domingo, 9 de agosto de 2020

Mi analista no me habla

1

Las coordenadas de inicio de un tratamiento psicoanalítico tienen características bien puntuales: pueden padecer la máxima dispersión posible respecto de cierta norma o forma pre-concebida, pero a su vez, ciertas cuestiones reconducen a todas a no ser más que una. 

Esto es, cierta fórmula parece insistir cuando pensamos en los movimientos que deben acontecer para que la pulsión, el inconsciente y la repetición hagan yunta, o mejor dicho, cabalguen sobre la transferencia.


2.

Uno de los primeros efectos de un análisis,  pequeño pero importante por fuera de que el encuentro posibilite que alguien hable de lo que le sucede, es que pueda hablar de aquello de determinada manera. 

Digámoslo de entrada: de una manera no explicativa-formal.

Es muy notable cuando eso ocurre, cuando ese que está ahí se sale del "cuidado" de las formas. A veces ocurre pronto, otras veces transcurre mucho tiempo para que en un tratamiento se deje de pedir permiso para decir, para putear, para hablar de otros, para  "hablar mal" de alguien o para dejar de aguantarse las ganas de llorar por evitar ser visto como vulnerable. 

A veces pasa mucho tiempo hasta que un paciente consigue no guardarse el enojo que le provocó una interpretación, o al revés, hasta que consigue abandonar el enojo como modo de encubrimiento y puede escuchar sin defenderse, soportar los silencios por más que incomoden o incluso dejar de cuidar al analista de sus posibles reacciones, es decir, de los efectos del significante en las palabras. 

Si bien no son estos fenómenos simétricos, ni pertenecen a los mismos registros, ese pasaje a otra intimidad lo producen las interpretaciones que fundan la transferencia y a su vez, transforman ese canal en el barro necesario para las patinadas propias y necesarias de la cura analítica.

3.

En términos estrictos, estamos intentando circunscribir a una lógica psicoanalítica aquello que en términos generales se consideraría como los pasos necesarios para que el paciente tenga confianza con el analista, sosteniendo que no se trata de un proceso que se de automaticamente y que por lo tanto requiere de determinadas maniobras de las que el analista también se sorprenderá, en la medida en que no solo está ahí conduciendo el barco sino también como tripulante, mojándose con las olas de la tormenta al igual que el paciente, aunque con una herramienta experiencial y teórica que le permite leer de qué fenómeno se trata para intentar tratarlo haciéndolo hablar de otro modo.


En este sentido, es importante remarcar que el fenómeno de la asociación libre dentro del dispositivo, que es la transferencia, no funciona de por sí. Para eso el analista está allí, no sólo mediado por un pago para que la transferencia tenga un coto amoroso, sino para intervenir técnicamente sin reducir la maniobra a un escueto "dígame lo que se le ocurre". 

Hablamos de buscar distintas modos para que el paciente salga de las vías de la explicación y entre en un modo de hablar advertido de ese “no saber” que se expresa en su decir.

Para esto mismo es importante romper la pareja asociación libre-pasividad del analista, cuestión que no ha sido gratuita para el psicoanálisis, al punto de configurar aquella sentencia social caricaturesca : el analista "no me habla". 


Se trata entonces, de un lugar de pasaje entre el lugar del Otro que sabe y tiene los significantes del saber a ser un Otro tachado y tomado en el lugar del objeto y desde esa insuficiencia y desde ese no saber también facilitar el avance del tratamiento.

En este punto, podemos recordar aquello que Luciano Lutereau menciona en su libro “El psicoanálisis no es un trabajo”, cuando sostiene que "el análisis es una experiencia parecida al windsurf. Al inicio del tratamiento el analista se esfuerza por alzar la vela, y una vez que el viento empuja, empieza a hacer una fuerza contraria y contrapeso. Por eso no hay buenos analistas, o mejor dicho, no hay analista que no resista al tratamiento. 

El análisis es una experiencia contra el analista, a pesar suyo, y si no hay buenos analistas, si están los peores, aquellos que no piensan sus resistencias a ese análisis". Página 15. 

4.

En este punto podemos recordar una escena de supervisión, en la que el analista en cuestión comenta la siguiente secuencia: la sesión ha finalizado en sus aspectos formales, y dispuesto el paciente a retirarse, el analista le consulta dónde comprar algo que el paciente mencionó durante la sesión. El paciente responde y el analista le dice algo así como que es más difícil conseguir ese objeto (de buena calidad) que los genéricos que lo reemplazan. Se despiden. 

En la sesión siguiente, el paciente comienza diciendo que le pareció muy buena la última intervención, que apuntaba a conseguir un resultado de calidad en la terapia aunque el camino fuese difícil, sin conformarse con soluciones genéricas. 

El analista se sorprende del carácter de interpretación que tuvo su pregunta y lejos de intentar convencer al paciente de que ello había sido una pregunta fuera de sesión (como si ese espacio existiese), continua por esa vía de trabajo sin más. 

Esto nos trae dos cosas muy importantes.  La primera es que confirma uno de los postulados de Freud: una interpretación se confirma por el material que es capaz de traer vía asociativa. Si no cae en un saco roto, sin pena ni gloria. 

Y segundo, esta secuencia ilustra con claridad cómo la resistencia puede quedar del lado del analista y ser el paciente el que reconduce el trabajo a la dimensión significante, ahí donde sí aparece la resistencia del lado del analista es porque este se manifiesta bajo la forma de la demanda. Pide algo, dejando la demanda de su lado, no apareciendo en el lugar del objeto ni del significante sino más bien mostrando que quiere algo. 

Dicho esto, concluimos que si en un principio el analista debe trabajar para romper el cascarón de la formalidad y poder meterse junto al paciente en el barro del amor de transferencia para que irrumpan los significante del inconsciente, no menos importante será que piense sus propias resistencias a ese análisis, allí donde puede, o bien sintomatizar el tratamiento con su propio síntoma, o bien, convertir su clínica en una vía de actuación personal. 

Gerardo Quiess

Patricio Vargas



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