viernes, 7 de agosto de 2020

La seducción, (relatos mínimos)

 


“Y me alejé de tu seducción y tu dulce voz…”

Mi genio amor

 

¿Qué implica la seducción entre un hombre y una mujer? No me pregunto respecto al seductor como el sujeto del acto, o como posición que encubre un síntoma, sino a aquellas  escenas mínimas, cotidianas, que transcurren entre los hombres y las mujeres en los ámbitos más inesperados.

Quisiera subrayar lo inesperado, lo imprevisto de la seducción, como aquello que irrumpe, que traspasa la escena del mundo, que hasta incluso, podríamos decir que lo detiene. Ese instante en que una mujer le dice a un hombre; - “¿tenés fuego?”, y él lamenta no haber prendido ese primer cigarrillo que le ofreció Charly, su compañero de campamento a los 15 años.

Bien podría ser la pregunta repentina de la hora, en un ascensor acalorado, o esa tarde que en el banco de una plaza, ella lee un libro mientras él intenta descifrar qué leerá con la atención tan fija, sin reparar en nada más.

La seducción condensa como acto, las mismas coordenadas que el deseo. Por un instante, él desea ser el cigarrillo que ella enciende o ese libro que captura la mirada.

Deseo de deseo.

La captura del deseo puede ser tan fuerte que hasta puede concluirse, sin más, que el otro sabe algo de eso que al sujeto le concierne íntimamente.

“Me invitó al departamento y cocinó arroz con manteca. Me pareció la comida más asquerosa que había comido en mi vida, pero su gesto delicado y la torpeza con la que colaba el arroz, creo que me cautivó para siempre”, dijo Elena después de su primera cita.

Instante de ver, (y de ser visto por el otro), y de concluir, pasando por alto el comprender, es decir, sin entender del todo qué ocurrió allí o de qué modo eso nos atrapó por completo.

“El tipo me parece un ridículo. Se viste mal, usa camisetas que parecen las de mi abuelo. ¿Por qué me gusta? Te juro por mi vida que es un misterio”, dijo Silvana después de conocerlo.

El misterio de su vida.

Me pareció algo precioso para pensar en este carácter enigmático de la seducción cuando sucede. Ella esperaba ser seducida por los tragos que él le preparó con esmero, pero resultó seducida por esas camisetas descoloridas, mojadas, colgadas en el baño (que ella revisó detalladamente), y que le recordaban a su abuelo.

La ternura superó la colección de destrezas y ya no pudo dejar de mirarlo.

Agitación intensa, tartamudéz, sofocación, calores, torpezas, vergüenza y culpa. Signos de la seducción afectando el cuerpo.

                Un gesto decidido, sin querer, es recibido cálidamente, es acogido sin saber por qué.

                Otro paciente decía; "hablar por teléfono no es lo mismo. ¿Sabes qué extraño?... la galería del consultorio, esa especie de túnel donde del otro lado estás vos, las plantas del patiecito, el cuadro que miro desde el diván. Así no es vida. Estoy cansado de sobrevivir, siento que ya no existo".

-          ¿Así?

La pregunta del analista lo llevó al recuerdo de aquella noche cuando fue a buscar sus últimas pertenencias a la casa donde vivía con su ex mujer, y la vio con un camisón rosa que le hizo acordar a aquel vestido rosa jaspeado que ella tenía cuando la conoció.

No sabe por qué pero quedó paralizado.

Trató de ocultar las lágrimas. La cocina olía a café recién hecho y ella se aprestaba a leer un libro.

En un instante, pudo verlo todo.

El café, el libro, el camisón, su mirada.

Todo lo simple se hizo presente, pero lejano.

El instante de la seducción tiene la curiosa propiedad de condensar esa chispa de fugacidad eterna - valga el oxímoron - que hará ecos desde algún lugar, atemporal, y que es pasible de retornar inesperadamente.

Esa marca reencontrada que nunca será la misma, pero sí la más propia.

 

María Paula Giordanengo

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