martes, 2 de julio de 2019

En la Perversión el síntoma no representa a la estructura


Entrevista a Tomás Otero*


En la tradición antigua y transmitida por el sentido común se tiende a pensar la perversión ligada exclusivamente a la conducta sexual ‘desviada de la norma’, llámese fetiche (trenzas, zapatos, etc.) o incluso la homosexualidad como una perversión. En este sentido: ¿Cuáles serían las diferencias entre ‘Rasgos Perversos’ y ‘Estructura Perversa’? ¿Cómo definir en un sentido amplío la Perversión más allá de la conducta sexual?

El gran aporte de Freud a la clínica de la perversión que marca un corte con sus antecedentes como todos sabemos es proponer el carácter universal de la sexualidad infantil como perversa polimorfa y, en efecto, subrayar lo inadecuado que es usar reprobatoriamente el término perversión sin sentenciar a toda la condición humana. Si bien no es él quien logra zanjar la perversión como estructura subjetiva, diferente de la neurosis y de la psicosis, podemos constatar su empeño por incluir a las perversiones adultas dentro del método analítico, no a partir de un juicio  externo y mucho menos moral sobre sus fantasías o prácticas sexuales, sino en función de la pregunta por la causalidad de un padecimiento psíquico del que solo puede dar cuenta el sujeto. Juzgar a priori la puesta en escena de la fantasía en la perversión como síntoma es un resabio de la moral del siglo XIX, que consideraba precisamente dichas prácticas como desviadas de la norma y en consecuencia allí radicaba su carácter sintomático para el  psiquiatra, el jurista, el psicólogo o sexólogo de esa época.  ¿Desde qué ideal de normatividad juzgamos que la puesta en escena de la fantasía perversa es un síntoma si no conlleva el testimonio del sufrimiento o del conflicto psíquico por parte del sujeto –lo que es la piedra de toque del síntoma para el psicoanálisis–?
Ahora bien, de la tripartición que se le adjudica a Freud haber delimitado, neurosis, psicosis, perversión, en mi opinión solo las dos primeras alcanzan tal expectativa en la obra freudiana quedando la perversión como estructura subjetiva, de propio cuño lacaniano.
A partir de los años ’60 va a haber un giro en la teoría lacaniana de la perversión, que la va a ubicar ya no en relación al campo del deseo y al falo, sino en relación al campo del goce y del objeto a, ganando una mayor precisión y solidez conceptual para distinguirla de la estructura neurótica. Cabe aclarar que esto no anula el recorrido previo, la clínica del objeto a no destrona la del falo, podríamos tomar las distintas referencias a la perversión que Lacan arrojó a lo largo de su obra y concebirlas como los diferentes lados de un prisma que nos ilumina, según la perspectiva, distintas aristas de la estructura. 
No obstante, a partir del giro de los años ‘60 encontramos la definición canónica del perverso que se aviene en su fantasma ser instrumento del goce del Otro. Es una forma de posicionamiento subjetivo respecto a la castración del Otro que se distingue tajantemente respecto de la neurosis y también de la psicosis.
A la altura de su Seminario 16 la definición lacaniana de la perversión como restitución del objeto a al campo del Otro, que prolonga la tesis del perverso como instrumento, renueva originalmente la clínica de la perversión puesto que permite una distinción clara de los tipos clínicos dentro del campo de la perversión en función de distintas operaciones con el objeto voz o el objeto mirada.
En el masoquista se trata de hacer aparecer la dimensión de la voz en el campo del Otro como suplemento. Lo que ocurre del lado del sádico no es lo mismo él también intenta, pero de manera inversa completar al Otro quitándole la palabra e imponiéndole su voz. El goce sádico no está en el tormento sino en el relato del tormento.
Así como no hay simetría ni reversibilidad entre el sádico y el masoquista, nunca un verdadero sádico soportaría una víctima masoquista, tampoco la hay entre el exhibicionista y el voyeur.
           El exhibicionista más que nadie está interesado en arrancarle al Otro, no los ojos sino su mirada. Aunque no es tanto que el exhibicionista manipule el objeto sino más bien lo que manipula son los velos de su partenaire. Mientras que el voyeur interroga en el Otro lo que no puede verse, puesto que no alcanza a ver ni un poco más que los vestidos fálicos escapándosele verdaderamente el goce del Otro. El voyeur no advierte que el cuerpo desnudo para el ser hablante es un objeto de culto y adoración que está al servicio de velar la dimensión real del cuerpo. Y lo que su fantasma le oculta es que él está allí capturado en cualquier ranura para tapar el agujero con su propia mirada.
Los diferentes tipos clínicos responden entonces a diversas estrategias, algunas más logradas que otras,  de remisión del objeto plus de gozar al Otro, la perversión le enseña a Lacan en este sentido cómo un sujeto puede obturar la castración por medio de la producción de goce.
Pero además, esta definición de la perversión tiene la importancia mayúscula de dar el tiro de gracia para terminar de desprender a la perversión del manto moral que la había recubierto durante siglos juzgando, clasificando o diagnosticando conductas sexuales, puesto que las formas de restitución del objeto voz o mirada al Otro pueden prescindir totalmente de las prácticas con que el sujeto lleva adelante su vida sexual en el sentido lato del término.


Durante los últimos años se ha hecho un estandarte de la perversión generalizada en la comunidad analítica. Los rasgos de perversión proliferan y son diseminados vertiginosamente en nuestra sociedad contemporánea y no hace falta ser psicoanalista para diagnosticar la perversión en el cine, el teatro o la literatura, así como tampoco en los medios de comunicación, la iglesia o la política. No obstante, vale advertir que este uso de generalizaciones por parte de los psicoanalistas en el campo de la perversión tiende a licuar las particularidades clínicas inmanentes a esta estructura subjetiva, reduciéndola a rasgos cuya consecuencia más notable es la desorientación del analista ante este tipo de casos. Ahora bien, tomando este resguardo llamo perversión generalizada a: en un primer nivel de análisis, lo que todos los psicoanalistas estamos de acuerdo desde el descubrimiento freudiano del inconsciente: el carácter perverso de la fantasía y de la pulsión que se satisface en ella. En un segundo nivel, a diversos dispositivos de restitución del objeto voz o mirada al campo del Otro, que apoyados en las nuevas tecnologías provocan lo que llamaría un efecto de división subjetiva masivo, tómese a grupos terroristas como ISIS por ejemplo, cuyo verdadero crimen no se reduce a la ejecución de los rehenes sino a la viralización de esas imágenes del horror frente a las cuales quedamos cautivos, tal vez una de las formas más siniestramente acabadas que alcanzó el exhibicionismo en nuestra época para hacer aparecer la mirada en el campo del Otro. Y en un tercer nivel de análisis, llamé perversión generalizada a ciertos fenómenos cuya ley del deseo es el imperativo categórico, y que pueden apoderarse, por ejemplo, de la vida amorosa: el amor regido por el deseo puro es una modalidad del amor que no puede distinguirse de la expresión franca de la pulsión de muerte, precipitándose en el sacrificio en el altar del Otro o en su reverso no menos mortífero, la más absoluta degradación del objeto de amor.


En el lenguaje utilizado por los manuales DSM y CIE se habla de psicopatía, de trastorno antisocial de la personalidad, los cuales a su vez se tienden a corresponder con la Perversión. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

La necesariedad del Otro en la perversión se impone como una de las condiciones esenciales de su acto, por eso la perversión es solidaria a los discursos donde el Otro está más asegurado, particularmente el tipo de lazo social que se establece bajo las insignias del discurso del amo, la Iglesia por ejemplo, o el discurso universitario, el papel del educador se arroga también un lugar privilegiado para la perversión, poniendo en tela de juicio de paso a aquellas lecturas que subordinan la perversión al discurso capitalista mentadas por el imperativo de goce, que en este discurso, atenta contra el lazo al Otro, por lo cual jamás calificaría al perverso como “antisocial”. Además, por su estructura fantasmática, el sujeto neurótico es más vulnerable a entrar en la lógica acéfala del discurso capitalista. Porque la realidad fantasmática del neurótico es fetichista por estructura, sucumbe a una carrera perpetua detrás de algún objeto que lo captura por su brillo fálico o agalmático en una coalescencia fatídica con el discurso capitalista que no cesa de producir objetos inútiles bajo una lógica de consumo categórica. En este sentido, el empuje al goce del discurso capitalista que confina en el cultivo del goce autoerótico, autista, desenlazado del Otro, “antisocial”, no se confunde con la voluntad de goce perversa que requiere, no de un gadget, sino de un partenaire humano, es decir susceptible de ser dividido subjetivamente. Para decirlo en otras palabras, la perversión necesita del Otro, de lo social, para llevar a cabo su acto, desde el exhibicionista que suele elegir lugares públicos hasta las fijaciones contractuales que suele pactar el masoquista con sus partenaires, lo social, el lazo al otro como testaferro del gran Otro está asegurado.

Al comienzo del Seminario 8 La Transferencia, puntualmente en la clase “Decorado y Personajes” Lacan plantea que “la Sociedad acarrea, por su efecto de censura, una forma de desagregación que se llama neurosis,- mientras -que la Perversión, cuando es producto de la cultura, se puede concebir en un sentido contrario de elaboración, de sublimación. ¿Cómo entendés esa posición lacaniana?
Esta idea se remonta a un par de Seminarios atrás. La perversión suele contar con un especial recurso a la sublimación como destino de la pulsión. Porque la perversión como la plantea Lacan al final del Seminario 6 es una revuelta, una protesta, una rebelión frente a las identificaciones normalizantes del complejo de Edipo como solución al deseo, y en esto reside para Miller el elogio de la perversión que remata este seminario, puesto que esa rebeldía a las identificaciones que aseguran el orden establecido la sitúa en ventaja para la actividad sublimatoria, a diferencia de la neurosis. En la antítesis del artista exitoso, dichoso en el amor, dinero y poder que constituye las metas elevadas de la cultura, Lacan interroga el valor sublimatorio de la obra uno de los seres más despreciados del siglo XVIII, el Marqués de Sade a la altura de su Seminario 7.
Si tomamos la referencia a la sublimación que concluye  la conferencia 23 de Freud, para Sade ésta es más bien fallida si se piensa en el tiempo que el pobre pasó recluido en prisión o instituciones psiquiátricas, despojado de sus bienes y sus títulos de nobleza, con sólo un puñado de acólitos. Y en cuanto a su obra, si bien su éxito fue relativo en vida, siguió siendo subterráneo, marginal y confinado a las tinieblas.
No obstante, a pesar de haber pasado más de un tercio de su vida encerrado, la obra de Sade parece en este punto ejemplar de esa resistencia del deseo a la normalización, de la protesta ante las formas socialmente aceptadas de la actividad cultural, de la revuelta ante las identificaciones que padece el sujeto para garantizar las normas de estabilización social basta en este punto remitirlos a su “franceses un esfuerzo más si quereis ser republicanos” en el corazón de su Filosofía en el tocador (1795).
          La obra de Sade trastocó a la cultura de su tiempo, censurada, reprobada y oprimida, no dejó de hacer bullicio entre los letrados de su época. A pesar de su reclusión la referencia a lo social está absolutamente conservada en su obra y tiene la pretensión de valorizar socialmente un extravagante sistema, la ambición de fundar una sociedad utópica en los tiempos de la Revolución en que se levantaba el emblema liberté, egalité, fraternité. Aunque lejos de ser un objeto de valoración cultural, la obra de Sade fue más bien en su tiempo un objeto de sumo escándalo, “tenemos allí la obra más escandalosa jamás escrita” sentencia Blanchot. Que sea la obra más escandalosa jamás escrita, como dice Lacan, merece la pena de que nos ocupemos de ella.
           Sólo alcanzó la aceptación social un siglo y medio después cuando es resucitada de su tumba en el mismo lugar donde había sido enterrada. La prosa sadiana ha sido allanada a lo largo y a lo ancho por todo una tradición filosófica francesa de mediados del siglo pasado, quienes le han rendido su propio homenaje al Marqués, no faltan las referencias de Bataille, Deleuze, Foucault, Barthes, Klossowski, Sollers, Lacan y el recién citado Blanchot, entre otros especialistas en Sade para interrogar su gesto discursivo, su gramática y la perversión como recurso textual en su obra. Como afirma Lacan la naturaleza y los productos de la sublimación se distinguen de la valoración cultural que ulteriormente se le dará.

Debemos la denominación de Masoquismo y Sadismo a dos escritores literarios. ¿Te animas a nombrar una nueva figura literaria que se ubicaría en una posición perversa con respecto al goce?

Por alguna razón, muchas veces cuando doy clases sobre el tema de la perversión recurro a ejemplos cinematográficos de dos cineastas, Lars Von Trier y Michael Haneke, ambos tiene una maestría para generar a través de sus films lo que llamo un efecto de división subjetiva masivo, además basta ver La pianiste de Haneke para resumir pila de bibliografía psicoanalítica sobre el masoquismo, o ciertas escenas de Nynphomaniac de Von Trier para enseñar con precisión cómo es con el relato que el sádico pone a su partenaire de cara ante el horror por el placer por el mismo ignorado, tal como lo ilustra el fatídico encuentro del Hombre de las Ratas con el Capitán cruel.



 En la actualidad desde algunas corrientes lacanianas se habla de Psicosis discretas o normalizadas para hacer referencias a aquéllas formas de psicosis más sutiles. ¿Crees que se puede extrapolar estas nociones a la perversión? ¿Hay formas de perversiones más discretas?

Como sostiene Deleuze el cuadro de signos que conciernen al sadismo y al masoquismo  son “prodigiosos ejemplos de eficacia literaria”. Pues, los psicoanalistas nos confrontamos en el campo de la perversión con la siguiente pregunta: ¿Cómo separar el caso de la literatura, si en ningún otro campo clínico la obra literaria nos mostró con mayor sutileza y precisión las formas que encarna el deseo en la perversión?
Me interesa plantear la idea de que en la práctica psicoanalítica no nos encontramos con las formas clásicas y floridas de la perversión, aquellas que tan bien ilustraron las plumas de Sade y de Sacher-Masoch. El inestimable valor de las obras literarias para interrogar el deseo en la perversión está fuera de discusión, no obstante nos esforzamos por separar el caso de la literatura puesto que si bien Lacan afirma en el Seminario 10 que la ficción nos ofrece un “punto ideal” para mostrarnos el funcionamiento del fantasma ese punto ideal también nos aleja de la praxis. Por más que la literatura se adelante al psicoanálisis nunca vamos a tener a Dolmancé recostado en nuestro diván. En este sentido diría que en el caso de la perversión, lejos del sujeto que goza de forma irrestricta que es un sueño neurótico, en la perversión siempre nos encontramos con formas más ordinarias que aquellas que se desprendían del puño de Sade o de Sacher-Masoch.

¿Consideras que es posible analizar a un perverso?

Podemos decir que mientras la defensa funciona, el perverso lleva a cabo su actividad en regla con su fantasma en la mira de que su división de sujeto sea transferida al campo del Otro. Esta es la situación de la perversión por antonomasia, cuando la respuesta que ofrece el fantasma sirve como autotratamiento a la propia división subjetiva y no lo sintomático de la estructura, que en todo caso acontecerá cuando esa respuesta vacile o sea conmovida por el análisis. Si bien las referencias al fracaso de la perversión fueron poco tenidas en cuenta por la doxa  lacaniana, desde su primer seminario Lacan no dejó de señalar la fragilidad y precariedad de la escena en la perversión, de hecho su fragilidad es consecuencia de la prevalencia de lo imaginario en la que se sostiene su fantasma, coordenada que Lacan, aunque con pequeñas variaciones, desde su primer Seminario ha mantenido a lo largo de sus elaboraciones sobre el tema.
 Que el sujeto perverso se angustia es una evidencia incuestionable, pero esto no garantiza que haya análisis: la angustia puede conducir al sujeto perverso a la consulta con un analista pero no es la puerta de entrada al análisis propiamente dicho. Debemos distinguir la división subjetiva que conlleva la angustia de la división subjetiva solidaria al síntoma. El problema que merece plantearse es el de la pregunta por la división subjetiva en la perversión como correlato del síntoma analítico. Tomando por premisa que un análisis comienza por la puesta en forma del síntoma, y tomando un especial cuidado en no confundir la división subjetiva con la escisión del yo que más bien la encubre o la enmascara. En esta perspectiva, una de las conclusiones que se desprenden de mi investigación es que en la perversión el síntoma no representa a la estructura, es decir que no hay una particularidad del síntoma perverso como podemos situar a nivel del síntoma histérico, obsesivo, fóbico, paranoico o esquizofrénico que representan a estos diferentes tipos clínicos. Por esto, no es en función del síntoma que podemos arribar al diagnóstico de perversión bajo transferencia, sino en función de otras coordenadas como su posición en la fantasía o frente al Otro. Lo que no quiere decir, que no haya síntomas de los más diversos que sean susceptibles de ser analizables, constituyéndose un síntoma propiamente analítico. Como he señalado en varias oportunidades, no se trata de neurotizar al sujeto perverso para que entre dentro del dispositivo analítico, sino de histerizar su discurso. Incluso agregaría se trata de histerizar el discurso del paciente, sea un sujeto obsesivo, paranoico, sádico, y sin agotar la lista, incluso histérico.

* Tomás Otero es psicoanalista. Doctor en Psicología y Magíster en Psicoanálisis de la Universidad de Buenos Aires. Docente de Clínica de Adultos I y de la materia electiva Usos del Síntoma de la Facultad de Psicología UBA. Investigador Becario Postdoctoral de la misma Casa de Estudios. Miembro de la Escuela de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano y del Foro Analítico del Río de la Plata. Ha publicado numerosos trabajos y ensayos en ámbitos académicos, científicos y de interés cultural. Ha publicado como autor Tres ensayos sobre la perversión (Letra Viva 2013) y Las Clases en coautoría (Santiago Arcos 2015), entre otros libros de psicoanálisis y ensayo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario