miércoles, 30 de septiembre de 2020

El hilo fantasma.

 




Por Maite Pil.

La película comienza con una serie de planos detalles de Reynolds, el protagonista, arreglándose, preparándose. Se viste y se maquilla. Una vez preparado, la cámara se aleja, y no vamos a volver a verlo tan de cerca por un rato largo ─ hasta que esté en cama padeciendo─. Hay que saber leer el lenguaje de cámara en directores como Paul Thomas Anderson, allí se dice mucho. Esos planos iniciales nos preparan, nos advierten, para un personaje que nos va a mantener a distancia; que sus ropas le harán de armadura ─de amadura─: ama a sus ropas y sus ropas lo aman a él.

Son muchas las películas que, de una u otra forma, plantean cierta triangulación en el amor. Acá, desde otro lugar, se repite la misma lógica. ¿Será que las parejas siempre se forman de a tres? Vos, yo y lo imposible. Es, justamente, el desarrollo de ese imposible que se hace película y que nos pasea por una historia de amor que, más allá de algunos detalles extravagantes, no deja de ser una historia más de amor de a tres.

Cuando ellos se conocen, el flechazo es recíproco e inmediato. Él la ve y ya la está seduciendo. La forma en que le enumera los ingredientes del desayuno es muy erótica, tal vez el momento más erótico de la película (¿o me pareció sólo a mí?). En fin, él está dispuesto a seducirla, le cambia el tono de voz, la mirada, tiene una sonrisa a punto de salir. Y ella, que sabe perfectamente lo que está pasando, las intenciones de él, ya tiene su número de teléfono preparado en un papel.

¿Por qué a él le gusta una camarera vulgar? Tengo dos teorías al respecto que se pueden complementar. Por un lado, ella le sirve la comida. Y qué es la comida sino el primer lazo evidente de amor con la madre ─madre nutricia que brinda sus cuidados mediante el pecho─. La otra teoría se basa en el uniforme. Él ama los uniformes. Ama que la ropa le de sustento al cuerpo, lo nombre, lo designe en tal o cual situación. Por esto, precisamente, nunca los vemos desnudos. No sabemos qué pasa debajo, no hay ni una escena sexual; no sabemos cómo se las arregla él, ni ella, cuando la ropa no forma parte. Podemos intuir que no es precisamente el acto sexual lo que los une; ella lo desea, claramente lo desea, y él desea vestirla. Vos, yo y la ropa.

Vale aclarar que la película comienza con una otra ocupando el lugar de ella, una que, evidentemente, no supo qué hacer con él: ¿No logró desnudarlo o no soportó su desnudo? No lo sabemos. Pero volvamos a ellos. En la primera cita, ella, Alma, conoce a Cyril, la hermana de él. Y sabe, porque por eso se angustia, que ahí radica otro obstáculo: Vos, yo y tu hermana. 



Aunque Alma ya decidió que lo quiere a él. Va a conquistarlo a toda costa, a cualquier costo. Él quiere hacer ropa, quiere diseñar, y no puede con todo. Alma le gusta, sí, la necesita cerca, relativamente cerca, pero hace lo imposible para mantenerla a raya. “El té te lo llevás, pero la interrupción ya se produjo”, le dice Reynolds en una escena. Donde claramente el té no es el problema. A él se le interrumpe un modo de vivir, un modo de hacerse con sí mismo. Ella no se anoticia de su rechazo, insiste, interrumpe, se recupera de sus desplantes.

¿Cuándo se produce el quiebre en el vínculo? Cuando Alma descubre que, ante los malestares físicos, él se despoja de sus ropas, se pone el pijama y se entrega a la cama, a la calma. Y allí sí hay lugar para ella. Un lugar maternal, pero un lugar al fin. ¿De qué disfruta Alma al estar en esa posición? ¿Cuál es su ganancia en todo este asunto? Haberle ganado. Habérselo ganado. Gana ganar. No ser como la otra que ocupó ese lugar en el desayuno, al comienzo de la película, y fue suplantada; para Alma esa perdió. Ella se propone romper con la serie de mujeres que esperan, sin resultado, ser amadas por Reynolds. No importa si el amor de él es una cagada o un vómito, para ser más fieles a la trama─.

Y así es que, para reproducir aquella escena en la que ella tiene un lugar, una participación, lo envenena para provocarle un malestar. Para poder entrar a su habitación y verlo de cerca, verlo sin el uniforme de hombre fuerte, inalcanzable. 
Luego, casamiento mediante, en una escena maravillosa, surge el acuerdo en la pareja. Kiss me before I feel sick (besame antes de que me sienta mal), le dice él con la cara iluminada. Ya no es ella haciendo de las suyas, interrumpiendo. Son los dos. Porque la postura de Reynolds no es puro cuento: No puede, si se siente bien, colocarla a ella en ese lugar que la hace feliz. Lo cual me parece que merece un señalamiento. No puede, diferente sería que gozara haciendo de cuenta de que no puede. Mucho se ha dicho acerca de los rasgos perversos de él. Yo me alejo un poco de esa lectura del personaje. Si hay alguien perverso, en tal caso, es ella; que lleva la fantasía a la práctica ─¡semejante fantasía!─, de enfermarlo para poseerlo. Vos, yo y la enfermedad.

Más interesante que “diagnosticar” a estos personajes, es pensar cómo ellos, como pareja, logran transformar ese “vos, yo y lo imposible” en otra fórmula. Que no dista demasiado de lo que puede suceder en una pareja, pongámosle, normal.

Esta película, en tanto recorte narrativo, nos deja con la ilusión de que esa fórmula funciona, que la pareja le encontró la vuelta, y que se podrá sostener en el tiempo. Yo me pregunto qué pasaría si lo imposible volviera a emerger. Y mi fantasía es que si se agotara esto, la triada sería: vos, yo y la muerte.

 

 

 

 

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