lunes, 4 de mayo de 2020

"EL VASTO UNIVERSO QUE HABITO": Entrevista a Luis Darío Salamone.

En medio de la Pandemia, el Psicoanalista Luis Darío Salamone inició una serie de entrevistas virtuales con diferentes analistas, para hablar acerca de lo que sucedía en el mundo y del impacto en la práctica del psicoanálisis. Allí pudimos disfrutar de su generosidad para habilitar la palabra. Con una gran trayectoria como analista en la Argentina, como miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Escuela de la Orientación Lacaniana, es autor de varios libros, entre ellos “El silencio de las drogas” y “Alcohol, tabaco y otros vicios”.










J.L.R: Antes de entrar en el mundo del Psicoanálisis, quisiera preguntarte por algo que es apasionante de tus lecturas. Tanto en tus libros como en tus publicaciones en Facebook, aparece una íntima relación con la música. ¿Qué nos podrías decir de eso?


L.D.S.: Desde muy pequeño me interesé por la música. Supongo que si hubiera tenido cierto incentivo hubiera terminado por esos lugares. Cuando tenía cinco años quería tocar un instrumento, cuando estaba en primer grado de la primaria quise estudiar piano, encontré una profesora en la madre de una amiguita, fui a la primer clase, pero cuando le dije a mis padres lo que me proponía me contestaron que no podían pagar las clases.
Cuando tenía diez años comencé a estudiar guitarra. Me encontraron un profesor que por dos años me enseñó digitación, solfeo y teoría. Pero jamás una canción. Lo abandoné.
Después tuvo importancia en la relación con la música mi hermano, cuatro años mayor, que traía a casa vinilos de rock argentino, como Sui Generis, Pastoral, El reloj o Invisible, y extranjeros como Yes, Led Zeppelin, Deep Purple, Pink Floid. En esa época, en las misas del Instituto Parroquial San Roque, un joven amigo de mi hermano tocaba canciones de Vox Dei y otros temas religiosos. En el sótano de la Iglesia se armaban zapadas donde se tocaban varias cosas y las primeras composiciones de ese muchacho. Frecuentemente venía a mi casa y traía sus discos. Mi hermano y él enchufaban sus guitarras eléctricas en el “combinado”, un tocadiscos, con radio y parlantes que tenía entradas y permitía arrancarle a las guitarras eléctricas algún sonido, como cuando canta Charly García “nadie tenía un miserablemente amplificador”. Él nos transmitió su pasión por la música. Aquel muchacho era Gustavo Cerati.
Cuando llegó la adolescencia, con mis amigos vivíamos escuchado música. Queen era el centro de toda la pasión musical, pero ahí estaban los Beatles, Supertramp, Eletric Light Orchestra, Kiss, el nuevo Génesis, Peter Gabriel por su cuenta, Bee Gees, Kansas, Boston, Cheap Trick, los Rollings y Pink, y tantas bandas y solistas que hicieron de los 80’ un paraíso musical. Y la música nacional, Charly, Nito, Spinetta, Pappo, Baglieto, Silvana Garré (a quien conocí cuando ella estudió Psicología y con quien mantenemos una relación virtual en estos tiempos), Calamaro, Paez, etc. etc. Luego la música disco. Y los lentos. Esos momentos en donde podías abrazar a una mujer y enamorarte.
Con el tango, por la presión paterna y su rechazo del rock, me encontré más tarde. Hoy, siempre trabajo en torno a sus letras. Luego vino mi relación con la música clásica. Recién después comencé a disfrutar la folklórica. Pero lo que más me llega es el rock en todas sus versiones.
Después del primer recital que asistí, en el que pudimos ver a Queen con Freddie Mercury, concurrí al espectáculo de cada músico que pisó Argentina. Siempre pensé que un recital en vivo es un momento que se transforma en inolvidable.
Siempre compré instrumentos musicales. A los 50 años alguien me regaló una trompeta, llamé por teléfono al mejor trompetista que conocía y que no veía hacia como 15 años: Miguel Ángel Tallarita. Le pregunté si tenía algún discípulo que pudiera enseñarme a tocar los domingos a las siete de la tarde en mi casa, ya que era el único horario con el que contaba. Me preguntó qué hora era: 18,30, le dije. En media hora estaba en mi casa. Me llevó al sindicato de músicos, me metió en el ambiente de la música. El tocó con todos los músicos que se nos puedan ocurrir. Pero yo estaba ya muy tomado por el psicoanálisis y el tiempo que tenía era muy poco. Es un maestro increíble, pero yo no le dedicaba el tiempo necesario al ensayo. Cortázar dejó de tocar la trompeta por eso. Es un instrumento que requiere tiempo, como todos. Con ese maestro y músico excepcional labré una gran amistad. Algún día volveré a ser su discípulo.
En fin. Como dice Nietzsche para mí la vida sin música sería un error. Últimamente volví al gusto de coleccionar vinilos. Aunque sigo sin poder encontrar tiempo, aun estando en mi casa en esta cuarentena, para dedicarme a escuchar música tanto como quisiera.
Por mi tipo de neurosis, como dice Miller, para disfrutar de algo tengo que pasarlo por el saber, por eso en mi biblioteca hay cientos de libros sobre músicos, de quienes he aprendido mucho sobre, por ejemplo, la relación que tienen con el consumos de sustancias. Por eso regularmente escribo sobre ellos. Las vidas de los músicos y escritores que amo me interesan tanto como su obra. Suelen ser hombres de deseo.


J.L.R: Respecto de tu vida Psicoanalítica, si puedo nombrarla así, ¿Cuáles son para vos aquellos aspectos de la experiencia que son más significativos o que delimitan dicha experiencia?


L.D.S.: Una vez lo hablamos con Mónica Torres, como lo planteo Miller o Laurent, no recuerdo cuál de los dos, que el psicoanálisis es nuestro estilo de vivir la pulsión. Allí se juega nuestro deseo, pero también nuestro goce, este último se deja de lado en la clínica para el ejercicio de nuestra función. Pero circula en las clases que uno dicta, en la relación con la lectura y la escritura. Pongo tanta energía que muchas veces luego de una clase puedo quedar agotado. Cada aspecto del psicoanálisis me resulta fascinante y en ellos deposito mi libido.
La escritura más allá del psicoanálisis resulta indispensable en mi vida. Lo que no pude obtener de formación en el campo de la música, pude obtenerlo con horas de lecturas en la biblioteca del colegio, en la del barrio, en los libros de oferta que podía comprarme en la calle Corrientes o Avenida de Mayo en la adolescencia, en las ediciones a la cual tuve acceso más tarde al contar con más posibilidades. Todo lo que leo pasa por alguna razón desconocida al campo del psicoanálisis, realmente entiendo eso que plantea Lacan de que los artistas nos llevan la delantera. Son mis maestros.
Por supuesto la formación de un analista no pasa por los libros sino por su análisis y las supervisiones. Eso es elemental. Pero lo más significativo en mi vida quizás sea la relación libidinal con los libros. Hay algo en ese objeto que me resulta magnético.
Pero nada se parece al ejercicio clínico. Tener el privilegio de que un sujeto deposite en vos esa confianza que le permita a su vez tener confianza en su propio inconsciente.


J.L.R: Te hago una última pregunta, tal vez más acá de la experiencia analítica. ¿Qué es para vos la amistad?


L.D.S: Muchas veces escucho que uno puede conocer mucha gente, pero amigos realmente son una o dos personas. Creo que Pío Baroja dijo que los que tenían muchos amigos eran tontos. Jamás compartiría esa idea. Tengo la alegría de tener muchísimos amigos. En todo el país, en todo el mundo. Mi mundo son los amigos y las demás personas que amo. Por supuesto si uno tuviera menos amistades podría dedicarle más tiempo, pero yo siento que están conmigo en cada momento, y mi relación con ellos es tan intensa como la que tengo con las otras personas que amo, con la música, con el psicoanálisis o con la literatura. Con ellos compartimos algunas de nuestras pasiones. A algunos podré verlos muy poco. Pero sé que están cuando los necesitas, y ellos también saben que cuentan conmigo.
El sentimiento de amistad, si uno solucionó ciertas encrucijadas subjetivas como la rivalidad, la envidia, la avaricia, es algo que resulta sumamente agradable. Nos ayuda a enfrentamos a esos impasses y nos permiten superarlos si así lo deseamos. Y es importante que este sentimiento se juegue también con la pareja o con los hijos, más allá de que en esos vínculos también se juegan otras cuestiones.
En la amistad, como en el amor, hay una relación sintomática. Esto lejos de implicar la completud, remite a la intensidad que puede tenerse en la relación con la falta. Las cosas del deseo son experiencias que se abrazan con nuestro inconsciente, y que no conocen de las cronologías ni de los límites convencionales. El amor sin límites que se espera luego de una experiencia analítica tiene que ver con esto, con lograr salir de esas repeticiones que arruinan las relaciones con el otro.
Anaïs Nin planteó algo así como que cada amigo representa un mundo adentro nuestro, un mundo que tal vez no habría existido si no lo hubiéramos conocido. Hay cosas que no sólo nos hacen la vida soportable, además nos permiten disfrútala.
Agradezco la riqueza que los amigos, los libros y la música me han prodigado, han constituido ese vasto universo que habito.



Jorge Luis Rivadeneira.

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