viernes, 22 de mayo de 2020

¿Llamados a un nuevo ordenamiento simbólico?



 La función simbólica constituye un universo en el interior del cual todo lo que es humano debe ordenarse.
Lacan, 1954


Las categorías de la realidad humana están trastocadas, desordenadas, desde que el marco simbólico desdibujó sus coordenadas. La oposición adentro/afuera como paso de inscripción, de división, se vio sumergida en una forclusión.
Las fronteras se cerraron, esas líneas imaginarias, pespunteadas que se cruzan con los muros, se cayeron, se callaron. La superficie, bisagra entre el cuerpo y el exterior se barnizó de contagio y la continuidad erupcionó como una piel. Un nuevo silencio habita en un estado de asombro y amenaza constantes. Nos vemos confrontados a la pérdida.
La pulsión como límite y frontera entre lo psíquico y lo somático le toca confrontarse con un trabajo nuevo, un esfuerzo de invención a un nuevo destino, nuevos refugios y a la vez nuevos montajes.
Los significantes pandemia/encierro/aislamiento trastocan, irrumpen en la subjetividad. Llamados a un nuevo ordenamiento, confrontados a la renuncia continua, tiempo de duelo que anuncia otra vez que el Yo no es dueño en su propia casa.
Si el sueño es la vía regia al deseo inconciente, al lugar del gran Otro ¿Qué respuestas puede dar un sujeto, cuando este lugar se presenta como un Otro amenazante? Si bien la pesadilla es un paso de cultura, no está en el mismo orden del sueño. 
En este punto, las pesadillas prefiguran la irrupción del goce del Otro que se  presentifica en la angustia.
Las pesadillas no son por el encierro. Responden a que nos está prohibido salir.
La prohibición es una marca de la cultura. El bien común se impone al individual. Estamos insertos en una trama simbólico-imaginaria donde la renuncia es su condición inalterable.
Hay otras formas de la muerte, la simbólica, que ha marcado la historia de la humanidad.
Si no hay palabra que recubra lo real, se des(a)nuda, acechando los sueños y los días.
El sueño es la interpretación de un real que no cesa de no escribirse, se ofrece como un borde simbólico e imaginario a la angustia que recubre.
En tiempos de pandemia, hay sueños que se hacen oír, sueños que no cumplen con su función de “guardián del dormir”, sino que llevan a despertar, donde el borde fracasa. El despertar se produce por la irrupción del afecto, de angustia, que es el único afecto que no engaña.
La pesadilla presentifica un goce pero también instituye un corte a través de la angustia que suscita y que llama a un desciframiento. Contrariamente al sueño, da un paso más al traspasar el marco fantasmático, dando lugar a lo siniestro.
Una paciente llama temprano a su analista, apenas se despierta. El corrimiento de todo encuadre estipulado para las sesiones, instituyen un Otro al alcance, más inmediato. El aislamiento subvierte las distancias entre los cuerpos y va marcando otros ritmos sin impasses, con los que el analista maniobra en cada caso.
Frente a esta demanda imperiosa, el analista decide escuchar a ese sujeto que se presenta con un real que resiste a las palabras pero que urge en ser acogido por ellas. 
Cuando entonces no hay afuera ¿A dónde ir? ¿Un llamado podría a instituirlo? Acá también el artificio del análisis tiene algo para decir : sea por teléfono, por videollamada, “las máquinas más complicadas no están hechas sino con palabras, es el mundo simbólico” ( Lacan, 1954). El llamado es dirigido hacia un otro que escucha.
Conminados a un replegamiento continuo del tiempo y el espacio, urge instaurar un afuera que pacifique e instaure nuevas referencias.
“El tiempo es un efecto fugaz”, dice la canción de Fito, pero para que tenga efecto en un sujeto, el tiempo tiene que entrar en un marco simbólico/ imaginario. El reloj es esa esfera, ese círculo cerrado que da la ilusión de cierto cálculo frente a lo insondable del tiempo, donde la vida transcurre en 24 horas. Un nuevo arreglo de manecillas para que la vida ingrese en nuevas coordenadas, día tras día.
En la práctica clínica, se escucha decir que el tiempo transcurre más lento, que las rutinas se hacen más abrumadoras, a pesar de tener más tiempo, o que el presente se torna ilimitado. 
En este contexto, el mandato superyoico no tarda en hacerse escuchar. Ocupar el tiempo se tornó en el nuevo imperativo: Amarás el tiempo como a tí mismo. No dejar que se pierda para entrar en la categoría de lo útil, lo servible, pero lo útil también es desechable, caduca. 
El Psicoanálisis nos enseña lo contrario. Preserva el lugar donde la pérdida posee un valor : lo que se pierde es signo de lo vivo, de la vivificación que opera en un sujeto, por la vía del deseo.
La angustia del domingo, de un final contrastado con un reinicio, deja de ser el ordenador desde el cual algo se motoriza para un nuevo comienzo. El domingo ha muerto y la angustia se ha desplazado a casi todos los días en una identidad inalterable.
Sabemos cuándo comenzó el confinamiento pero no sabemos cuándo termina, estamos confinados a la incertidumbre y eso quebranta las defensas subjetivas. 
Habrá quienes se empapen de información, quienes prefieren vivir “anticipados”, “advertidos” rompiendo con la lógica del tiempo, quienes pretenden responder a la incertidumbre con certeza, quienes desesperan, o - como ocurrió en algunos países – quienes desean contagiarse y hacen reuniones festivas recibiendo al virus, para que lo que tenga que pasar pase, porque creen que es preferible morir a una sobrevida lapidaria y fútil.
Tantas respuestas como sujetos, lo cierto es que algo detuvo el tiempo y rompió con todas las rutinas en las que transcurría la vida como la conocíamos: trabajo, escuela, actividades, reuniones, horarios que cumplir. Cuando todo esto no está, ¿qué hacer con esa libertad que hasta entonces desconocíamos? Si la respuesta es de sujeto, la salida también será singular de cada sujeto.
El tiempo que “se tiene” siempre es impostado, es por eso que se hacen más cosas sabiendo que el tiempo no se tiene más que teniéndolo. Para el neurótico es necesario creer que no tiene para poder hacer con eso.
El universo simbólico es un marco que baña las costas del lenguaje, que en cada ola arrastra un sentido nuevo. Tiene un ritmo de oposición: dentro/ fuera, interior/ exterior, día/noche, Eros/Tanatos, arriba/abajo y así sucesivamente y en los sucesos, una bisagra de real asoma. Innombrable, apenas marca, huella de aquello que dejó.
¿Qué sucede hoy cuando ese ritmo de los opuestos no pueden bailar ese orden? por donde puede asomar en este desorden un respiro de invención? El psicoanálisis nació de un sueño, en los sueños y su escritura. El alba del inconciente, como horizonte,  despertó a un hombre y a la humanidad, ya nada será igual.
Freud es un camino sin retorno y hoy nos despierta, aún no sabemos a qué, tendremos que esperar de los efectos. Una ola de sueños visita el consultorio cada vez que somos llamados al teléfono:

Una mujer sale a la ciudad vacía, todo es frío y gris, huele a ausencia. Entra a una tienda de dulces en la que un hombre la recibe con los brazos abiertos, la abraza y en ese abrazo comienza una danza.

    El sueño es una invención singular que se entreteje a los significantes que emergen del campo del Otro y ahí tendrá que tejer su respuestas. El sueño como un paso en la cultura, como paso de sujeto en un análisis, es exigido en un nuevo trabajo y  en esa vuelta que implica un desvelo al marco simbólico puede emerger la pesadilla (el goce del Otro): se abre la puerta y el que entra es un fantasma.
    Así como la belleza, el orden y la limpieza ocupan una posición particular entre las exigencias culturales: la pandemia y las medidas llevadas a cabo, trastocan, ese orden establecido en el que vemos un descenso, si podríamos llamarlo así, al plano imaginario/ real: desorden en el dormir, en los ritmos de las comidas, en los horarios. La irregularidad se toma de las casas. Si la casa, es la casa del Otro ¿que refugio posible cuando el otro trae el contagio, el peligro, lo horroroso, lo extranjero? 
¿Podrían los niños mostrarnos un camino posible ?
Un niño arma una carpa en el living de su casa, hace entrar sus objetos,  y así inventa e inscribe un afuera y un adentro.

    Los niños siempre nos llevan la delantera. Sólo hay que estar atentos a un decir, a un lugar que se inventa. A un azul adentro del cielo. A un cielo dentro de un avión. A un avión que lo lleva a la plaza. A una plaza con tobogán en movimiento. Al movimiento que juega en su cuerpo. A un afuera que es dentro de una carpa. A un adentro que invita e inventa un color. Un juego. Un otro. Atentos al sujeto que se crea con el significante que a la vez lo recrea.

Maria Paula Giordanengo. Psicoanalista
Rocha Arzola. Psicoanalista

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