En el año 2009, Sale al mercado
un libro de Stamateas, llamado “Emociones tóxicas”. El libro fue un éxito en
ventas. Luego, en el 2011, se revalorizará el término “tóxico”, luego de la
publicación de “Gente tóxica”, por el mismo autor. Algunos Psicoanalistas,
devenidos en críticos literarios, se reían de estas “estupideces que la gente
lee”, dejando de lado el poder del Significante. Durante el inicio de este año,
en el que llevamos apenas un mes y medio pasado, escuché como nunca, la palabra
“tóxico” referida a personas. En el subte en Buenos Aires, en las reuniones
familiares en Tucumán, en un día de campo en Aguas Blancas, Tierra del Fuego, y
todos los días en el consultorio. Me acordé de un viejo analista que una vez me
dijo que hay que tener mucho cuidado con los clisé, porque pululan en el aire
pero se meten en las tripas, es decir, que silenciosamente comienzan a regular
la digestión de la lengua. De ahí a ubicar la cercanía con la pulsión,
turbulenta y silenciosa, acéfala e indomable, pudiendo hacer estragos sin el
destino que la ligue a la trama simbólica que anuda al sujeto a una historia.
Porque en el término “tóxica” como es usado, hay un borramiento de las marcas
subjetivantes que son desplazadas por otras marcas (¿las del orden de hierro?).
Así es usado el término para hablar del fulano como “tóxico” o de la mengana
como “tóxica”, generando un nuevo estereotipo de sujeto. Pero la pregunta es
quién se salva de esto, porque si hay algo que Freud destacó en el Malestar en
la Cultura, es que unas de las cosas que le producen sufrimiento a las
personas, es la imposibilidad de regular sus relaciones.
De esta manera,
apelando al bestseller que dio origen al Significante de toxicidad, cabría la
posibilidad entonces de universalizar la definición afirmando “todos tóxicos”,
para poder localizar ahí quién sería la excepción. La cuestión fundamental a
tener en cuenta, es que la idea de gente tóxica apunta al ser, y eso genera una
matriz identificatoria ligada tal vez a aquello que Lacan ubicaba como orden de
hierro. No sucedió lo mismo con una forma de nombrar en el campo de la
Filosofía con Bauman que trató de ubicar en el mundo el término “líquido”, pero
nunca lo pegó a la persona, sino a la civilización. De ahí que sus nombres vida
líquida, amor líquido o modernidad líquida, no haya pegado en el ser, sino al
aire que se respira en la época. Gente tóxica entonces, casi diez años después
de su publicación, nace con más fuerza que nunca, y tal vez el desafío es
escuchar las dimensiones del clisé, arma filosa de la psicopatología de la vida
cotidiana, que invita a escuchar clínicamente al sujeto, y despojarse de tanta
crítica literaria.
Jorge Luis Rivadeneira
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