Entrevista a Tomás Otero*
En la tradición antigua y
transmitida por el sentido común se tiende a pensar la perversión ligada
exclusivamente a la conducta sexual ‘desviada de la norma’, llámese fetiche
(trenzas, zapatos, etc.) o incluso la homosexualidad como una perversión. En
este sentido: ¿Cuáles serían las diferencias entre ‘Rasgos Perversos’ y
‘Estructura Perversa’? ¿Cómo definir en un sentido amplío la Perversión más
allá de la conducta sexual?
El gran aporte de Freud a la clínica
de la perversión que marca un corte con sus antecedentes como todos sabemos es
proponer el carácter universal de la sexualidad infantil como perversa
polimorfa y, en efecto, subrayar lo inadecuado que es usar reprobatoriamente el
término perversión sin sentenciar a toda la condición humana. Si bien no es él
quien logra zanjar la perversión como estructura subjetiva, diferente de la
neurosis y de la psicosis, podemos constatar su empeño por incluir a las
perversiones adultas dentro del método analítico, no a partir de un juicio externo y mucho menos moral sobre sus
fantasías o prácticas sexuales, sino en función de la pregunta por la causalidad
de un padecimiento psíquico del que solo puede dar cuenta el sujeto. Juzgar a priori la puesta en escena de la
fantasía en la perversión como síntoma es un resabio de la moral del siglo XIX,
que consideraba precisamente dichas prácticas como desviadas de la norma y en consecuencia
allí radicaba su carácter sintomático para el psiquiatra, el jurista, el psicólogo o
sexólogo de esa época. ¿Desde qué ideal
de normatividad juzgamos que la puesta en escena de la fantasía perversa es un
síntoma si no conlleva el testimonio del sufrimiento o del conflicto psíquico por
parte del sujeto –lo que es la piedra de toque del síntoma para el
psicoanálisis–?
Ahora bien, de la tripartición que
se le adjudica a Freud haber delimitado, neurosis, psicosis, perversión, en mi
opinión solo las dos primeras alcanzan tal expectativa en la obra freudiana
quedando la perversión como estructura subjetiva, de propio cuño lacaniano.
A
partir de los años ’60 va a haber un giro en la teoría lacaniana de la
perversión, que la va a ubicar ya no en relación al campo del deseo y al falo,
sino en relación al campo del goce y del objeto a, ganando una mayor precisión y solidez conceptual para
distinguirla de la estructura neurótica. Cabe aclarar que esto no anula el
recorrido previo, la clínica del objeto a
no destrona la del falo, podríamos tomar las distintas referencias a la
perversión que Lacan arrojó a lo largo de su obra y concebirlas como los diferentes
lados de un prisma que nos ilumina, según la perspectiva, distintas aristas de
la estructura.
No
obstante, a partir del giro de los años ‘60 encontramos la definición canónica
del perverso que se aviene en su fantasma ser instrumento del goce del Otro. Es
una forma de posicionamiento subjetivo respecto a la castración del Otro que se
distingue tajantemente respecto de la neurosis y también de la psicosis.
A la altura de su Seminario 16 la definición lacaniana de
la perversión como restitución del objeto
a al campo del Otro, que prolonga la tesis del perverso como instrumento,
renueva originalmente la clínica de la perversión puesto que permite una
distinción clara de los tipos clínicos dentro del campo de la perversión en
función de distintas operaciones con el objeto voz o el objeto mirada.
En el masoquista se trata de hacer
aparecer la dimensión de la voz en el campo del Otro como suplemento. Lo que
ocurre del lado del sádico no es lo mismo él también intenta, pero de manera
inversa completar al Otro quitándole la palabra e imponiéndole su voz. El goce
sádico no está en el tormento sino en el relato del tormento.
Así como no hay simetría ni
reversibilidad entre el sádico y el masoquista, nunca un verdadero sádico
soportaría una víctima masoquista, tampoco la hay entre el exhibicionista y el
voyeur.
El
exhibicionista más que nadie está interesado en arrancarle al Otro, no los ojos
sino su mirada. Aunque no es tanto que el exhibicionista manipule el objeto
sino más bien lo que manipula son los velos de su partenaire. Mientras que el
voyeur interroga en el Otro lo que no puede verse, puesto que no alcanza a ver
ni un poco más que los vestidos fálicos escapándosele verdaderamente el goce
del Otro. El voyeur no advierte que el cuerpo desnudo para el ser hablante es
un objeto de culto y adoración que está al servicio de velar la dimensión real
del cuerpo. Y lo que su fantasma le oculta es que él está allí capturado en
cualquier ranura para tapar el agujero con su propia mirada.
Los diferentes tipos clínicos
responden entonces a diversas estrategias, algunas más logradas que otras, de remisión del objeto plus de gozar al Otro,
la perversión le enseña a Lacan en este sentido cómo un sujeto puede obturar la
castración por medio de la producción de goce.
Pero
además, esta definición de la perversión tiene la importancia mayúscula de dar
el tiro de gracia para terminar de desprender a la perversión del manto moral
que la había recubierto durante siglos juzgando, clasificando o diagnosticando
conductas sexuales, puesto que las formas de restitución del objeto voz o
mirada al Otro pueden prescindir totalmente de las prácticas con que el sujeto
lleva adelante su vida sexual en el sentido lato del término.
Durante
los últimos años se ha hecho un estandarte de la perversión generalizada en la
comunidad analítica. Los rasgos de perversión proliferan y son diseminados
vertiginosamente en nuestra sociedad contemporánea y no hace falta ser
psicoanalista para diagnosticar la perversión en el cine, el teatro o la
literatura, así como tampoco en los medios de comunicación, la iglesia o la
política. No obstante, vale advertir que este uso de generalizaciones por parte
de los psicoanalistas en el campo de la perversión tiende a licuar las particularidades
clínicas inmanentes a esta estructura subjetiva, reduciéndola a rasgos cuya
consecuencia más notable es la desorientación del analista ante este tipo de
casos. Ahora bien, tomando este resguardo llamo perversión generalizada a: en
un primer nivel de análisis, lo que todos los psicoanalistas estamos de acuerdo
desde el descubrimiento freudiano del inconsciente: el carácter perverso de la
fantasía y de la pulsión que se satisface en ella. En un segundo nivel, a
diversos dispositivos de restitución del objeto voz o mirada al campo del Otro,
que apoyados en las nuevas tecnologías provocan lo que llamaría un efecto de
división subjetiva masivo, tómese a grupos terroristas como ISIS por ejemplo,
cuyo verdadero crimen no se reduce a la ejecución de los rehenes sino a la
viralización de esas imágenes del horror frente a las cuales quedamos cautivos,
tal vez una de las formas más siniestramente acabadas que alcanzó el
exhibicionismo en nuestra época para hacer aparecer la mirada en el campo del
Otro. Y en un tercer nivel de análisis, llamé perversión generalizada a ciertos
fenómenos cuya ley del deseo es el imperativo categórico, y que pueden
apoderarse, por ejemplo, de la vida amorosa: el amor regido por el deseo puro
es una modalidad del amor que no puede distinguirse de la expresión franca de
la pulsión de muerte, precipitándose en el sacrificio en el altar del Otro o en
su reverso no menos mortífero, la más absoluta degradación del objeto de amor.
En el lenguaje utilizado por
los manuales DSM y CIE se habla de psicopatía, de trastorno antisocial de la
personalidad, los cuales a su vez se tienden a corresponder con la Perversión.
¿Cuál es tu opinión al respecto?
La
necesariedad del Otro en la perversión se impone como una de las condiciones
esenciales de su acto, por eso la perversión es solidaria a los discursos donde
el Otro está más asegurado, particularmente el tipo de lazo social que se
establece bajo las insignias del discurso del amo, la Iglesia por ejemplo, o el
discurso universitario, el papel del educador se arroga también un lugar
privilegiado para la perversión, poniendo en tela de juicio de paso a aquellas
lecturas que subordinan la perversión al discurso capitalista mentadas por el
imperativo de goce, que en este discurso, atenta contra el lazo al Otro, por lo
cual jamás calificaría al perverso como “antisocial”. Además, por su estructura
fantasmática, el sujeto neurótico es más vulnerable a entrar en la lógica acéfala
del discurso capitalista. Porque la realidad fantasmática del neurótico es
fetichista por estructura, sucumbe a una carrera perpetua detrás de algún
objeto que lo captura por su brillo fálico o agalmático en una coalescencia fatídica
con el discurso capitalista que no cesa de producir objetos inútiles bajo una
lógica de consumo categórica. En este sentido, el empuje al goce del discurso
capitalista que confina en el cultivo del goce autoerótico, autista,
desenlazado del Otro, “antisocial”, no se confunde con la voluntad de goce
perversa que requiere, no de un gadget,
sino de un partenaire humano, es
decir susceptible de ser dividido subjetivamente. Para decirlo en otras
palabras, la perversión necesita del Otro, de lo social, para llevar a cabo su
acto, desde el exhibicionista que suele elegir lugares públicos hasta las
fijaciones contractuales que suele pactar el masoquista con sus partenaires, lo
social, el lazo al otro como testaferro del gran Otro está asegurado.
Al comienzo del Seminario 8
La Transferencia, puntualmente en la clase “Decorado y Personajes” Lacan
plantea que “la Sociedad acarrea, por su efecto de censura, una forma de
desagregación que se llama neurosis,- mientras -que la Perversión, cuando es
producto de la cultura, se puede concebir en un sentido contrario de
elaboración, de sublimación. ¿Cómo entendés esa posición lacaniana?
Esta idea se remonta a un
par de Seminarios atrás. La perversión suele contar con un especial recurso a
la sublimación como destino de la pulsión. Porque la perversión como la plantea
Lacan al final del Seminario 6 es una
revuelta, una protesta, una rebelión frente a las identificaciones
normalizantes del complejo de Edipo como solución al deseo, y en esto reside
para Miller el elogio de la perversión que remata este seminario, puesto que
esa rebeldía a las identificaciones que aseguran el orden establecido la sitúa
en ventaja para la actividad sublimatoria, a diferencia de la neurosis. En la antítesis del
artista exitoso, dichoso en el amor, dinero y poder que constituye las metas
elevadas de la cultura, Lacan interroga el valor sublimatorio de la obra uno de
los seres más despreciados del siglo XVIII, el Marqués de Sade a la altura de
su Seminario 7.
Si tomamos la referencia a la sublimación que concluye la conferencia 23 de Freud, para Sade ésta es
más bien fallida si se piensa en el tiempo que el pobre pasó recluido en
prisión o instituciones psiquiátricas, despojado de sus bienes y sus títulos de
nobleza, con sólo un puñado de acólitos. Y en cuanto a su obra, si bien su
éxito fue relativo en vida, siguió siendo subterráneo, marginal y confinado a
las tinieblas.
No obstante, a pesar de haber pasado más de un tercio de su vida encerrado,
la obra de Sade parece en este punto ejemplar de esa resistencia del deseo a la
normalización, de la protesta ante las formas socialmente aceptadas de la
actividad cultural, de la revuelta ante las identificaciones que padece el
sujeto para garantizar las normas de estabilización social basta en este punto
remitirlos a su “franceses un esfuerzo más si quereis ser republicanos” en el
corazón de su Filosofía en el tocador
(1795).
La obra de Sade trastocó a
la cultura de su tiempo, censurada, reprobada y oprimida, no dejó de hacer
bullicio entre los letrados de su época. A pesar de su reclusión la referencia
a lo social está absolutamente conservada en su obra y tiene la pretensión de
valorizar socialmente un extravagante sistema, la ambición de fundar una
sociedad utópica en los tiempos de la Revolución en que se levantaba el emblema
liberté, egalité, fraternité. Aunque
lejos de ser un objeto de valoración cultural, la obra de Sade fue más bien en
su tiempo un objeto de sumo escándalo, “tenemos allí la obra más escandalosa
jamás escrita” sentencia Blanchot. Que sea la obra más escandalosa jamás
escrita, como dice Lacan, merece la pena de que nos ocupemos de ella.
Sólo alcanzó la aceptación social un siglo y medio después cuando es
resucitada de su tumba en el mismo lugar donde había sido enterrada. La prosa
sadiana ha sido allanada a lo largo y a lo ancho por todo una tradición
filosófica francesa de mediados del siglo pasado, quienes le han rendido su
propio homenaje al Marqués, no faltan las referencias de Bataille, Deleuze,
Foucault, Barthes, Klossowski, Sollers, Lacan y el recién citado Blanchot,
entre otros especialistas en Sade para interrogar su gesto discursivo, su
gramática y la perversión como recurso textual en su obra. Como afirma Lacan la
naturaleza y los productos de la sublimación se distinguen de la valoración
cultural que ulteriormente se le dará.
Debemos la denominación de
Masoquismo y Sadismo a dos escritores literarios. ¿Te animas a nombrar una
nueva figura literaria que se ubicaría en una posición perversa con respecto al
goce?
Por alguna razón, muchas veces cuando doy clases sobre el tema de la
perversión recurro a ejemplos cinematográficos de dos cineastas, Lars Von Trier
y Michael Haneke, ambos tiene una maestría para generar a través de sus films
lo que llamo un efecto de división subjetiva masivo, además basta ver La pianiste de Haneke para resumir pila
de bibliografía psicoanalítica sobre el masoquismo, o ciertas escenas de Nynphomaniac de Von Trier para enseñar
con precisión cómo es con el relato que el sádico pone a su partenaire de cara
ante el horror por el placer por el mismo ignorado, tal como lo ilustra el
fatídico encuentro del Hombre de las Ratas con el Capitán cruel.
Como sostiene Deleuze el cuadro de signos que
conciernen al sadismo y al masoquismo son “prodigiosos ejemplos de eficacia
literaria”. Pues, los psicoanalistas nos confrontamos en el campo de la
perversión con la siguiente pregunta: ¿Cómo separar el caso de la literatura,
si en ningún otro campo clínico la obra literaria nos mostró con mayor sutileza
y precisión las formas que encarna el deseo en la perversión?
Me interesa plantear la idea de que en la
práctica psicoanalítica no nos encontramos con las formas clásicas y floridas
de la perversión, aquellas que tan bien ilustraron las plumas de Sade y de
Sacher-Masoch. El inestimable valor de las obras literarias para interrogar el
deseo en la perversión está fuera de discusión, no obstante nos esforzamos por
separar el caso de la literatura puesto que si bien Lacan afirma en el Seminario 10 que la ficción nos ofrece
un “punto ideal” para mostrarnos el funcionamiento del fantasma ese punto ideal
también nos aleja de la praxis. Por más que la literatura se adelante al
psicoanálisis nunca vamos a tener a Dolmancé recostado en nuestro diván. En
este sentido diría que en el caso de la perversión, lejos del sujeto que goza
de forma irrestricta que es un sueño neurótico, en la perversión siempre nos
encontramos con formas más ordinarias que aquellas que se desprendían del puño
de Sade o de Sacher-Masoch.
¿Consideras que es posible
analizar a un perverso?
Podemos decir que mientras la defensa
funciona, el perverso lleva a cabo su actividad en regla con su fantasma en la
mira de que su división de sujeto sea transferida al campo del Otro. Esta es la
situación de la perversión por antonomasia, cuando la respuesta que ofrece el
fantasma sirve como autotratamiento a la propia división subjetiva y no lo
sintomático de la estructura, que en todo caso acontecerá cuando esa respuesta
vacile o sea conmovida por el análisis. Si bien las referencias
al fracaso de la perversión fueron poco tenidas en cuenta por la doxa lacaniana, desde su primer seminario Lacan no
dejó de señalar la fragilidad y precariedad de la escena en la perversión, de
hecho su fragilidad es consecuencia de la prevalencia de lo imaginario en la
que se sostiene su fantasma, coordenada que Lacan, aunque con pequeñas
variaciones, desde su primer Seminario ha mantenido a lo largo de sus
elaboraciones sobre el tema.
Que el sujeto perverso se angustia es una
evidencia incuestionable, pero esto no garantiza que haya análisis: la angustia
puede conducir al sujeto perverso a la consulta con un analista pero no es la
puerta de entrada al análisis propiamente dicho. Debemos distinguir la división
subjetiva que conlleva la angustia de la división subjetiva solidaria al
síntoma. El problema que merece plantearse es el de la pregunta por la división
subjetiva en la perversión como correlato del síntoma analítico. Tomando por
premisa que un análisis comienza por la puesta en forma del síntoma, y tomando
un especial cuidado en no confundir la división subjetiva con la escisión del
yo que más bien la encubre o la enmascara. En esta perspectiva, una de las
conclusiones que se desprenden de mi investigación es que en la perversión el síntoma no representa a la estructura, es decir
que no hay una particularidad del síntoma perverso como podemos situar a nivel
del síntoma histérico, obsesivo, fóbico, paranoico o esquizofrénico que
representan a estos diferentes tipos clínicos. Por esto, no es en función del
síntoma que podemos arribar al diagnóstico de perversión bajo transferencia,
sino en función de otras coordenadas como su posición en la fantasía o frente
al Otro. Lo que no quiere decir, que no haya síntomas de los más diversos que
sean susceptibles de ser analizables, constituyéndose un síntoma propiamente
analítico. Como he señalado en varias oportunidades, no se trata de neurotizar
al sujeto perverso para que entre dentro del dispositivo analítico, sino de
histerizar su discurso. Incluso agregaría se trata de histerizar el discurso
del paciente, sea un sujeto obsesivo, paranoico, sádico, y sin agotar la lista,
incluso histérico.
* Tomás
Otero es psicoanalista. Doctor en Psicología y Magíster en Psicoanálisis de la
Universidad de Buenos Aires. Docente de Clínica de Adultos I y de la materia
electiva Usos del Síntoma de la Facultad de Psicología UBA. Investigador
Becario Postdoctoral de la misma Casa de Estudios. Miembro de la Escuela de
Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano y del Foro Analítico del Río de
la Plata. Ha publicado numerosos trabajos y ensayos en ámbitos académicos,
científicos y de interés cultural. Ha publicado como autor Tres ensayos sobre
la perversión (Letra Viva 2013) y Las Clases en coautoría (Santiago Arcos
2015), entre otros libros de psicoanálisis y ensayo.
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