jueves, 20 de febrero de 2020

¿Todos tóxicos?


En el año 2009, Sale al mercado un libro de Stamateas, llamado “Emociones tóxicas”. El libro fue un éxito en ventas. Luego, en el 2011, se revalorizará el término “tóxico”, luego de la publicación de “Gente tóxica”, por el mismo autor. Algunos Psicoanalistas, devenidos en críticos literarios, se reían de estas “estupideces que la gente lee”, dejando de lado el poder del Significante. Durante el inicio de este año, en el que llevamos apenas un mes y medio pasado, escuché como nunca, la palabra “tóxico” referida a personas. En el subte en Buenos Aires, en las reuniones familiares en Tucumán, en un día de campo en Aguas Blancas, Tierra del Fuego, y todos los días en el consultorio. Me acordé de un viejo analista que una vez me dijo que hay que tener mucho cuidado con los clisé, porque pululan en el aire pero se meten en las tripas, es decir, que silenciosamente comienzan a regular la digestión de la lengua. De ahí a ubicar la cercanía con la pulsión, turbulenta y silenciosa, acéfala e indomable, pudiendo hacer estragos sin el destino que la ligue a la trama simbólica que anuda al sujeto a una historia. Porque en el término “tóxica” como es usado, hay un borramiento de las marcas subjetivantes que son desplazadas por otras marcas (¿las del orden de hierro?). Así es usado el término para hablar del fulano como “tóxico” o de la mengana como “tóxica”, generando un nuevo estereotipo de sujeto. Pero la pregunta es quién se salva de esto, porque si hay algo que Freud destacó en el Malestar en la Cultura, es que unas de las cosas que le producen sufrimiento a las personas, es la imposibilidad de regular sus relaciones. 



De esta manera, apelando al bestseller que dio origen al Significante de toxicidad, cabría la posibilidad entonces de universalizar la definición afirmando “todos tóxicos”, para poder localizar ahí quién sería la excepción. La cuestión fundamental a tener en cuenta, es que la idea de gente tóxica apunta al ser, y eso genera una matriz identificatoria ligada tal vez a aquello que Lacan ubicaba como orden de hierro. No sucedió lo mismo con una forma de nombrar en el campo de la Filosofía con Bauman que trató de ubicar en el mundo el término “líquido”, pero nunca lo pegó a la persona, sino a la civilización. De ahí que sus nombres vida líquida, amor líquido o modernidad líquida, no haya pegado en el ser, sino al aire que se respira en la época. Gente tóxica entonces, casi diez años después de su publicación, nace con más fuerza que nunca, y tal vez el desafío es escuchar las dimensiones del clisé, arma filosa de la psicopatología de la vida cotidiana, que invita a escuchar clínicamente al sujeto, y despojarse de tanta crítica literaria.      

                                                                            Jorge Luis Rivadeneira


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