domingo, 4 de octubre de 2020

Las violencias no tienen género (Primera parte)


 

Hace tiempo quiero escribir respecto de este tema tan sensible como es la violencia. La duda respecto de cómo abordarlo le restaba impulso al deseo de esbozar algún decir.

Por suerte, la duda – como efecto de lo inconciente- sirvió para poder hacer al menos alguna pregunta que oriente y marque una aproximación.

En el trabajo clínico, la violencia siempre se presenta de modo enmascarado y es una lectura más fina, entrelineas, lo que permite empezar a delinear una posición del sujeto frente a esto que no dice, a veces porque aún algo está vedado incluso para él, otras veces por temor. 

Se levantan barreras imaginarias muy fuertes a la hora de hablar de un vínculo violento.

Y el temor a decir suele ser un signo subjetivo de un arrasamiento de la palabra, las más de las veces, solapada, encubierta.

La vergüenza es uno de los diques anímicos más pregnantes de que algo allí permanece en las sombras de lo no dicho.

Pienso aquí la violencia como la satisfacción más fervorosa de la pulsión de muerte, la que defiende la pulsión de muerte a capa y espada. También podríamos arriesgar una posición de cobardía moral en quien la ejerce, en tanto el precipicio del acto que le arranca sentido a la palabra y la enmuedece, solo puede tener lugar en quien permanece disociado respecto de sí, que no se reconoce representado por una pulsión invocante, sino muda, que cumple ciegamente su cometido.

No existe solo un modo de violencia sino múltiples, las más resonantes son las llamadas violencias ligadas al género.

Oras son más discretas, cotidianas, mínimas, de hecho podrían pasar inadvertidas si no se les presta una escucha en un momento justo. Permanecen más en las sombras, en la opacidad de una satisfacción rechazada.

Las violencias son sin género pero los géneros están atravesados por ellas desde el principio de los tiempos. Son las que atraviesan una pareja, una familia, una comunidad, una sociedad, es la que ejerce la patrona un 10 de Diciembre, a la empleada doméstica que estando embarazada de 7 meses, la hace subir a lo alto del placard a hacer el recambio de la ropa de verano. 

Quien violenta a otro no lo ve, no hay allí un semejante, no hay otro reconocido como tal.

La violencia es patrimonio de los impotentes y los nefastos. De quienes proyectan en otro sus propias miserias enterradas y quieren sepultarlas con él.

Me atrevo a decir que la impotencia puede hacer estragos o bien el estrago es donde se gesta, donde anida, y luego a donde decide volver.

Cuando aparece de modo estruendoso en el ímpetu de lo enunciado, hay algo que suele quedar por fuera.

Dar lugar a la palabra es hacerle lugar al sujeto, es dignificarlo. 

El Psicoanálisis, como discurso, siempre operará a contrapelo del sentido común, de todos los espejos que refracten lo imaginario, de lo que esperable, de lo que parece lógico.

La lógica siempre es otra, porque hubo un Otro, allí, al menos a eso apostamos, a que la palabra toque al sujeto, como una gota que cae sobre un espejo de agua y produce un movimiento expansivo, para luego volver a recuperar la calma.


María Paula Giordanengo


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