sábado, 14 de marzo de 2020

Una escritura que hace cuerpo



"Nos hemos apartado de nuestros cuerpos, que vergonzosamente nos han enseñado a ignorar, a azotarlo con el monstruo llamado pudor… ¿Por qué hay tan pocos textos? Porque aún muy pocas mujeres recuperan su cuerpo. Es necesario que la mujer escriba su cuerpo, que invente la lengua inexpugnable que reviente muros de separación, clases y retóricas, reglas y códigos, es necesario que sumerja, perfore y franquee el discurso de última instancia, incluso el que se ríe por tener que decir la palabra “silencio”, el que apuntando a lo imposible se detiene justo ante la palabra “imposible” y la escribe como “fin”. 

Hélène Cixous, La risa de la medusa


Es habitual que quienes estamos eventualmente en posición de analistas, en cierto momento de nuestro análisis o de nuestra práctica clínica, escribamos. No me refiero a las publicaciones – que a veces se producen también como efecto contingente - sino al recurso a la escritura como un acto íntimo que sirve de relevo.
No se trata, entonces, de la resultante de lo que fue elaborado, o resulta aprehensible, no es la transcripción de lo que puede ser significantizado. La escritura es lo que le sirve de armadura a ese fuera de sentido, que le da un marco, una inscripción posible. En este punto, siempre se escribe (con) el cuerpo.
Desde viñetas breves hasta construcciones de caso más elaboradas, la escritura aparece como un horizonte necesario. Hace las veces de anclaje y soporte de la clínica, un modo de sentar mojones desde los cuales orientarnos en lo Real.
Se escribe también para poder leer desde allí las formaciones del inconciente. No es que no se las lea si no se escribe, pero la operación de escritura entrama el deseo del analista con la letra del síntoma.
La escritura del analista tiene su propia lógica. Es un acto de lectura de un fuera de sentido.
En “El reverso de la biopolítica”, Eric Laurent dice; “La letra es perturbación lógica y la escritura es, para Lacan, el sistema de notación de las perturbaciones de la lengua, del hecho de que la lengua escapa al lenguaje y de que en lo que se dice siempre hay algo en reserva, que no llega a decirse y sin embargo se escucha. La escritura permite levantar acta de ello. Si parece más adecuada para decir lo íntimo, no es porque sea primera, sino porque puede señalar lo indecible".
Así como en las Psicosis, la escritura puede operar como una suplencia, el acto de escribir para un analista representa el corte entre lo oído y lo que es leído en un análisis.
En Freud encontramos por un lado sus grandes textos, y por otro, sus cartas a colegas y amigos. Sus cartas contienen anotaciones preciosas, ideas que se iban puliendo en el intercambio. Constituyen un hallazgo de aquello que Freud iba ensayando, sus notas sobre casos, sus tropiezos, sus escollos, sus hipótesis clínicas. Las cartas a Fliess, en ocasiones, tienen la impronta de una confesión.
Pero me interesa destacar el punto en que la escritura - en tanto sedimento del cruce entre la escucha y la lectura de un caso - hace cuerpo. Cuerpo teórico, conceptual y deseante.
La trama que teje la escritura en un análisis es hacedora del cuerpo.
La clínica actual, muestra fenómenos del cuerpo cada vez menos ligados a estructuras definidas, en un cierto continuo. Sujetos, cuya posición en el discurso acusa cierta errancia, discursos en nebulosa, donde no hay capitonado de la significación, o éste se encuentra desplazado e interpuesto fuera del discurso.
En ocasiones, es el analista quien aporta ese hilo que amarra la dispersión significante, desde el que el sujeto podrá ensayar anudamientos que lo alojen.
El recurso a la escritura constituye en ciertos casos, una vía regia al deseo, que es el único que nos permite hacer pie en lo Real.

María Paula Giordanengo


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