagen y al yo, un Otro que a través de la imagen intenta, en vano, evitar la tensión de desmembramiento del cuerpo, un Otro que exige transparencia, un Otro que exige una selfie en el baño.

Para ir cerrando voy a hacer referencia a una serie de mi infancia menemista sin cable, pero que todavía sigo viendo hoy a través de youtube. Por una cuestión de edad estoy incluido en ese grupo que comprende el %22,4 de la población mundial y es llamado generación Y o millenial. Así que lo que sigue puede ser pensado como una aproximación millenial a la serie El Chavo del 8.

En el “Chavo del 8” siempre hay algo que está más acá de la trama, y es lo que tiene que ver con la identidad y el origen de los personajes. Así como hace años fue una novedad para muchos descubrir que el monstruo no se llamaba Frankenstein, también debemos avisarle a los distraídos que el Chavo no vive en el barril, vive en el departamento 8 y utiliza el barril como escondite. El sentido común es acomodaticio al pacto implícito con el espectador, así como el nombre de Frankenstein está dotado de cierta monstruosidad en su forma (no sabemos por qué), el título de “el Chavo del 8” pareciera no interpelar acerca de ¿Por qué es del 8? Si la bruja es del 71, y efectivamente vive en el 71, ¿por qué nos quedamos tan tranquilos pensando que ese niño vive en un barril y no en el departamento 8? Otro dato, él no vive solo. Obsérvese que cada vez que está por decir con quien vive o cuál es su verdadero nombre, se produce una interrupción, un sin sentido que permite que la escena siga, pero con un borrón subrepticio, eso que se borra es la identidad, pero la identidad se borra en la escena, es decir, para quien hace de espectador, para quien ve y oye la puesta en acto. Atemos cabos sueltos, sabemos que el Chavo llegó a la vecindad muy pequeño, sabemos que es huérfano, sabemos que vive en la vecindad en el departamento 8 y sabemos que no vive con ninguno de los otros personajes. Entonces sería muy lógico pensar que alguien lo adoptó, alguien le donó un lugar. Alguien que es un ausente en la trama, pero que desde ese movimiento invisible posibilita la historia del Chavo del 8, así como Manuel Puig se corre de la posición de autor para que podamos escuchar las voces de sus personajes sin intermediarios. Es el lugar del Ausente, que no es lo mismo que el lugar del Muerto, porque pareciera quedar claro que los padres del Chavo están muertos, lo mismo que el padre de Quico y la madre de la Chilindrina. Freud decía que el lenguaje de los ausentes era la escritura, la letra que nos posibilita un lugar en lo simbólico.

¿Quién es el chavo, quién es el padre de Quico, quién es la madre de la Chilindrina? Parecen misterios resueltos de forma implícita para la intimidad de los personajes, incluso en un plano meta ficcional podría suponerse que Chespirito conoce estos misterios, pero Chespirito también es un personaje (el pequeño Shakespeare, que en la escala pequeña, al igual que el otro, el gran Shakespeare, domina la tragedia humana), el último eslabón es Roberto Gómez Bolaños, pero ya sabemos que él no ha dicho mucho, según contó en un libro el Chavo está basado en un pequeño mendigo que se le acercó a pedirle una torta de jamón y respondía a ese apodo. Este drama escénico, que simula haber resuelto estos conflictos implícitamente, se comporta con los espectadores como un paciente se comporta con el analista. A la vez toda esta cosa irresuelta es lo que permite que funcione la narración, que los personajes hagan lo que hacen, esa violencia “inocente” que provoca risa, no es más que la incomodidad de una trama llena de ausencia, enorme fragilidad, no en el sentido artístico sino en lo subjetivo, la estabilidad de los personajes pende de un hilo, son todos outsiders y a la vez interdependientes ya que Chespirito juega con el conflicto de clases dentro de la pobreza misma de un conventillo, Doña Florinda y Quico se sostienen en una posición “aristocrática” porque sus vecinos, la chusma, son más pobres que ellos y no porque realmente su poder adquisitivo sea mayor, la verdadera clase alta, el señor Barriga, está fuera de la vecindad. El punto es que la familia disfuncional del siglo XXI ya está diseñada por Chespirito, en todos los hogares falta alguien y esa ausencia es inapelable. Sino fíjense que bien que funciona la relación patológica entre doña Florinda y don Ramón, la brutalidad de la cachetada ¿a quién va dirigida, al pobre Ramón o a el marinero que la abandonó con un pequeño hijo para ir a morir en altamar? La relación de doña Florinda con don Ramón es tan importante como la relación que mantiene con el profesor Jirafales, es más, yo diría que es una sola relación, un trío, ya que la viuda parece estar en una posición esquizo-paranoica proyectando en el profesor Jirafales todo lo bueno y en don Ramón todo lo malo. Don Ramón + el profesor Jirafales=al marinero muerto. Esta ecuación permite que nunca se resuelva el conflicto y que nunca se elabore el duelo (ni el de Florinda por el marinero, ni el de Ramón por la madre de la Chilindrina), finalmente, Florinda y Jirafales nunca concretan, a menos que el cafecito sea una metáfora de otra cosa, ésta imposibilidad hace que en la vecindad todos queden atrapados endogámicamente en una especie de “gran familia latinoamericana”.

Para finalizar quizás deberíamos empezar a pensar en la mirada invisible del usuario, el  gran Ausente que todo lo posibilita, el usuario que nunca está allí donde consume.


                                                                                                             Valentin Julian Monroy

 

Bibliografía

·         Link, Daniel (2015): Suturas. Bs. As.: Eterna Cadencia, 1ª Ed., 2015. Camp (pág. 600-621)

·          Piglia, Ricardo (1990): Las tres vanguardias. Bs. As.: Eterna Cadencia, 1ª Ed., 2016. (pág. 129-167)  

·         Piglia, Ricardo (1999): Formas breves. Bs. As.: Debolsillo, 1ª Ed., 2014. “Los sujetos trágicos (literatura y psicoanálisis)” (pág. 55-67)

·         Puig, Manuel (1968): Boquitas pintadas. Bs. As.: Booket, 1ª Ed., 2012.

  

Sitios web consultados

·         Conferencia de Beatriz Sarlo: “¿El arte está de moda?:       https://www.youtube.com/results?search_query=beatriz+sarlo+el+arte+esta+de+moda

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