viernes, 31 de enero de 2020

Neurotizar(se)








El yo desconoce las causas de que ciertos sucesos menores en su vida lo hagan sentir tan mal. Desconoce los caminos intrincados que vinculan esas pequeñas escenas de la vida cotidiana con los “complejos inconscientes”, como le gustaba decir a Freud. Desconoce cómo algunas palabras en una situación, sin mayor peso aparente, terminan siendo concernientes a él sin poder ubicar que esa angustia es signo de la posición recubierta por su propia envoltura imaginaria, algo como un “propio mensaje en forma invertida” como le gustaba decir a Lacan; se escucha en otro, pero por alguna razón se escucha el oráculo del Otro.
Los significantes “del complejo” y el discurso del Otro, son la misma trama, que con determinados sentidos muy singulares, configuran ese lugar de objeto con su goce excesivo, desbordante, inundante, al cual los síntomas vienen a ofrecer una solución posible. Soluciones precarias, de compromiso, un producto de transacciones que cambian algo para no cambiar nada.
El problema se plantea, no tanto cuando el psiquismo establece, vía las “elecciones forzadas”, las soluciones de compromiso, sino cuando estas dejan de funcionar como tales, y la angustia, que no engaña, irrumpe con sus distintas manifestaciones.
El yo sabe que algo pasa, que cae fácil en neurotizarse-enredarse y padecer exageradamente, pero sin el pasaje por una escucha que interprete, neurotice-sintomatice analíticamente, por los deslizamientos de sentido, y con eso construya la “otra escena”, ese complejo significante donde el sujeto se configura como resto objetal, hay pocas chances de no volver a caer en el mismo circuito.
"No sé por qué siempre me tengo que quedar callada, pero con tremenda revolución adentro!"....dice María, haciendo referencia a ese encuentro con amigas en el que se presentó una escena que la detonó: discutían el destino para unas vacaciones cuando el contrapunto entre dos opiniones bien distintas la llevó a sentir que debía tomar partido.
Estuvo a punto de hablar, pero su nerviosismo se lo impidió, temía, con la certeza de los que temen, que su opinión fuese rechazada o subestimada. "Me enrosque" dice, mientras reconoce que nada de lo que allí pasaba era lo suficientemente grave como para alterarse.
¿Por qué esto me pasa con cosas tan tontas e insignificantes? Pensó.
Neurotizarse, es eso:
Responder a un conflicto del presente con una estrategia del pasado.
Actuar como niño en la adultez.
Percibir una circunstancia del ahora en base a las impresiones traumáticas que la infancia dejó, cual negativo que nunca termina de revelarse y se actualiza en cualquier escena que arme con aquel pasado alguna relación de contigüidad.
Neurotizarse, es eso: proyectar en los otros que hoy me rodean, la imagen de los primeros otros que marcaron mi forma de ser, en base a sus palabras sobre mí y a un modo de goce que sobre ello obtuve.
“El negativo que nunca termina de revelarse” es una figuración de esa “otra escena”. Y hay un solo lugar donde esa escena puede develarse con la implicancia que tiene para sujeto: el entre-dos de la transferencia. El dispositivo analítico es el que puede reconstruir, a fuerza de rescatar las enunciaciones convirtiendo los equívocos en fallidos logrados, la fijeza del fantasma.
El fantasma es ese texto fundamental, negativo de las significaciones que vamos encontrando en los síntomas cuando logramos que dejen de neurotizar-enredar al yo y hagan ese pasaje a un enigma que remita a otro saber, neurotizar como división.
María, recuerda que en su casa sus padres siempre discutían por cuestiones nimias, insignificantes, pero ello no era argumento para detener la batalla: gritos, empujones, abrazos, reencuentros y ella ahí, intentando decir algo que calme, que alivie, pero la respuesta siempre era la misma: vos cállate, vos no servís, sos tonta, no podes opinar.
Es importante destacar que la serie pasado-presente que aquí se arma no debe ser leída en clave de causa y efecto. De nada sirve decirle a un paciente "esto te pasa porque cuando eras chico ocurrió x". No es de esa manera como funciona, aunque a veces se haya traducido el psicoanálisis a una versión simplista de ese estilo. De nada sirve que un paciente escuche una sentencia como esa, que eventualmente solo producirá un efecto de racionalización pero nada cambiará a nivel del síntoma. El yo tendrá una nueva versión de recubrimiento, un saber de salida y no un pregunta que envíe a los enigmas del “saber no sabido”. La serie pasado-presente en todo caso tiene su lógica en el deslizamiento de escenas.
¿Cuál es el modo entonces? Inevitablemente, la tarea consiste en develar un modo de goce que al día de hoy sigue siendo benéfico a nivel inconsciente. Hay algo de ese modo de vivir la conexión con la fantasía que impide un contacto saludable con la realidad.
Esa conexión con la fantasía la podemos pensar un poco con un texto de Freud, “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”(1908), en el que establece condiciones de formación de síntoma para la histeria en particular. Pero como la histeria, en los orígenes, fue quien modeló la conceptualización del inconsciente por las forma en que el maestro la escuchó, encontrando la división fundamental del sujeto psíquico, podemos extraer de aquel texto algo y generalizarlo: el concepto de “soldadura”. Esta idea ubica una relación de base entre las fantasías y el acto masturbatorio infantil. Esto es lo que debería encontrarse en el camino inverso que se recorre a partir del tratamiento de aquello que neurotizaba-enredaba, una vez que fue neurotizado-analiticamente y como síntoma neurótico, vías sus textos, su nuevo saber, ir a los textos de aquella fantasía fundamental, inconsciente, que sigue ejerciendo, por refuerzo libidinal, un reclamo de satisfacción.
Se encuentra ahí la recomposición de una “satisfacción primaria” que se buscaba, sustituida, en el producto patológico neurótico. Esa fantasía reprimida tiene relación con la sexualidad infantil y por lo tanto tiene una relación de soldadura con la masturbación infantil, placer erógeno, que marcó con las satisfacciones primeras, un lugar de objeto en la trama edipica, con una versión del Otro, que le da cuerpo, marca pulsional, a la novela. Las respuestas sintomáticas del sujeto a las primeras soldaduras entre fantasías y satisfacción primarias, son el molde de las primeras respuestas defensivas, “elecciones forzadas”, que volvemos a encontrar en la historia de sus síntomas.
Tenemos dos elementos entonces, la soldadura inicial son su texto fantasmático de base, que marca la posición de objeto de goce, y las derivas desde las primeras respuestas defensivas, neuróticas, en la historización del síntoma, una vez sacado del enredo del desconocimiento yoico inicial.
La tarea, entonces, consiste en poder señalar cuál es la versión del Otro que el síntoma sostiene, es decir, de qué modo esa forma de actuar sostiene al Otro en el otro: por ejemplo, en un lugar de poder que infantiliza y permite evitarse el trabajo de hablar desde una posición adulta.
María, tras este señalamiento, advierte que su padre hoy le cuenta que aquellas ocasiones ocurrieron a sus 6 años aproximadamente, edad en la que ella se mostraba particularmente interesada en obtener su amor, al tiempo que se mostraba celosa cuando veía entre él y su madre manifestaciones de afecto; por otro lado, comenta que su padre niega el hecho de que su madre y él intentaran callarla en discusiones, mucho menos que fuesen ellas parte de un proceso de separación de su esposa, con la que sostiene a la fecha un matrimonio de años.
"Capaz que en algún momento me di cuenta de que si me mantenía callada era más probable que se separen", dice hoy, sin ningún tipo de certeza ni recuerdo sólido sobre ello, pero pudiendo darle al síntoma de "callarse entre nervios" una nueva versión: ¿La de la verdad del inconsciente y la historia? No sabemos. Sí que “callarse entre nervios” es un texto que no habla necesariamente de un Otro autoritario que obligaba al silencio, sino que tal vez era una primera ‘“respuesta” sintomática, frente a otra propia “soldadura” entre pulsión, representante y cuerpo, que igualmente no se arma sin un pasaje inicial por el Otro.
No hay pulsión sin representante.
Si es cierto que los sentidos que un paciente puede ir construyendo como nuevas formas de leer lo que hoy le pasa, le permiten pararse frente al presente de un modo distinto, de un modo advertido, menos neurotizado-enredado.
De esta manera, la escena que la paciente trae a sesión cobra, en base al diálogo analítico, un nuevo sentido en virtud del siguiente recorrido: el fenómeno de callarse por temor a que su opinión fuese desvalorizada, se entiende ahora a partir de nuevos modos:
- El silencio de su síntoma como una forma de evasión de cierta posición adulta.
- El beneficio (que los nervios-culpa evidencian) obtenido en dividir y reinar, de modo tal que el evitar tomar partido conserva el placer infantil de suponer la separación de los otros como forma de sostener, con alguna de las facciones, un vínculo privilegiado.
- Dicha cuestión, esconde un fenómeno aún más oculto, y que muchas veces es la clave para entender los celos: cuando a supone que si b ama a c, entonces no la ama a ella. Este modo de vivir el amor, bajo una constelación que reclama exclusividad, es otro de los efectos residuales del Edipo: suponerle al otro un amor cuantificable, de porcentajes, que si le das más al otro puede darme menos a mí.

María se mira en el espejo de estas palabras y se ve distinta. Habrá que ver si algo de lo que en la realidad acontece también cambia, ya que como sabemos, una interpretación se mide por sus efectos. No solo la de los alivios por añadidura sino la de los caminos que abre, en el entre-dos de la transferencia, para poder reconstruir, en el único lugar en el que se puede reconstruir, la escena fantasmática del sujeto, esa soldadura inicial que tiene que encontrar nuevos modos menos sufrientes de agenciarse. 



                                                     Patricio Diego Vargas y Gerardo Quiess

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